A tan solo muy pocos metros del Obelisco, en la Avenida Presidente Roque Sáenz Peña 1111, se ubica una antigua peluquería de caballeros atendida por su dueño, Bruno Scaturchio, que le dio su nombre al negocio. En su fachada, se puede leer “Salón de arte masculino” en letras doradas.
Al ingresar enseguida se oye la melodía de algún tango que sale de una radio antiquísima que siempre sintoniza el dial 92.7 de la emisora La 2x4, la radio pública de tango.
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El salón es pequeño, apenas tiene un sillón para atender de a un cliente a la vez y el mobiliario mantiene la misma estética desde décadas atrás. Las paredes de la peluquería están decoradas con fotos de clientes “famosos” como Juan Carlos Calabró, certificados y premios de los certámenes en los que participó Bruno, teléfonos y radios antiguas, posters de mujeres icónicas como Marilyn Monroe, Graciela Alfano y Natalia Oreiro -de la época en que usaba el flequillo en punta en homenaje a las mujeres ‘pin-up’- y carteles de publicidades de marcas de gomina que ya no existen.
Bruno es meticuloso, tranquilo, y tiene colgados unos anteojos del tipo “CliC”, esos que se abren por la mitad en la parte delantera mediante un imán frontal, que le permiten tener las manos libres para poder maniobrar las tijeras y los peines. Al final de las frases suele utilizar el latiguillo, “¿vio?”.
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La historia
Bruno nació en 1950 en Calabria, al sur de Italia, y llegó a la Argentina cuando tenía apenas un año, junto a su madre, dos hermanos y una hermana. “Primero vino mi padre solo, como ocurría en esa época, y después vinimos nosotros”, explica en diálogo con El Destape.
La familia se instaló en la localidad bonaerense de Haedo y el padre de Bruno consiguió trabajo como guarda en distintas líneas del tranvía como la 5, que unía los barrios de Floresta y Retiro, la 43, 89 y 99. “Mi infancia fue andar en los tranvías. Como no había un mango, mi vieja decía: ‘vamos a buscar a tu papá’ y era un plan”, recuerda.
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Bruno empezó a trabajar desde muy jovencito, cuando terminó la escuela primaria. Tuvo varias “changas” mientras comenzó a aprender el oficio de peluquero en distintos locales de la zona. “No había academias como ahora. Tenía que ir a una peluquería a barrer, limpiar vidrios, hacer café. En el medio yo miraba cómo cortaban y de a poquito me iban explicando”, cuenta.
El joven aprendiz recuerda que al principio “no lo tomaba nadie” hasta que tuvo su primer trabajo como peluquero haciendo suplencias los sábados. En 1971 comenzó siendo empleado en la peluquería actual, que en aquella época estaba manejada por una familia húngara que había llegado a Argentina después de la Guerra. En aquel entonces el negocio se llamaba “Morgenstein”. De a poco, Bruno le fue comprando el fondo de comercio al dueño hasta que en 1982 la terminó de adquirir y le cambió el nombre a la peluquería: “Bruno”.
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El boom del corte con navaja
Bruno dice que, a fines de la década del 60, la llegada del corte con navaja de la mano del peluquero francés Georges Benattar produjo un antes y un después en el oficio . “Anteriormente las peluquerías hacían el llamado ‘corte americano’, que es lo que se estila en los chicos de ahora. Cuando vino el corte con navaja, durante un año nos prohibieron usar máquina porque era considerado una antigüedad”, relata.
Para estar a la moda y profesionalizarse con las nuevas tendencias, en 1967 Bruno realizó el curso de corte con navaja de L’oreal París en Buenos Aires. Aún hoy conserva el certificado colgado en unas de las paredes de la peluquería. El peluquero cuenta que a partir de ese momento las peluquerías empezaron a “levantar” los precios porque hasta ese entonces el corte de pelo estaba “regalado”. “Para darte un ejemplo, un corte salía la mitad de lo que salía una lustrada de zapatos en el pasaje Obelisco. A partir de ese entonces, las peluquerías empezamos a ofrecer y sumar los servicios de lavado, peinado, entre otros. Eso le dio un impulso al oficio de los peluqueros”, asegura.
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Una vuelta, un cliente le ofreció a Bruno participar de un certamen de peluquería para exhibir cortes realizados con navaja. “Yo era muy joven pero fui e hice tres cortes de pelo. En esa época no se usaba lo de filmar como ahora pero salí en una revista en la que decía que ‘Bruno Scaturchio hizo una demostración en tal lugar’. Me fue muy bien”, dice orgulloso.
En la peluquería Bruno también conoció a su gran amor. En ese tipo de certámenes usaba que un peluquero realizara el corte y una chica lo asistiera. “Yo fui y llevé a una de las manicuras para caballeros que trabajaba acá, Adela, que hoy es mi esposa”, relata.
La peluquería se encuentra ubicada en una zona muy transitada, en pleno centro porteño, que siempre le facilitó un buen movimiento de clientela. En una época, la peluquería llegó a contar con cuatro peluqueros. Bruno recuerda que era habitual ver gente de gala en esa zona. “Teníamos un perchero donde los clientes ponían sus sombreros y bastones”, señala. “Eran épocas donde se estilaba poner gomina al final del corte. Ahora los chicos le dicen gel o cera. Van cambiando los usos de las cosas, ¿vio?”.
El arte de afeitar con navaja
El peluquero asegura que antiguamente los hombres eran muy exigentes con las afeitadas. “Te pedían que rasparas con tres o cuatro manos con fomento”, recuerda. Hoy en día, dice, la clientela es más relajada. “Cuando comencé se utilizaba mucho la barba, después se dejó y ahora volvió, en la moda todo vuelve, ¿vio?”.
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Bruno mantiene la tradición de afeitar con navaja. Las afila él mismo en un pedazo de cuero especial y luego las esterilizar junto a las tijeras. “Tengo pocos peines porque uno se acostumbra uno pero tengo cerca de 20 tijeras. Son muchas pero igual cada tanto compro una nueva”.
Personalidades famosas
A lo largo de más de 50 años, por la peluquería pasaron una gran cantidad de clientes “famosos” como Juan Carlos Calabró, de quien hay una foto con su cara y un autógrafo exhibida en una de las paredes de la peluquería, el chofer de Diego Armando Maradona, el ex dirigente peronista Antonio Cafiero, el cantante y actor Néstor Fabian, y el poeta, recitador y letrista de tango, Julián Centeya, “uno que pasan mucho en la radio que yo siempre escucho”, acota.
Centeya guarda un lugar importante en la historia de Bruno. “La peluquería antiguamente tenía un reglamento muy estricto. Cuando yo empecé tenía que estar paradito con uniforme y corbatita y el antiguo dueño me decía: ‘cuando yo te avise tenés que venir a cortar’. Un día entró Centeya, me hizo señas y le dijo al dueño: ‘Quiero me atienda el pibe’. Cuando se levantó, antes de irse le dijo al dueño: ‘No sea así con los chicos. Tiene que darles la oportunidad de trabajar’. Los peluqueros de esa época no te querían largar”, describe.
En el negocio siempre está prendida la radio en el dial de la “2x4”. “Siempre suena tango porque atiendo mucha gente de la radio, como Guillermo Marcos, que tiene un programa los lunes a la noche en el que siempre hablan de mi peluquería”, detalla entre risas.
El negocio cuenta con viejos ejemplares de la revista Gente, posters de las publicidades de Geniol y de la gomina Glostola, que ya no existe, y un cuadro de Carlos Gardel.
La peluquería atiende de lunes a viernes de 10 a 17 horas y los sábados de 10 a 13 horas. “Durante 50 años trabajé de corrido de 8 a 20 hasta la pandemia que empecé a hacer un horario más acotado", dice Bruno.
El peluquero asegura que le piden cortes clásicos pero también modernos y que lo que más disfruta de su trabajo es charlar con los clientes. “Tengo un público grande pero también tengo muchos clientes jóvenes. Hay hombres que vienen a cortarse con sus nietos”, concluye el peluquero de 74 años.