El Día de la Memoria en Argentina históricamente ha significado la posibilidad de salir a las calles para materializar el “Nunca Más”, reafirmar las banderas y políticas de Memoria, Verdad y Justicia, y revalidar el apoyo político de la ciudadanía a los consensos conquistados en estos 42 años de democracia ininterrumpida, tanto en el plano discursivo-simbólico, como en el vinculado a las instituciones democráticas y el accionar de las fuerzas de seguridad. Pero en este 24 de marzo de 2025 el marco de la convocatoria es notablemente diferente. Lo que hace un año resultaba una intuición o una pregunta, en relación a cómo se desarrollaría el gobierno de Milei, hoy es una certeza: la sociedad argentina se encuentra inmersa de vuelta en el oscurantismo, la violencia, la fragmentación, las ilusiones y trampas con las que ha tropezado a lo largo de su historia. Los personajes y discursos del pasado, que parecían haberse sepultado, retornaron como fantasmas para ser los actores que conducen al país a una nueva tragedia económica y social a una velocidad inédita.
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Al escenario de ajuste y violencia ampliado, se suma el contexto reciente marcado por la fuerte represión contra los jubilados, los autoconvocados, hinchas y organizaciones, que acompañaron sus reclamos frente al Congreso de la Nación en las últimas semanas, la performance política de un estado de sitio de hecho, y los discursos impulsados por los medios de comunicación y referentes oficialistas que buscan justificar el accionar de las fuerzas federales en el “operativo anti piquetes” y la agresión al fotoperiodista Pablo Grillo, bajo el argumento de tratarse de un “atentado contra la república”, o incluso de un "intento de golpe de estado". En este contexto de violencia planificada, con un dispositivo propagandístico sobre girado y un aparato represivo habilitado para matar, resuena fuerte el silencio de la sociedad civil y la fecha adquiere un nuevo significado dado que lo que ocurra en Plaza de Mayo el lunes puede ser un hecho político trascendental de cara al año electoral y lo que queda de la gestión libertaria.
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Ante la pregunta insistente y reiterativa sobre “cómo es posible haber vuelto a este lugar?”, surgen diferentes respuestas complementarias y factores a tener en cuenta, pero todos vinculados a un patrón: el quiebre de la trama social. Sin dudas que la inflación y la crisis económica sostenida en el tiempo bajo diferentes gestiones es uno de los principales motivos del apoyo en sectores populares al proyecto de Javier Milei. Como decía Keynes, “no hay una forma más sutil y segura de derribar la base existente de la sociedad que la de corromper la moneda”. El estancamiento económico, la erosión de los ingresos, el esfuerzo y el trabajo no recompensado, la sensación de orfandad, se sumaron a los efectos socioculturales de la experiencia pandémica, y enraizaron las emociones genuinas al imaginario social del fenómeno libertario.
En ese sentido, tras el fracaso gubernamental del Frente de Todos, Milei es consecuencia y a la vez síntoma de una sociedad deteriorada que demanda algún tipo de orden. La necesidad de un proyecto ordenador es tan visceral que logró ser capturada por esos fantasmas del pasado que retornan y prometen que esta vez sí va a funcionar la apertura económica, las privatizaciones, la desregulación laboral y previsional, el ajuste y el retiro del Estado de la obra pública, la salud y la educación. Es que además, producto de los cambios culturales y tecnológicos, las nuevas generaciones, el rango etario mayoritario en las filas libertarias, desatienden el ejercicio de la memoria colectiva y desarrollan una forma de comprensión e interpretación de la realidad que reduce la validez de la historia y la construcción de sentido a una experiencia biográfica individual, fragmentaria, con el único fin de reafirmar el poder del Yo como fuente primera –y en general definitiva– de la verdad. Imposible que los verdaderos dueños del poder, los que mueven los hilos y megáfonos, no aprovechen este perfil de subjetividad para instalar el negacionismo, alentar la desconfianza en la democracia, y promover el individualismo liberal que aspira a la autodeterminación de los ciudadanos.
El Estado es el garante del orden social, desde su condición de poder simbólico, hasta su función de monopolio de la fuerza. Con el actual experimento libertario el gobierno coloca al Estado en una ofensiva en ambos planos: por un lado lo que llama batalla cultural para promover la aceptación activa de la injusticia social, el disciplinamiento, la instauración de una subjetividad vinculada al individualismo extremo, sin un marco de nación o anclaje comunitario; y por otro lado, en un giro drástico respecto al pasado reciente, mandando a las fuerzas de seguridad a construir un escenario de alta conflictividad en convocatorias pacíficas, alimentar la violencia y luego reprimir. Claro que para concretar esta ofensiva, con el apoyo de los medios de comunicación tradicionales y el manejo de las redes sociales, se apoyan en un sentido común de época, el vaciamiento de la historia y el desprecio por la memoria reciente.
A nivel mundial en los años 70 comenzó la instauración del neoliberalismo, una nueva forma de gobernabilidad basada en la coacción de la mano invisible del mercado. El autodenominado Proceso de Reorganización Nacional de 1976 implementó un genocidio para romper las relaciones de poder, vínculos sociales y lazos comunitarios que se habían construido desde el peronismo, y que estaban asentadas en el pleno empleo, el territorio y el Estado de bienestar. A nivel subjetivo el legado del peronismo que perdura, aunque cada vez más erosionado, puede interpretarse como la posibilidad de progresar individual y colectivamente con el esfuerzo a través de la educación y el trabajo. Las condiciones estructurales que hacían posible dicho paradigma comenzaron a romperse precisamente con la dictadura y nunca se pudo reconstruir ese orden que, sin embargo, aún late, en la demanda de la sociedad. Así, nuevamente como en la dictadura, en los 90 o en el gobierno de Macri, se cae en la trampa de lograr una estabilidad de corto plazo a costa de sacrificar el futuro.
Paralelamente, la promoción del individualismo y los mecanismos de delación impulsados por la ministra de Seguridad Patricia Bullrich no son una novedad, sino que forman parte de las prácticas genocidas. El ofrecimiento de una recompensa de $10 millones para quienes aporten “datos útiles" que permitan identificar y capturar a los supuestos barrabravas responsables "de los disturbios y delitos" frente al Congreso, o el pedido a los clubes por la “expulsión inmediata” de los socios que fueron en la marcha a apoyar a los jubilados, son estrategias de quiebre en el marco de una operatoria de debilitamiento de los lazos solidarios construidos históricamente por la ciudadanía con el movimiento sindical, el estudiantil, las organizaciones sociales y barriales, los clubes, las asambleas , etc.
El primer paso hacia la ruptura de los consensos democráticos que garantizan la convivencia social es el aislamiento de ciertos sectores, la demarcación negativa y la patologización de aquellas personas, figuras o características consideradas peligrosas para ese orden (subversivas, zurdas, kirchneristas, barrabravas, chorros), atribuyéndole estigmas sociales que son introyectados y reproducidos a nivel doméstico. Allí reside la capilaridad de los mecanismos del terror, cuando la desconfianza actúa en el plano de los hechos y se transforma en delación, la práctica de la entrega de un otro, del sacrificio de un sujeto político como parte de un proceso civilizatorio, de forma tal que logra suspenderse la responsabilidad moral de los defensores. De esta forma el funcionamiento terrorista y represivo de las instituciones del Estado adopta la apariencia de un procedimiento de seguridad y burocrático, y no represivo.
Este modus operandi se vio con claridad en las declaraciones que hizo la ministra Bullrich la última semana. Desde la calificación de "señora patotera” para justificar la agresión a Beatriz Bianco, la jubilada de 87 años quien sufrió un politraumatismo luego de ser fue víctima de “gases lacrimógenos” y empujada por un policía federal; y sobre todo cuando mintió descaradamente sobre la identidad de Pablo Grillo para defender el accionar policial criminal que provocó la fractura de cráneo y pérdida de masa encefálica, mientras el fotoperiodista luchaba por su vida en el hospital Ramos Mejía. “Trabajaba en el ministerio de Justicia y era candidato en Lanús de Julián Álvarez. Este es uno de los periodistas que dicen que está preso y que se llama Pablo Grillo, un militante kirchnerista que hoy trabaja en la Municipalidad de Lanús”, expresó en el programa de Luis Majul dando por sentado que su perfil político lo convertía directamente en culpable de algún delito y por ende merecedor de la muerte o el sufrimiento.
Es significativo, en este sentido, el proceso de marcaje del otro “negativo” y la utilización de palabras o etiquetas que actúan borrando toda condición de humanidad de las personas, busca regular sus espacios, sus movimientos y sus posibilidades de desarrollo práctico, es decir busca excluirlos del mundo normalizado. De hecho en una simplificación extrema de la realidad, a la manera de los dibujos animados que tanto le gustan al Presidente, o las películas hollywoodense que construyen sentido común, suelen hablan de buenos y malos para analizar la realidad: “los buenos son los de azul y los hijos de puta que rompen autos son los malos”, dijo Milei en los últimos días. En esta visión, tan infantilizada como peligrosa, cuando el malo es deshumanizado, es posible su represión y hasta su exterminio.
Como señala Arendt los regímenes totalitarios tienen como fin eliminar a quienes son un obstáculo para el desarrollo de sus metas y construyen la identidad de un “enemigo objetivo” cuya característica central es la posibilidad de mutar dependiendo del contexto y avance del régimen, de modo tal que la categoría de sospechoso sea abarcativa a cada pensamiento que se desvía de la línea oficialmente prescrita y permanentemente cambiante según la necesidad.
Es probable que el acompañamiento activo, el silencio o la aceptación pasiva de gran parte de la sociedad hacia el actual gobierno dure lo mismo que la estabilidad económica construida en base al sacrificio colectivo. Aquel pacto electoral se debilita cada día más producto del deterioro permanente de las condiciones de vida. Pero los efectos en las relaciones sociales que promueve LLA probablemente perduren, tal como pasó luego de la dictadura. Milei es consecuencia de esta sociedad y a la vez refuerza sus aspectos destructivos y anómicos. El goce en pisar al otro, en patear la escalera, encuentra cauce en este discurso que instala chivos expiatorios para explicar los males y reproduce la desigualdad social.