Mariana Tello Weiss y los efectos continuos del terror de Estado: "A través de los desaparecidos se produce un control social"

La antropóloga dialoga sobre su libro “Fantasmas de la dictadura. Una etnografía sobre apariciones, espectros y almas en pena”, una investigación científica que trata los efectos inexplorados del terrorismo no solo en familiares de las víctimas, sino en toda la sociedad.

24 de marzo, 2025 | 00.05
Mariana Tello Weiss y los efectos continuos del terror de Estado: "A través de los desaparecidos se produce un control social" Mariana Tello Weiss y los efectos continuos del terror de Estado: "A través de los desaparecidos se produce un control social"

Fantasmas de la dictadura. Una etnografía sobre apariciones, espectros y almas en pena, el título del libro de la antropóloga Mariana Tello Weiss, es desde el vamos inquietante. ¿Cómo hacer una etnografía, una forma de conocimiento basada en la observación de lo que no se ve, en todo caso se siente? ¿O acaso la investigadora pudo ver un fantasma? Esa es la pregunta que le repiten, cuenta Tello Weiss, a la que responde en un primer término que lo visible es lo que esos “fantasmas” producen en quienes dan testimonio. También en su propia percepción durante el trabajo de campo en Centros Clandestinos de Detención, Tortura y Exterminio, sitios de memoria que hoy están siendo abandonados. Esa “oscura energía remanente” de la que habla el sociólogo Robert Etkin en su investigación sobre las tumbas masivas de los Gulags en la Unión Soviética y que ella también experimentó. Y a la vez ¿cómo no hacer lugar a los espectros en un país donde no sólo se eliminó a decenas de miles de personas sino que también se eliminaron sus restos, el registro sensible de la muerte, la posibilidad del duelo? ¿Dónde están esos muertos? ¿caminamos sobre ellos? ¿cuántos acechan con su presencia espectral en el lecho del Río de la Plata? Ese terror llega hasta hoy y no afecta solo a los familiares de las víctimas, se expande sobre toda la sociedad y es más visible en los “sitios de muerte”, los CCD pero también las casas donde se produjeron masacres, los territorios donde fueron ocultos y sobre los que nada se dice.

Fantasmas de la dictadura… es una investigación científica con una bibliografía amplia, con un método cuidadoso y también científico. Es también, de alguna manera, un ritual para poner palabra y sensibilidad a lo que produjo/ produce la desaparición, esa necropolítica que no dejó vivir ni tampoco morir. Un acercamiento a la experiencia más sensible de lo siniestro de las “malas muertes”, de la desaparición. Y un “abrazo amoroso a esos muertos y entre nosotres también”, dice la autora que con 9 meses de vida fue testigo del asesinato de su madre y víctima de apropiación hasta que su abuela pudo rescatarla. “Se le fue el alma del cuerpo”, dijo una curandera a la que acudió esa abuela después de muchas noches en que la chiquita lloraba sin descanso. De ese tipo de experiencias se nutre este libro, de la búsqueda de tantas madres que recurrieron a videntes para saber sobre el destino de sus hijos o hijas, de eso inconfensable por considerarlo fruto de la desesperación aunque no haya tantos pruritos en contar cómo se rezó o cómo se golpearon puertas inútiles en busca de conocer el destino de los queridos ausentes. Es una apuesta riesgosa para un libro académico porque aparece la primera persona y también porque registra cómo los espectros persiguen también a los perpetradores. En definitiva, otro modo de poner palabras a lo que no se termina de nombrar ni de calmar porque la verdad sobre el destino de los cuerpos desaparecidos nos sigue faltando.

¿Cómo dialoga este libro que registra huellas del terror de la dictadura en tiempos de creciente negacionismo?

--Me parece primero hay que decir que estamos en un momento de intento de negacionismo, que no es el primero. Esta relativización de la masacre que implicó la dictadura o de los estragos de la dictadura, no es nuevo. El discurso reivindicador o legitimador de por qué matar esa cantidad de personas, por qué eliminar no solo físicamente, sino del registro de lo representable, de lo sepultable, a tanta gente, no es nuevo. Venimos escuchando el “por algo habrá sido” hace muchísimo años. Sin embargo se pudo avanzar en una reflexión colectiva en relación a eso y también se produjo prueba sobre el accionar de la dictadura por las vías más legitimadas que tenemos socialmente para establecer la verdad: la judicial, la forense, la científica. Eso no lo borra el negacionismo. Hubo miles de testigos declarando en juicios, cuerpos identificados en fosas comunes… Nada de esto es incompatible con el terror que sigue generando la presencia de miles de otros que no sabemos a dónde están, que no sabemos cómo murieron, que no podemos enterrar. Que no sabemos si estamos caminando sobre sus tumbas en algún momento, ¿no? Un poco eso es de lo que se trata el libro.

No es, entonces, un libro de denuncia.

--No discute con el negacionismo, sino con otra faceta que es la de los efectos más siniestros del Terrorismo de Estado. En otros momentos, hablar de esto hubiera abonado a un negacionismo que siempre se manifestó de distintas maneras, ¿no? Pero en este tiempo donde todo esto ya se sabe, ya se ha dicho, ya ha sido escuchado y quien niega es porque no quiere escuchar, podemos entrar en la propuesta del libro. Habla de cómo el terror no solamente afecta a las víctimas, sino también a las comunidades que están en los mismos lugares donde eso sucedió. A su vez, afecta también a los perpetradores, algunos han quedado unidos para siempre con el terror que sembraron. No es algo que yo invente, el material está ahí.

Recuerdo el primer periódico de H.I.J.O.S. en Buenos Aires, tenía unos ojos en la portada y se llamaba “la mirada”, pensada como reconocimiento inmediato entre nosotres y también por la mirada acusadora a los genocidas. En tu libro aparece una mirada acusadora que no deja vivir en paz, pensando desde ese primera publicación, es casi justicia poética.

--Sí. Por lo que pude ver hay -bastantes más de lo que se piensa- testimonios de represores de distintos tipos y que tienen que ver con la relación carnal, de cuerpo a cuerpo que tuvieron con la masacre y con el grado de legitimación que tuvieron a lo largo del tiempo. Un jerarca habla poco y cuando lo hace sólo reivindica; pero claro, lo más probable es que no haya tenido que matar directamente a una mujer embarazada como narra un gendarme que testimonió en un juicio. Y además, a los inferiores les sueltan la mano, como se ve en el caso de Scilingo (quien denunció los vuelos de la muerte).

“La única fisura por la cual podemos asomarnos a una escena macabra y, a partir de ella, inferir lo que puede haber pasado con otras dos mil, dos mil quinientas personas que pasaron por La Perla”, escribe Mariana Tello Weiss en su libro sobre el testimonio de Carlos Beltrán, un hombre de campo de la localidad de Orán, en Salta, un gendarme que se rebela ante su capitán cuando le ordena matar a una mujer embarazada y termina declarando frente a la Conadep cómo se dispuso de esos cuerpos en una fosa que cavó unos de los condenados y cómo se les prendió fuego a los cadáveres antes de taparlos con tierra haciendo ahí un túmulo macabro.

¿Empezaste tu investigación cuando trabajaste en el Centro Clandestino de Detención La Perla, en Córdoba?

--Yo fui miembro del área de investigación de La Perla, al principio, mi trabajo era con sobrevivientes en la búsqueda de señalizar el sitio, de generar una guión para narrar lo que sucedió ahí y que pudiera ser entendido, escuchado por quienes iban a asomarse a esa histora. Pero no podría decir cuando empieza. En 2001 comienza mi trabajo en relación a la represión del Terrorismo de Estado, apenas terminada mi carrera, desde entonces siempre me dediqué a esto. Ludmila Catela fue mi directora de tesis e hicimos un primer trabajo de campo en Jujuy que para mí fue clave porque yo soy de Jujuy. Tengo anotado en mi libreta de campo las referencias de gente de del pueblo de Guerrero, donde funcionó el centro clandestino al que llevaron a los obreros del Apagón de Ledesma, diciendo que de noche se escuchaban las ánimas gritar. Y en el resto de mis investigaciones aparecían todo el tiempo fantasmas. Ya estando en La Perla , donde empecé a trabajar en 2008, el tema era recurrente. Éramos muy pocos al principio, era un sitio muy desolado.

¿Esas notas tenían un destino, ya pensabas en escribir sobre esto?

-- Empecé mucho tiempo después, no lo desestimé nunca, me pareció importante dentro de las memorias del período lo espectral, pero también era una memoria difícil de trabajar científicamente porque el sentido común y el sentido científico dicen que los muertos no existen. Existe lo que hacen los vivos, los rituales. Pero el muerto, el muerto que actúa, digamos, sobre los vivos, que asusta, que acompaña, que aparece, no existe. Existe como resto material. La pregunta era qué hago con esto, cómo lo analizo. Podría haber escrito un libro de ficción. Pero me parecía que no tenía una textura de ficción para la gente que lo mencionaba.

Vos decís en el libro, con otras investigadoras, que la dictadura tuvo “una política de producción masiva de espectros”, por la sistematicidad de la desaparición ¿podrías ampliar esa idea?

--Esa categoría la trabajaron Mariana Eva Pérez y Estela Schindel. Estela tiene unas cosas escritas maravillosas, están citadas en el libro, y me animó a escribir académicamente sobre el tema. Una biopolítica de producción de espectros quiere decir que este resto sin resto (las y los desparecidos), que está escindido de su referencia material - los cadáveres, los huesos-, produce un tipo de disciplinamiento muy particular. Biopolítica y necropolítica, que es una reformulación de Achille Mbembé para pensar situaciones de explotación y muerte como son las plantaciones en Sudáfrica y el régimen esclavista en las que no se deja vivir ni se deja morir. A través de la eliminación de esas personas y de su eliminación del registro de lo sensible y lo representable (lo que no es, no está en ningún lado) se produce un control social. Quisiera que mi libro sea un aporte a comprender desde otro lugar eso que nombramos como terror de estado, que parece una cosa abstracta. ¿Qué es lo que nos aterra? Una fábrica de miedo que perdura hasta hoy, en nuestros cuerpos, como una forma de control social. ¿Cómo se fabrica ese miedo que perdura hasta el día de hoy?

Decís “en nuestros cuerpos” como si fuera más allá también del registro de la palabra.

--Es que no se basa en lo tangible y en lo comprobable. Porque no es el lado A de la experiencia.Es el lado que no se menciona, donde no se entiende, donde se vuelve a no entender un montón de cosas. Eso necesita un marco, un cierre. Yo espero que la publicación del libro también funcione como un ritual. Y como un abrazo amoroso a esos muertos y entre nosotros también. Creo que traer esas experiencias a la palabra sea algo que contribuya a socializar también ese estrago que causa la presencia sin sepultar de tantos muertos. Toda la escritura del libro fue como un ritual de conjuro, de homenaje, de buscar la palabra que más me gustaba para para cada cosa. Y también fue un ritual con cada una de las personas con la que con las que conversé.

¿Qué te pasa frente a la desarticulación y abondono total de los sitios de memoria?

-Me da mucha tristeza. Son lugares en los cuales pusimos muchos años de lucha, muchos años de trabajo, muchos años de esfuerzo enorme justamente por transformar esta cosa siniestra apegada a esos lugares en algo que se pudiera nombrar, que se pudiera transitar, en el cual las víctimas se pudieran sentir a gusto entre comillas, para hacer sus duelos desde un lugar amable. Conservarlos también como pruebas judiciales. Pero esa tristeza acude también en relación a la ciencia, me pasa con los jubilados, me pasa con la democracia, con la Constitución, me pasa con muchas cosas. Pero la sociedad se moviliza muy masivamente por estos temas. Hay retrocesos muy grandes pero también se ve en la calle que la voluntad popular es muy potente. Y eso seguramente se verá también este 24 de marzo.