El canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, jugó su última carta este lunes en Berlín y perdió. El parlamento de Alemania votó por amplia mayoría en contra de una moción de confianza, lo que significa que ese Gobierno no puede continuar y que la máxima potencia económica de la Unión Europea (UE) irá a elecciones anticipadas para elegir a sus nuevas autoridades el próximo 23 de febrero.
Apenas 207 de los 733 diputados expresaron su confianza en la continuidad del Gobierno socialdemócrata de Scholz, lo que obliga ahora -por la Constitución alemana- a que el presidente Frank-Walter Steinmeier disuelva el parlamento federal y convoque a elecciones para elegir un nuevo pleno. La o las fuerzas políticas que consigan una nueva mayoría parlamentaria en las urnas podrán formar el próximo Gobierno.
Tras la votación, el titular del Bundestag (parlamento federal), Barbel Bas, sentenció: "Llegamos al final de nuestra agenda del día...y también al final de la coalición semáforo". Así se conoció a la coalición que llevó al gobierno a Scholz hace casi tres años: la socialdemocracia roja, los liberales amarillos del Partido Democrático Libre (FPD, por sus sigla en inglés) y los Verdes, los ecologistas. El ahora jefe del gobierno saliente sonrió ante el comentario de Bas y se retiró del pleno con un destino obligado: el palacio presidencial para oficializar su caída.
Las claves de la caída del primer gobierno post Merkel
El principio del fin para Scholz comenzó hace casi un mes cuando el canciller echó a su ministro de Finanzas y líder de los liberales del FPD, Christian Lindner. Hacía tiempo que no se ponían de acuerdo con el plan económico y cada uno culpaba al otro del estancamiento que atravesaba el motor económico de la UE. El año pasado, los liberales ya habían concluido que ser parte de un gobierno que parecía no tener una ruta clara para salir de la parálisis económica les había costado las elecciones regionales. Pero durante casi un año ninguno quiso romper porque ninguno se sentía lo suficientemente fuerte para volver a medirse en las urnas en unos comicios generales anticipados como los que deberá convocar ahora el presidente Steinmeier.
Pero la salida de Lindner terminó de sellar la crisis. Con él se fueron otros funcionarios liberales y la coalición semáforo perdió el color amarillo. Dilatar la crisis, además, demostró haber sido la peor decisión electoral. Porque cuando la crisis finalmente estalló y no hubo marcha atrás posible, los sondeos de opinión no podían ser peores para los tres partidos del oficialismo ahora fallido: hace solo una semana, una encuesta había pronosticado que si las elecciones fueran ahora, ganarían los conservadores cristianodemócratas de la CDU (el partido de la ex canciller Angela Merkel) con un 32% y el segundo lugar sería para la extrema derecha neonazi AfD con 18%. La socialdemocracia de Scholz, la SPD, quedaría tercera con un 16% de los votos, los Verdes cuartos con un 14% y los liberales del FDP, quintos pero sin poder siquiera alcanzar el umbral electoral necesario para ganar una banca en el parlamento federal.
La CDU parece haber capitalizado el creciente malestar popular con el Gobierno y haber esquivado las críticas a la herencia de algunas decisiones de Merkel, principalmente su política energética y de alianza estratégica con Rusia. La ex canciller, que gobernó la potencia europea durante casi dos décadas y se jubiló con altos niveles de popularidad, había decidido apagar todas las centrales nucleares del país -como consecuencia del accidente en Fukushima tras el tsunami que sufrió Japón en 2011- y apoyar una parte importante de la matriz energética en el suministro de gas de Rusia. El proyecto del gasoducto Nordstream 2 fue el emblema de esta asociación. Sin embargo, todo esto voló por las aires cuando Moscú invadió y ocupó gran parte de Ucrania, desató una guerra y Estados Unidos forzó a sus aliados europeos a sumarse a su política de sanciones comerciales, financieras y políticas contra el presidente Vladimir Putin, su entorno y las principales fuentes de ingresos de Rusia.
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El Nordstream 2 incluso fue atacado y, al día de hoy, Moscú sigue sosteniendo que fue Estados Unidos, país que -tanto bajo gobiernos demócratas como republicanos- se opuso siempre a su construcción y, de fondo, a la alianza Merkel-Putin. Después de todo, la canciller alemana buscaba fortalecer a la UE sin depender de su aliado estadounidense, a quien veía cada vez más inestable en su estrategia internacional, especialmente tras la primera victoria electoral de Donald Trump en 2016.
En abril de 2023, después de una dura crisis de precios internacionales del gas por las sanciones impuestas a Rusia y de un año con fuerte inflación para Europa, en Alemania se apagó la última central nuclear, según el plan establecido por el gobierno de Merkel y aplaudido por los ecologistas. Sin poder recostarse en el gas ruso, como había pensado la ex canciller conservadora, Berlín -y también otros países europeos- tuvieron que recurrir a importar más gas de Estados Unidos y terciarizar a altos precios el gas ruso desde India.
El gobierno de Scholz no tenía plan B ni pudo desarrollar uno en estos últimos dos años. Tampoco pudo navegar con éxito la creciente tensión comercial y polarización global entre Estados Unidos y China. Alemania sufre hoy la apertura comercial de sectores claves para su industria, como la metalúrgica, y tuvo que renunciar a su plan de transición energética, especialmente en el sector automotriz, porque Beijing ganó la carrera y desarrolló como ningún otro país a escala masiva la construcción de autos eléctricos.
En casi tres años, Scholz y la socialdemocracia no consiguieron presentar y ejecutar un proyecto económico que se adapte a la nueva realidad internacional tras la guerra en Ucrania. Mucho menos parecía preparado para enfrentar la convulsión comercial global que se espera con el segundo gobierno de Trump, quien asume en apenas un mes, el próximo 20 de enero.