"Aunque sé que doy la impresión de ser una persona que se mueve con la cabeza, casi siempre lo hago con el corazón", dice Emilia Mazer en una mesa de un café en Caballito, antes de hablar de José María Muscari, director que la dirigió en numerosas oportunidades -8 mujeres, El secreto de la vida, La casa de Bernarda Alba, Derechas- y con quien tiene una cariñosa amistad. "Me siento honrada de que me llame como actriz principal o para reemplazos, no se me mueve el ego de lugar por eso", agrega en un mano a mano con El Destape, de cara al reestreno de Perdidamente, nueva creación del dramaturgo que cuenta la historia de una jueza que sufre Alzheimer.
En un mano a mano íntimo Mazer, que tiene en carpeta el estreno de la serie En el Barro (precuela de El Marginal donde interpreta a la madre del personaje de "La China" Suárez) y la adaptación teatral de La Ballena, película que llevó al estadounidense Brendan Fraser a la carrera por el Oscar y que en Argentina se podrá ver en mayo del 2025, con Julio Chávez en el protagónico, reflexiona en torno a sus grandes éxitos, aprendizajes y frustraciones en su carrera para llegar a su presente feliz.
- ¿Qué te gusta del modo de producción de Muscari?
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Muscari es como (Pedro) Almodóvar: conoce mucho a las mujeres y pinta el mundo femenino de una manera muy cruda. Creo que él no sabe el humor que tiene y que a veces piensa que escribe en un modo serio, pero termina produciendo éxitos que resultan desopilantes. Sus obras son un “grotesco pop argentino”.
8 mujeres, la primera obra que hice con José María, fue maravillosa y un éxito descomunal. Siento que ahí él se arrepintió de no haber hecho la adaptación del texto, a pesar de que desde la dirección la recontra adaptó y no cobró un mango. Ese musical fue un punto de inflexión en su carrera como director.
- En Perdidamente se habla del Alzheimer desde un tono de comedia. ¿Qué te produjo el texto en relación al tema que aborda, la enfermedad?
Para empezar, la sensación de que detrás de la comedia hay un texto muy bien escrito y estructurado por Muscari y por Mariela Asensio. El teatro es cómo lo contás, no lo que contás. Los temas que nos atraviesan a los seres humanos circulan alrededor del amor, la locura y la muerte… no son tan amplios. El tema es qué enfoque se utiliza para hablar de ellos. La enfermedad es un tema que me atraviesa, pero no suelo hablar tanto de lo propio y prefiero centrarme en los personajes. De hecho, en la vida hay gente que cree que estoy interpretando un personaje. Es loco… me ha pasado con hombres que no se encontraron nunca con la mujer, sino con la actriz que proyectaron en sus cabezas.
- ¿Te enoja eso?
Sí, pero también me río de lo que me frustra porque hay que sobrevolar las cosas que no nos gustan. En ese sentido, todas (las actrices de Perdidamente) tenemos algo que sanar con la obra y en mi caso particular es bastante. Siempre encontré en el teatro un pretexto para resolver cosas de la vida.
- Interpreto que esta obra ha sido movilizante para vos.
Lo fue para todas. Una de las cosas más movilizantes que me pasó fue entender que el texto habla de no quedarse solo. No es casual que Perdidamente nombre a la pandemia, que comprendió un período de tiempo en el que mucha gente se quedó aislada. Y no hablo solo de los mayores, esto afectó a todos. Todos entramos en una ralentización mental, en un Alzheimer, porque se jodió muchísimo la función social y emocional, que es lo que enriquece las partes del cerebro que nos permiten sentir amor y empatía. Eso fue tremendo, y también lo fue estar en contacto con la muerte todos los días, al punto de naturalizarla y que ni siquiera afecte. Vivimos en una sociedad que no llegó a despedir a sus muertos y que tiene la misma contundencia que tener dos generaciones de jóvenes muertos: una desaparecida y una muerta en Malvinas.
- La obra es un canal para hablarle a quienes perdieron a sus seres queridos.
Nosotros no hablamos de lo social, ni entre nosotras ni con Muscari, pero la obra habla de la memoria. No hay que hacerse los boludos con la importancia de la memoria no solo en lo personal, sino en lo social. A veces me preguntan cuál es el éxito de Perdidamente y la verdad es que yo creo que da en una herida social que la gente necesita sanar. También ocurre que somos una sociedad que olvida fácil…
- ¿En qué estado encontrás la memoria de Argentina en el presente?
En un estado fatal… tan mal que me puse a hacer una Diplomatura en Historia con Felipe Pigna, porque quiero empezar por casa para después ir hacia la platea y hacia lo social. Estamos viviendo un momento realmente crítico para la memoria en nuestro país y un buen ejemplo es lo que pasa en los colegios que no han modificado los planes de estudio. Hoy, un chico que puede votar a los 16 años no tiene la información de lo que ocurrió en el Siglo XX en Argentina. Frente a esto me he encontrado con preguntas de mi hija sobre por qué seguía viendo a San Martín y los granaderos -algo maravilloso de aprender- durante años de la primaria y la secundaria… la verdad es que falta que los jóvenes aprendan más sobre nuestra historia reciente y sobre los horrores que se vivieron hace no tantas décadas atrás.
- Para así evitar que personas y discursos que atrasan y que creíamos superados puedan volver a estar en el centro del poder…
Absolutamente. Y con miedos que creíamos superados. Veo una incontinencia verbal en cuanto a la agresión y me parece que eso habla de una falta de amor y empatía en la sociedad. Son tiempos raros, pero de mucho aprendizaje. Pero para eso hay que tener información. Pertenezco a una generación a la que no le enseñaron el Siglo XX porque se educó en dictadura y no llegó a estudiar ni el Gobierno de Irigoyen ni el de Perón. Sabiendo esto empecé por mi instrucción antes de bajarle línea a mi hija, viendo alguna película juntas o participando de actividades con el colegio. Me acuerdo una vez que la escuela la llevó al Museo Malvinas en quinto grado y yo pedí ir como mamá. Cuando pasaron un documental sobre lo que ocurrió en Malvinas, las maestras no decían nada: aparecían los dictadores, Galtieri, y como nadie de los adultos decía nada sobre el contexto histórico, decidí abrir la boca y hablarles a los chicos. Fue raro, pero me quedé muy tranquila de haberlo hecho y sembrar una semilla de reflexión.
Este año me metí a estudiar una Diplomatura sobre el Siglo XX con Felipe Pigna, que es bárbaro, y voy despacito. Me fui a la gira de Perdidamente con los apuntes, contenta porque siento que estoy llenando ese vacío que me dejó la escuela y desde ahí le puedo enseñar y debatir ideas con mi hija. Debo confesar que me encantaría que ella también aprenda con Pigna, porque es un hombre que siembra el interés por la historia en la gente.
MÁS INFO
Una película que cambió su vida y despertó pasiones y demonios
- ¿Cómo descubriste la actuación?
De muy pendeja, a los 6 años ya quería actuar. A los 8 adapté un libro de tercer grado del colegio y lo presenté con una amiga en el living de casa ante mis viejos, que pagaron entradas de un peso moneda nacional para vernos (risas). En el colegio era muy estudiosa pero disimulaba y a veces quería sacarme un uno simplemente para que no me hicieran bullying... porque me gustaba estudiar. Amaba leer, me parecía que no se podía pasar por esta vida al pedo, desaprovechando el tiempo.
Cuando fue la Guerra de Malvinas ya estudiaba teatro y me gustaba ensayar en soledad situaciones de película en las que encontraba un soldado y nacía el amor. No pasó mucho tiempo desde esa proyección hasta que hice el casting de Los chicos de la guerra. ¡Sentía que ya tenía ensayadas las escenas! Lo viví de una forma tan natural.
- ¿Cómo viviste el rodaje de esa película habiendo sido parte de la generación que creció con la dictadura y que vivió los primeros años de la vuelta a la democracia?
Empecé a filmar Los chicos de la guerra a los 19 años y me cambió la vida para siempre, porque me hizo ver la historia desde otro lado. Debo reconocer que en ese momento estaba más centrada en la violencia que sentía por salir desnuda en la película y por lo que me decían en mi entorno y algunos hombres grandes con los que me tocó trabajar. Estaba un poco apabullada porque no tenía referencias de otras actrices pares a quienes preguntarles algunas cosas, me sentía sola y mis padres estaban muy mareados porque pertenecían a otro mundo. Mi papá era contador y mi mamá abogada, y de pronto se sentían interpelados por una hija que quería ser actriz y ponerse en bolas en una película cuando la sensación en el ‘84 era que todavía estábamos en dictadura. Los Falcon verdes y el aparato represivo parapolicial seguían funcionando, la democracia no apareció de la noche a la mañana.
Desde el punto de vista de lo que aprendí esa película fue lo mejor que me pudo pasar en la vida a nivel personal, social y político, y como actriz inmediatamente después hice con Jorge Coscia y Guillermo Saura Sentimientos: Mirta de Liniers a Estambul, una película sobre el exilio, que me permitió acercarme a autores como Benedetti y a un grupo de actores militantes que me enseñaron muchas cosas de la vida.
- ¿Dudaste en hacer el desnudo en Los chicos de la guerra?
Muchísimo. Es algo imposible de entender desde la lógica de hoy, porque después de mi desnudo hubieron muchas actrices que salieron en corpiño y bombacha en las tapas de las revistas, pero a mi generación le estaba vedado todo eso. Cuando me ofrecieron ser tapa de Playboy sentí que no correspondía hacerlo porque o eras una actriz seria o eras cualquier cosa. Viví en carne propia los cuestionamientos por haber salido del cine para hacer teatro en el San Martín, dirigida por Agustín Alezzo, y al mismo tiempo ser contrafigura de una telenovela en Canal 9. En esos años me perdí de muchas cosas que me hubieran hecho ganar más plata y ser más famosa: una tapa en GENTE, le dije que no a Playboy, todas las películas que hice en mi entrada al cine fueron en cooperativa (risas). Hoy lo veo en retrospectiva y no me arrepiento de nada.
- ¿Qué te ocurre cuando se refieren a vos como una “sex symbol de los ‘80”?
¡Me río mucho! Yo ahora no me veo MILF, pero mi hija me carga y me dice “sex symbol de los ‘80” (risas). Vio Los chicos de la guerra en la pandemia, en CINE.AR, y su mirada sobre el desnudo fue tan tierna que yo dije ahí “qué lindo premio de la vida” llegar a que mi hija pueda hacer esa reflexión sobre la película cuando yo, en su momento, sentía la represión del novio que tenía en ese momento, de algunas amigas y compañeras de teatro, y el cuestionamiento y la culpa que me llevaba cuando me decían barbaridades por la calle o delante de algún novio que se espantaba escuchando las cosas que me decían.
- Recuerdo que al poco tiempo de Los chicos de la guerra te crearon un romance con Federico Luppi…
Y Federico en ese momento tenía exactamente la edad de mi papá. Obviamente hay parejas que se arman entre hombres con edades de padres, pero yo nunca busqué una figura paterna y curiosamente no me gustan los hombres mucho más grandes que yo. Cuando ocurrió lo de Luppi justo estaba haciendo televisión y pasé de ser la protagonista de la historia de amor a la villana de la película, era vista como “la mujer que le afanó Federico Luppi a Haydée Padilla”. La verdad es que nunca le afané nada porque nunca tuve nada con él. Siempre lo respeté mucho como actor y en el momento no me animaba a contar como me perjudicó laboralmente ese rumor.
- ¿Pudiste hablar de este tema con Federico?
Sí, y me dijo que no había que aclarar nada. Una colega mía de ese momento me contó que él nunca lo negó porque le garpaba bien. Me consta que Federico tuvo mujeres más jóvenes a su lado -y de hecho he conocido a varias-, pero la verdad es que lo que más me molestó del tema fue que no se dijera la verdad. Por este tema me pasaron algunas cosas terribles. Una vez habíamos ido con mis amigas a Palladium y mientras ellas bailaban, yo escuchaba como había voces que decían “esa es la novia de Federico Luppi”. Me excluían de algunas situaciones y por eso llegué a pensar que era fea.
- ¿Quiénes fueron tu sostén en ese momento de tu vida?
Terapia desde los 17 en adelante, toda la vida. Soy una persona de una gran fortaleza, pero me la tuve que ir haciendo, y he sabido pedir ayuda.
Lo más patético de todo fue que mis viejos creyeron la misma historia y mi mamá me culpabilizaba de haberle cagado la vida a Haydée Padilla. Resulta que mi papá la había dejado por una mujer más joven. Ella identificó la misma historia y pensó que yo estaba haciendo lo mismo. El título es loco, lo sé, pero mi mamá me trató como la villana de la película.
- ¿Cómo se recompone un vínculo después de esa herida?
Con amor incondicional, yo la he amado mucho a mi mamá. Pienso que no sé qué hija zafa alguna vez de su mamá (risas).
- ¿Sentís que la industria está cambiando para bien y que hoy las actrices están más acompañadas?
Hace nada, cuando tenía 50 años, filmé un desnudo para una serie que se hizo en Rosario y prometí no volver a hacer otro nunca más. No fue una decisión movida por el prejuicio, ya que si fuese por mí haría desnudos hasta con 80 años, sino porque considero que aún hay gente a la que le falta mucho aprendizaje. Un día de rodaje el director me marcó una acción y me negué porque no le sumaba nada a la escena y me humillaba. Me pedía una felación en cámara. ¿Para qué? No es algo que hice a los 20 años y no lo haría ahora. Visto a distancia, la intuición no me falló porque resultó que el director era un pajero. A los 10 días de filmación, cuando ya me estaba yendo, fui a despedirme de este tipo, y no solo no me saludó sino que terminó ofendido porque no había querido hacer la escena de la felación debajo de una sábana. De ese trabajo me fui llorando. Me parece que esa historia responde muy bien la pregunta. Aún falta muchísimo, todavía no estamos deconstruidos y vivimos en un mundo de slogans.
Perdidamente reestrena el próximo 15 de enero con funciones de miércoles a domingos en el Multiteatro (Avenida Corrientes 1283, CABA).