José Ángel Cruz Morales no habla de apuestas como quien comenta un marcador. Habla de números, de sesgos, de incentivos ocultos y de decisiones que parecen racionales… hasta que las miras de cerca. Periodista de datos, investigador en analítica de iGaming y modelador de cuotas, José Ángel Cruz lleva años moviéndose entre dos mundos que rara vez dialogan sin fricciones; el del relato público sobre el juego y el de la matemática que realmente lo sostiene. Desde México, y con una mirada crítica que mezcla estadística, periodismo y regulación, desmonta mitos muy asentados sobre las cuotas, la “suerte” y la supuesta neutralidad de los mercados de apuestas.
José Ángel Cruz Morales, para empezar por lo básico: cuando un usuario ve una cuota, ¿qué está viendo realmente?
Lo que ve es una cifra sencilla, aparentemente objetiva, que promete traducir la realidad a un número claro. Pero eso es solo la superficie. Una cuota no es una probabilidad “pura”, ni una predicción desinteresada de lo que va a pasar. Es una construcción. Detrás hay un modelo estadístico, sí, pero también hay ajustes comerciales, márgenes, gestión de riesgo y, sobre todo, comportamiento esperado del jugador.
Las casas no buscan adivinar el futuro, buscan equilibrar exposición y rentabilidad. Eso significa que la cuota refleja tanto lo que puede pasar como lo que creen que la gente va a apostar. Por eso siempre digo que entender cuotas sin entender incentivos es quedarse a mitad del camino. El número es correcto desde su lógica interna, pero no es neutral.
En una de tus frases más citadas dices que “detrás de las cuotas hay un precio disfrazado de probabilidad”. ¿A qué te refieres exactamente?
Me refiero a que la cuota funciona como un precio, no como una verdad matemática. Cuando digo que “detrás de las cuotas hay un precio disfrazado de probabilidad”, lo que intento señalar en mis publicaciones es que la industria usa el lenguaje de la estadística para presentar algo que, en el fondo, es una transacción comercial.
Una probabilidad real debería sumar 100% entre todos los posibles resultados. Las cuotas no lo hacen: siempre suman más. Esa diferencia es el margen, el “coste” de participar. Pero ese coste no se presenta como comisión, sino como ajuste probabilístico. Y eso tiene un impacto psicológico enorme, porque el jugador siente que está operando con probabilidades, no pagando un precio por hacerlo.
¿Crees que el apostador medio es consciente de ese margen y de cómo afecta a largo plazo?
En general, no. Y no porque sea ingenuo, sino porque el sistema está diseñado para que no lo sea. El margen no es evidente, no aparece en grande, no se explica con claridad. Además, el foco suele ponerse en el acierto puntual, en la racha, en la cuota alta que “salió bien”.
El problema es que el margen actúa como una erosión constante. Puedes ganar hoy, mañana y pasado, pero si juegas indefinidamente en mercados eficientes, el valor esperado es negativo. Eso no es una opinión, es matemática básica. La mayoría de los jugadores evalúa su rendimiento en términos narrativos (“esta la tenía clara”, “me robaron”), no estadísticos. Y ahí es donde se pierde la perspectiva.
Tú vienes del periodismo de datos. ¿Qué aporta esa mirada al análisis del juego y las apuestas?
Aporta incomodidad, que es muy necesaria. El periodismo de datos te obliga a preguntar “¿esto es realmente así?” y a comprobarlo con números, no con intuiciones. En el juego online hay muchos relatos instalados: que el jugador experto siempre puede ganar, que ciertas estrategias “rompen” el sistema, que la casa siempre sabe algo que tú no.
Cuando analizas datos reales, como distribuciones, varianzas o simulaciones, muchas de esas ideas se caen solas. Mi trabajo consiste, en parte, en traducir conceptos estadísticos complejos a un lenguaje que permita a los usuarios de cualquier red social entender dónde están los límites reales del juego. No para demonizarlo, sino para quitarle la épica falsa.
Has trabajado en modelado de cuotas y métodos bayesianos. ¿Qué papel juega hoy la tecnología en todo esto?
Un papel central. Los modelos actuales son mucho más sofisticados que hace diez o quince años. Incorporan datos en tiempo real, ajustan probabilidades durante un evento y aprenden del comportamiento de los usuarios. El enfoque bayesiano, por ejemplo, permite actualizar creencias a medida que entra nueva información, algo clave en apuestas en vivo.
Pero esa sofisticación no implica justicia automática. Al contrario, cuanto más preciso es el modelo, más fácil es optimizar márgenes y segmentar perfiles. La tecnología no hace el sistema más ético por sí sola; solo lo hace más eficiente. Por eso es tan importante que vaya acompañada de regulación y de educación estadística básica para el usuario.
Justamente, ¿cómo encaja el juego responsable en un entorno tan técnico y optimizado?
Debería ser un pilar, no un añadido. El juego responsable no puede limitarse a mensajes genéricos del tipo “juega con moderación”. Tiene que basarse en datos: patrones de riesgo, comportamiento compulsivo, pérdidas acumuladas, frecuencia de apuesta.
Desde la analítica se pueden detectar señales tempranas muy claras. El problema es que muchas veces hay un conflicto de intereses: intervenir demasiado pronto reduce ingresos. Ahí es donde la regulación y la ética profesional entran en juego. No basta con poder hacerlo; hay que querer hacerlo.
Para cerrar, ¿Si tuvieras que dar un consejo claro a quien apuesta de forma habitual, cuál sería?
Que deje de preguntarse tanto “¿voy a ganar esta apuesta?” y empiece a preguntarse “¿qué estoy pagando por jugar?”. Entender el coste implícito cambia por completo la relación con las apuestas. Ya no se trata de vencer al sistema, sino de saber cuándo tiene sentido participar y cuándo no.
El conocimiento no garantiza ganar, pero sí reduce la ilusión. Y en un entorno donde la ilusión está cuidadosamente diseñada, perderla un poco puede ser la forma más sana de jugar… o de decidir no hacerlo.
Este contenido tiene fines informativos y periodísticos. El Destape no promueve ni recomienda la participación en apuestas o juegos de azar.
