Luchas, redes y conquistas: la comunidad LGBTIQ+ organizada

A lo largo de la historia, la comunidad LGBTIQ+ enfrentó la patologización, la discriminación y la exclusión. Le hicieron frente a través de diversas estrategias y tejiendo redes con diversas organizaciones políticas, partidarias y de derechos humanos. Las voces de les protagonistas.

14 de febrero, 2025 | 20.05
Militantes del Frente de Liberación Homosexual (FHL) en la Plaza de Mayo, en 1973. Militantes del Frente de Liberación Homosexual (FHL) en la Plaza de Mayo, en 1973.

“Para que reinen en el pueblo el amor y la igualdad”. La bandera con esa consigna estaba apostada en la Plaza de Mayo y sostenida por militantes del Frente de Liberación Homosexual (FLH), la primera organización de la diversidad de la que se tiene registro en Argentina. Llegaron hasta ahí para recibir a Héctor Cámpora tras 18 años de proscripción peronista con la intención de también ser parte. Pero el recibimiento no fue el que esperaban. “No somos putos, no somos faloperos…”, les cantaron en la cara y ellos sintieron el rechazo en el cuerpo. El camino de la comunidad LGBTIQ+ para salir del clóset y de la clandestinidad y convertirse en sujetos de derechos no fue sencillo en aquel 1973, ni después. Aun así, años de construcción y de lucha convirtieron al país en emblema de igualdad en América Latina.

Tras los exilios y las desapariciones durante la última dictadura cívico militar (1976-1983) y en medio de la persecución de los años 80 y 90, el colectivo creó redes, luchó, resistió, ganó. Lo logró con la disputa de sentido en los medios de comunicación y en la calle con la visibilización como estrategia política.

Este proyecto lo hacemos colectivamente. Sostené a El Destape con un click acá. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

La apertura democrática y el regreso de exiliades abrieron la puerta al compartir experiencias y, también, a que las luchas se identificaran entre sí. Porque mientras Madres y Abuelas de Plaza de Mayo –junto con otros organismos de derechos humanos- impulsaban los juicios a genocidas y buscaban a nietos, hijas e hijos, las maricas luchaban contra los edictos policiales persecutorios y por el reconocimiento de la identidad y las lesbianas y feministas se organizaban para exigir el divorcio vincular y el aborto legal en lo que eran los encuentros nacionales de mujeres, hoy plurinacionales y de las diversidades. Todas, en definitiva, buscaban garantizar derechos que permitan vivir vidas dignas de ser vividas.

Putos, maricas, travestis y lesbianas interpelaban y escrachaban a políticos, rompían documentos de identidad ante las cámaras de televisión, hacían campañas antidiscriminación y exigían que el Estado diera respuesta para lo que fue la epidemia del VIH/SIDA.

La historia es larga y la cantidad de caracteres en esta nota injusta en este repaso arbitrario sobre lo que construyó la comunidad en poco más de 40 años de democracia que busca, desde la voz de algunas de sus protagonistas, dar cuenta de cómo se consiguieron los derechos que el Gobierno nacional de Javier Milei recorta y amenaza con quitar a fuerza de instalar discursos de odio.

La dictadura

Documento del FLH difundido por la Asamblea Antifascista y Antirracista en la previa de la marcha contra los discursos de odio contra el presidente, Javier Milei.

El acercamiento con el peronismo no fue el único intento que tuvieron ni el único con el que fallaron. Las organizaciones marxistas leninistas y trotskistas también entraron en la lista, algunas mostraron más o menos apertura ante este sector de la población que se había sumado a aquel día histórico con la intención de también ser parte de la lucha anticapitalista, hacerse visibles y romper con la marginación y el sometimiento.

De hecho, el FLH fue confluencia entre los grupos Nuestro Mundo, Eros, Bandera Negra y Grupo Safo con escritores, académicos y sindicalistas del Correo Argentino, entre otros; y la dictadura también fue por ellos: se calculan que son unas 400 personas de la comunidad detenidas desaparecidas, pero la Iglesia en su momento presionó para dejarlas a un lado de los archivos de la Comisión Nacional de Desaparición Forzada de Personas (CONADEP).

El retorno de la democracia

Cesar Cigliutti y Marcelo Suntheim, el 18 de julio de 2003, cuando se convirtieron en el primer matrimonio homosexual en ser reconocido en Argentina y en América Latina.

La apertura democrática trajo consigo “el destape”. Así llamó la historiadora Mabel Bellucci en su libro Orgullo. Carlos Jáuregui, una biografía política a la época que comenzó con un incipiente circuito homosexual con “respeto policial” que acabó pronto. “Las razias de la primera democracia se encargaron de limpiar de maricones las calles porteñas. Entre el 20 de diciembre de 1983 y el 21 de marzo de 1984, escasos tres meses, se detuvo a la increíbles suma de 21.342 personas por averiguación de antecedentes”, cita ella a Osvaldo Bazán, en Historia de la Homosexualidad Argentina. En ese contexto, surgió la Comunidad Homosexual Argentina con Carlos Jáuregui como presidente.

“La estrategia siempre fue la articulación y estuvo en permanente evaluación en la comunidad. En 1984, cuando retorna la democracia se forma la CHA para pelear contra la represión policial institucional e inmediatamente se amplían los objetivos a la lucha por los derechos humanos de la comunidad, un objetivo amplio”, rememoró ante El Destape Marcelo Suntheim, protagonista de la primera unión civil reconocida en Argentina y en América Latina junto con César Cigliutti, en 2003, cuando eran secretario y presidente de la CHA.

Ganar el derecho de asociación para plantear cuestiones al Estado desde un lugar formal fue, si se quiere, el primer paso porque hasta ese derecho les negaron cuando la Inspección General de Justicia y la Corte Suprema consideraron que la organización “no cumplía con los objetivos del bien común” que exigía la norma vigente.

Raúl Soria y Carlos Jáuregui, ambos integrantes de la CHA-Argentina.

“Uno de los instrumentos más valiosos de la lucha fue conquistar la visibilidad y en esas estrategias no sólo estuvo incluida la lucha judicial para la personería jurídica (N de R: que finalmente ganaron por decreto presidencial), sino que también el escrache a (presidente Carlos) Menem y la construcción de la primera Marcha del Orgullo, en 1992. Esa fue la gran conquista, no simbólica, sino práctica, porque para conquistar derechos había que presentarse”, apuntó Suntheim.

Lohana Berkins junto a Carlos Jáuregui, en el Primer Encuentro de Organizaciones LGTB en Rosario, 1994. Fotografía de Valeria García.

Y ser visibles en ese momento no era poco: presentarse como gay o lesbiana ante la prensa y reclamar derechos era “pagar un costo altísimo, tan alto que la gente no puede imaginarse”, contó Suntheim con un gesto en la cara que vislumbra incredulidad. El backlash, diríamos ahora, era automático. Significaba que la familia te expulsara del hogar, que los amigos te dieran la espalda y perder el trabajo. Muy pocos decidieron pagarlo: Jáuregui e Ilse Fuksova, entre ellos, ambos intensxs militantes. Él es recordado por la famosa tapa de la Revista Siete Días bajo el título “El riesgo de ser homosexual en Argentina”, que lo llevó a perder su trabajo como docente y a vivir y morir en casa de sus amigos; y ella es recordada por hablar sobre el ser lesbiana en el sillón de Mirtha Legrand.

Desde aquellos años, la CHA hace una campaña de concientización bajo el lema “no vote candidatos que discriminan”. Pero con el tiempo, fueron por más: lograron que la Ciudad de Buenos Aires incorporara en su Constitución un artículo que garantiza “el derecho a ser diferente” y, en 2002, en medio del “que se vayan todos” que se gritaba entre cacerolazos y piquetes hicieron que la capital del país se convirtiera en la primera ciudad de América Latina en reconocer la unión civil entre personas del mismo sexo aprovechando el descrédito de los políticos y el reconocimiento que la sociedad le otorgaba a las y los luchadores populares.

"César Cigliutti, entonces presidente de la CHA, fue quien propuso ir a la Legislatura y decirles en la cara que los políticos cobraban sus salarios, pero no trabajaban. Mientras tanto, nuestra comunidad luchaba por sobrevivir sin el reconocimiento de sus derechos de pareja", recordó Suntheim. El peso mediático de César y de la CHA fue clave: obligaron a la Legislatura a tratar el proyecto y, finalmente, se aprobó.

A 20 años de aquel momento histórico, Suntheim trazó un paralelismo entre el presente y el pasado. Comparte la violencia que hoy propagan el presidente Milei y su gobierno con la persecución y estigmatización de hace 35 años, cuando ser visible significaba un riesgo constante. Pero mantiene la esperanza. “Confío en la inteligencia del movimiento y de la comunidad para saber cuándo unirse, especialmente cuando el peligro es tan grande”, afirmó. Y destacó que esa estrategia se hizo evidente en la Marcha del Orgullo Antifascista con “unión y visibilidad”.

Travestis y trans: piquete, olla popular y lucha contra la represión policial

 

Alma Fernández, militante travesti, autora del cupo laboral travesti trans e impulsora de la Ley de Identidad de Género.

"Yo soy una travesti que salía de mi casa vestida de mujer a comprar pan y terminaba 30 días en un calabozo durmiendo con presos que habían asesinado y violado a personas. Y yo a eso no quiero volver y tampoco quiero que nadie mi comunidad lo sufra y ahí es cuando siento lo que sentía Lohana, que no podía parar la angustia, la desesperación de tramar, del pensar y articular", relató Alma Fernández, militante travesti, autora de la Ley de Cupo Laboral Travesti Trans, impulsora de la Ley de Identidad de Género y luchadora contra la persecución policial. 

Llegó a la capital desde Tucumán cuando tenía apenas 13 años, expulsada de su hogar. Era noviembre del 2000 y la crisis estaba a punto de estallar. Como tantas otras, creció con el peso de los Códigos Contravencionales y de Faltas, que criminalizaban su existencia bajo figuras como “actos de homosexualismo”, “vestirse con ropas del sexo opuesto” y “simulación de sexo”. Estas normativas -que comenzaron a ser derogadas a partir de 2007, pero persisten en algunas provincias- garantizaban la persecución policial y estatal de una comunidad cuya esperanza de vida alcanza hoy los 35 a 40 años de edad, por estar atravesadas por violencias estructurales.

Criada bajo el ala de históricas como Lohana Berkins, Diana Sacayán, Marlene Wayar, Nadia Echazú, Claudia Pía Baudracco y, más tarde otras, como Florencia Guimaraes, Alma aseguró que fueron ellas quienes le hicieron entender “que siempre hay que luchar”. Y ellas ya habían comenzado a tejer la red: desde finales de los años 80, exigían tener un documento acorde a su identidad y se organizaban en espacios como el Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (MAL), la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti y Transexual (ALITT) y Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR).

La resistencia la construían desde abajo y en varios frentes. “Nos llevaba a participar de las ollas populares de las barriadas, a cortarle la papa a la señora, para que te conozca o nos juntaba en la sede del Partido Comunista en el barrio de Flores”, contó Alma sobre Diana, la travesti piquetera, que juntaba a las travas que se prostituían para subsistir y les enseñaba a militar. La estrategia era simple: estar, hacerse conocer y romper el estigma con la cercanía. Mostrar que aquello que la sociedad sentía como ajeno, prohibido o que escondía, no era tan distinto.

Diana Sacayán, militante piquetera, travesti, sudaca, fundadora del Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación (MAL). Primera en recibir su DNI tras la aprobación de la Ley de Identidad de Género.

Así aprendieron a autogestionarse y a sostenerse entre ellas, para que el Estado luego reconociera esos derechos. Como hicieron con la cooperativa textil Nadia Echazú, para escapar de la exclusión y de la prostitución como único destino. Se abrazaron con Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Muchas de ellas madres y abuelas de aquellos que habían celebrado el regreso del peronismo con Cámpora en el 73, que el régimen militar convirtió en una generación detenida, desaparecida, torturada y exiliada que dejó rotos sobrevivientes.

Con el acompañamiento de mujeres como Laura Bonaparte, Hebe de Bonafini y Nora Cortiñas se abrieron el camino para “pequeñas conquistas” como el acceso a la salud, a la educación y al trabajo. “Que Marlene o Diana estudiaran en la universidad y se recibieran de investigadoras sociales fue también ganar y reparar habitando la lucha”, reflexionó. Aunque también recordó que todavía falta el reconocimiento del Estado por el genocidio travesti-trans por los años de persecución sistemática.

La militante travesti Lohana Berkins de la mano con la madre de Plaza de Mayo, Laura Bonaparte, en lucha contra los edictos policiales.

“La visión que Lohana nos enseñaba siempre era que teníamos que poner en perspectiva a la ciudadanía: ser y sentirnos ciudadanas de este país. Porque fuimos ciudadanas vulneradas, porque fuimos infancias arrojadas a la calle a prostituirse es que necesitábamos articular con los organismos de derechos humanos. Lohana bancaba mucho a las Madres y a las Abuelas porque sentía que había pasado por lo mismo. Todas habíamos perdido algo”, relató.

Ir por todo: “Mismo amor, mismos derechos con los mismos nombres”

El matrimonio igualitario fue un punto de inflexión en Argentina. Ante el abanico de opciones que se presentaban para dar la lucha, desde la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans (FALGBT) decidieron “ir por todos los derechos”. Así lo afirmó María Rachid, quien fue cara de la campaña que comenzó con la consigna “mismo amor, mismos derechos” a la que luego le sumaron “con los mismos nombres” por sugerencia de la militancia española que ya había encarado la misma experiencia de exigir la igualdad ante la ley.

“En España habían peleado por la unión civil y los sectores conservadores y de derecha, se oponían, pero cuando empezaron a hablar de matrimonio igualitario empezaban a proponer la unión civil para que no se aprobara el matrimonio. Entonces nos sugirieron trabajar directamente por todos los derechos e ir por la consigna de máxima que era la igualdad”, contó Rachid, quien hoy está al frente del Instituto contra la Discriminación de la Defensoría de CABA y es nuevamente presidenta de la FALGBT. Para ese momento, unos años antes ya habían comenzado a preparar el terreno con la presentación de recursos de amparo ante la justicia que sentaron precedentes y construyeron jurisprudencia que dejaba en evidencia la discriminación por parte del Estado para las parejas del mismo sexo.

Con esas banderas fueron a construir consensos con distintos sectores de la sociedad: desde referentes de la cultura, las ciencias, las religiones, de los diferentes partidos políticos hasta conseguir el compromiso del Gobierno Nacional. Y con ellos se enfrentaron a argumentos ridículos de los sectores conservadores y de la Iglesia Católica que vinculaban la homosexualidad con la pedofilia –como hace ahora el presidente Milei- y con el alcoholismo. Hasta llegaron a esgrimir que era “un problema” sólo de la capital o “de los puertos”. “Como si la diversidad llegara en barco”, se rió Rachid al cabo de 15 años haber logrado la aprobación en el Congreso Nacional.

A pesar de que la votación fue reñida en el Senado –con 33 votos a favor, 27 en contra y 3 abstenciones-, en la sociedad se consiguió el consenso mayoritario. No fueron suficientes las amenazas que docentes y familias recibían de sectores católicos en los pueblos ni la presión de haber llevado por primera vez el debate parlamentario a las provincias. “Fue una experiencia maravillosa. Al calor de estos debates se crearon muchas organizaciones, de hecho, la FALGBT empezó con cinco organizaciones y terminó con más de cien porque esto generó organización y lucha en cada punto del país”, contó Rachid, que marcó que ese momento fue clave para comenzar a introducir otras demandas de la comunidad, como la identidad.

Con la apertura de los medios, las escuelas, las universidades y el florecer de instituciones y organismos se impulsaron transformaciones que, más tarde, permitieron otorgar el reconocimiento ciudadano y político a otras identidades del colectivo, como lo fue la Ley de Identidad de Género, en 2012. 

Como cada vez para conquistar esa ley, y otras que vinieron después que les otorgaron derechos de ciudadanía para una de las poblaciones más excluidas, apelaron a la memoria y se apoyaron en la genealogía de las luchas que construyeron el camino hacia la igualdad en Argentina.

Este producto fue realizado como parte de la Beca Zarelia - Rompiendo Moldes “Transformemos los estereotipos de violencia y desigualdad” impulsada por Festival Zarelia @festivalzarelia, Wambra @wambraec y OxfamLAC @oxfam_lac.