Los industriales son castigados con la apertura comercial y la caída del mercado interno. Los comerciantes transitan una crisis de proporciones por la invasión de importados y la expansión del comercio electrónico local e internacional (Amazon, Shein, Temu). Los bancos están acorralados por los encajes elevados y el aumento de la morosidad. Pese al padecimiento material de una porción amplia del empresariado, las conducciones corporativas apoyan un plan que los tiene como víctimas. Por qué lo hacen es el interrogante que atraviesa el panorama económico-empresarial en estos dos años del gobierno de Milei. Hay, al menos, tres razones que se combinan: convicción política antidistributiva, intervención selectiva del lobby en coyunturas clave y una lógica de ganancia inmediata que suele devorar el valor de largo plazo.
Los últimos datos de la evolución industrial muestran la existencia de una catástrofe. A partir de la información de consumo de energía eléctrica, de demanda industrial y consultas a líderes del sector, la Unión Industrial Argentina (UIA) prevé para noviembre una baja de la actividad industrial del 6% en términos interanuales y un saldo negativo del 1% en la comparación mensual respecto a octubre.
La construcción retrocede poco más del 20% en relación a 2023, la producción de autos bajó 22% en noviembre en relación al mes anterior, la producción de bebidas cayó 6,9% y el consumo de energía eléctrica de grandes usuarios industriales lo hizo en 5,8%.
Con este cuadro de situación, el desvelo de muchos es tratar de encontrar cuáles son los motivos del mundo empresarial para acompañar el experimento económico y político de Milei. No se trata de una foto uniforme: el sufrimiento se extiende en el tejido productivo, pero el respaldo público se expresa con fuerza en la cúpula corporativa, que fija clima y ordena la agenda pública.
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Un apoyo mayoritario
Pese al pésimo resultado en el manejo de las finanzas y de la economía real, una parte central de la élite corporativa mantiene un firme respaldo al gobierno de Milei. Aquí aparece una primera explicación: el acompañamiento, además de cierta afinidad ideológica, se explica por convicción política. Milei encarna un liderazgo de confrontación frontal contra el proyecto distribuidor que el poder económico identifica con el peronismo/kirchnerismo.
Pero este apoyo colisiona con contradicciones sectoriales: el plan de desindustrialización deliberada, la apertura comercial sin defensas y la destrucción del mercado interno empiezan a golpear la actividad de quienes, al mismo tiempo, empujan reformas laborales regresivas y el desmantelamiento de funciones básicas del Estado. En ese punto aparece la tensión constitutiva del experimento liberal-libertario: promete disciplinar a los trabajadores y reducir del Estado, mientras empuja un modelo que puede devastar segmentos productivos enteros.
Para acercarse a la comprensión de esa tensión, se acaba de publicar un ilustrativo informe del Observatorio de las Élites (CITRA, UMET-CONICET) titulado “¿El lobby empresarial redefine la política? Análisis de posicionamientos públicos de la élite corporativa en la Argentina de Milei”, de Ana Castellani, Marina Dossi y Julia Gentile.
Una parte de la élite corporativa acompaña a su verdugo
El trabajo no se detiene en “lo que dicen los CEOs en privado”, sino en lo que declaran públicamente las principales asociaciones empresarias y corporaciones de cúpula: desde la UIA, la Sociedad Rural y la Cámara Argentina de Comercio (CAC) hasta AEA, AmCham y las entidades de bancos (ADEBA y ABA). Relevó comunicados y posicionamientos entre el 10 de diciembre de 2023 y el 15 de noviembre de 2025.
El resultado ofrece una interpretación política reveladora: las cámaras empresariales representativas de las élites no intervienen todo el tiempo; lo hacen cuando les importa. En un total de 130 comunicados, los picos de actividad se concentran en coyunturas críticas (diciembre de 2023, abril y diciembre de 2024, y especialmente julio y octubre de 2025). Es decir: la élite corporativa se activa cuando se disputan reformas estructurales y cuando la coyuntura obliga a fijar posición.
Este comportamiento ayuda a comprender cómo estos actores, con capacidad de lobby y visibilidad mediática, intervienen en la discusión sobre el rumbo económico del país y cómo sus ideas inciden en la orientación de las principales políticas públicas del gobierno nacional. “La élite empresarial no es un actor secundario: articula intereses, influye en decisiones estratégicas y proyecta sus ideas en la esfera pública”, indica el informe.
Con matices, la tendencia general es clara: predominan las posturas neutrales o favorables, y aparecen pocas observaciones negativas. El reporte sintetiza esa etapa en números: en el total de comunicados hubo 203 pronunciamientos favorables, 277 neutrales y 40 críticos. La foto, entonces, es la de un mundo corporativo que acompaña el rumbo y, al mismo tiempo, negocia condiciones puntuales en función a los intereses de su actividad.
La diversidad confirma que la élite corporativa combinó apoyos explícitos con reservas específicas, reflejando convergencias y tensiones en la disputa por las transformaciones estructurales. La disputa al interior del poder económico es una variable central para evaluar el rumbo y la viabilidad/sostenibilidad del proyecto político y económico de Milei. La historia local muestra que la intensidad creciente de las peleas intercapitalistas fueron el preludio de los posteriores estallidos sociales y económicos.
El informe lo expresa de este modo: “En definitiva, la élite corporativa actúa como promotora y, al mismo tiempo, como condicionante de los cambios estructurales. Su posicionamiento será determinante para comprender los límites y posibilidades de generar transformaciones estructurales en la Argentina contemporánea”.
Depredadores
Otro aporte para interpretar el comportamiento del poder económico con Milei lo entrega una entrevista de La Nación al especialista Pablo San Martín, que estudia la calidad de las élites. A la Argentina la define como “profundamente depredadora”.
Explica que la caracteriza de esa manera porque prioriza el “flujo de efectivo inmediato” por sobre el valor de largo plazo de sus activos. Esta descripción encaja con el comportamiento empresario en estos años de gobierno de Milei: apoyo a reformas que prometen ganancias rápidas (baja salarial vía flexibilización, desregulación, quita de impuestos selectiva) aun cuando, a la vez, se erosionan las bases del desarrollo que vuelven sustentables esos negocios de mediano y largo plazo. La estrategia depredadora es la caja hoy, aunque el activo valga menos mañana; el margen inmediato, aunque se destruya el mercado que lo alimenta.
San Martín ofrece un ejemplo en clave política: compara el valor de una hectárea en la zona núcleo con una similar en Estados Unidos y marca que la diferencia es la infraestructura. En otras palabras: sin inversión pública, logística, caminos, trenes, energía y educación, los activos valen menos. Y aun así, buena parte de la élite exige un ajuste permanente del Estado que debería construir estos factores de valor para el desarrollo.
El liderazgo de Milei frente al proyecto distribuidor
¿Por qué entonces sostienen a Milei? Porque ofrece algo que el poder económico viene buscando hace décadas y que ningún gobierno de derecha había logrado con esta intensidad: un liderazgo político dispuesto a confrontar sin mediaciones con el mundo del trabajo organizado y con la tradición distribucionista del peronismo.
Milei ordena el tablero en un punto clave: reinstala como sentido común empresarial que la competitividad se consigue, antes que nada, por el lado de deprimir salarios, eliminar derechos laborales y reducir el gasto social. Esto explica el acompañamiento mayoritario a la reforma laboral y el recorte del Estado, que el Observatorio registra como ejes en los que se alinean varias corporaciones influyentes.
El informe explica también por qué la disputa no desaparece: cuando el programa toca intereses sectoriales, se activan las tensiones. Aquí aparece el caso paradigmático de la crisis en la industria. La UIA coincide con el gobierno en bajar costos laborales y en simplificar regulaciones, pero choca cuando la apertura comercial se convierte en una puerta abierta de par en par para importaciones baratas y a precios de dumping.
La contradicción queda expuesta cuando habla Paolo Rocca, titular del grupo Techint. Celebra que Milei impulse una reforma laboral regresiva y, al mismo tiempo, reclama una apertura “inteligente” para que la cadena industrial tenga tiempo de adaptarse. Afirma que “hay que defender profundamente la estructura industrial”. Es la lógica del apoyo general al disciplinamiento y la objeción puntual cuando el programa golpea el propio negocio.
Sabe —o minimiza— que el modelo económico de Milei, al que apoya, es un programa financiero y de importaciones baratas conviviendo con sectores ganadores (energía, finanzas y comercio electrónico) y que empuja a la industria a una debacle terminal.
La élite y su propio boomerang
La élite corporativa acompaña a Milei porque ve en él un vehículo contra el proyecto distribuidor. Pero el mismo programa que disciplina a trabajadores y reduce el Estado también puede destruir valor en sectores productivos, deprimir el mercado interno y erosionar infraestructura y capacidades que hacen viable un país industrial.
En esa tensión se juega el futuro inmediato de Milei: no en una discusión abstracta sobre la libertad, sino en la disputa concreta por quién paga el ajuste y quién se queda con los beneficios. El Observatorio lo plantea con precisión: “la élite empresaria actúa como promotora y, al mismo tiempo, como condicionante de los cambios; su posicionamiento ayuda a entender los límites y posibilidades de las reformas”.
Milei puede ser el instrumento coyuntural, pero lo estructural es una élite que exige Estado para sí y mercado para los demás, que pide previsibilidad pero apuesta al corto plazo, y que se alinea para frenar la distribución del ingreso aunque esto implique —otra vez— empujar la economía al ajuste, la primarización y el conflicto social.
