La crisis que vive la Argentina, a dos años de la llegada de Milei a la Rosada, es tan persistente que este año ni Papá Noel parece zafar de la búsqueda de descuentos y estrategias de financiamiento en Navidad. En medio de un diciembre caliente, en términos socioeconómicos, y conflictivo, en materia política, el espíritu navideño se ve un poco desalentado y opacado por las múltiples dificultades que afrontan las familias para cumplir con las expectativas festivas. Es por eso que las compras, el menú, la mesa familiar y los regalos para el arbolito no pueden escapar del rompecabezas financiero, la búsqueda de promociones bancarias, la fascinación por las cuotas y el cálculo constante al que nos empuja el bolsillo flaco y los límites de las tarjetas cada vez más ajustados.
Lejos de las postales de abundancia publicitaria y shoppings explotados, a las que estamos acostumbrados para estas épocas, fin de año llegó atravesado por la caída del poder adquisitivo, el endeudamiento feroz del 90 por ciento de las familias y un modelo económico que tiende a naturalizar que comer un asado con los seres queridos o cumplir el deseo de un hijo sea hoy un privilegio de unos pocos. Paradójicamente, mientras desde el gobierno insisten en el sacrificio como virtud moral necesaria para salir adelante, y establecen al mercado como único agente ordenador, millones de argentinos organizan las celebraciones y el brindis como pueden y con lo que pueden.
La Navidad también ajusta: arbolitos austeros y mesas que se achican
Los números y estadísticas de consumo evidencian como la Navidad dejó de ser un momento de plena felicidad y goce para convertirse también en una tabla de Excel y cálculos matemáticos interminables. Arranquemos por la decoración y el armado del arbolito, momentos y recuerdos insoslayables para cualquier familia en la previa de la Navidad. Según un relevamiento de la consultora Focus Market, en base a una encuesta a 3013 argentinos, la Decoración Navideña, compuesta por 8 productos, tiene en 2025 un valor total de $423.955, lo que evidencia un aumento interanual del 12% frente a 2024 . Según Damián Di Pace, Director de la Consultora, en este punto en particular la desaceleración en los precios de los artículos navideños es consecuencia del aumento de las importaciones y de un incremento en la oferta internacional.
A la hora de pensar en la comida y el menú, otro estudio de la consultora identificó que la canasta navideña aumentó un 27% respecto a 2024, con subas todavía más fuertes en los productos clásicos de la mesa. El pan dulce con frutas, por ejemplo, tuvo incrementos de más de 40%, mientras los turrones rondaron el 38% y otros productos con frutos secos llegaron a rozar el 50%. El valor total de la canasta puede superar los 95 mil pesos, una cifra que deja afuera a buena parte de los hogares argentinos y obliga a repensarlas compras.
La crisis condiciona también el momento de comprar y las costumbres en torno a la búsqueda los regalos, uno de los gestos más cargados de magia y expectativas, sobre todo si en las familias hay infancias. Según un relevamiento nacional de la consultora Kantar, el 66% de los argentinos que suele comprar obsequios dijo que en 2025 gastaría menos que en años anteriores. El cambio en la forma de consumo apunta no solo a elegir productos más baratos, sino también a reducir la cantidad o directamente resignar algunos. En 2025 parece que la Navidad, además de una celebración, se tornó un ejercicio de supervivencia económica en un país donde el ajuste dejó de ser transitorio para convertirse en política permanente.
En relación a qué productos se compran la consultora advierte que los regalos más elegidos siguen siendo indumentaria y calzado, con el 71% de las menciones, seguido por juguetes y juegos, en un 51%. La preferencia indica que se priorizan bienes “útiles”, reutilizables, prácticos, necesarios, incluso cuando se trata de hacerle un obsequiado a niños. El regalo no logra escindirse del apretado presupuesto familiar y, de esta manera, la fantasía navideña se cruza, cada vez más, con la lógica de la necesidad.
Paralelamente los datos recientes demuestran que quienes pueden comprar eligen, sobre todo, juguetes de bajo costo que suelen ser los importados, en su mayoría chinos. En 2025, entre enero y octubre, las importaciones alcanzaron los USD 91,3 millones, marcando un crecimiento del 59,5 % interanual, y un salto en volumen del 94 %. Si bien se trata de productos más accesibles, esta tendencia resulta perjudicial para la industria argentina del juguete, y al mismo tiempo peligrosa para las infancias ya que esos productos no tienen trazabilidad, materias primas de calidad, ni cuentan con las certificaciones de seguridad necesarias.
Por último, las estrategias de compra son la información que termina de dar sentido a la foto navideña ya que, frente a este escenario, el consumo se reorganiza bajo una lógica defensiva. Distintos relevamientos difundidos por consultoras privadas y cámaras del sector muestran que una parte creciente de los argentinos y argentinas decide comprar regalos solo si hay promociones, descuentos o cuotas. Muchos postergan la decisión y terminan concentrando las compras en los días previos a la celebración, cuando aparecen las ofertas puntuales y liquidaciones de último momento . Según Focus Market, al momento de hacer las compras navideñas el 74% prioriza las promociones y descuentos, el 9% el financiamiento en cuotas, el 7% los descuentos por pago con Débito o QR y ofertas de último momento, y el 3% elige los envíos sin cargo.
Estos datos, de forma articulada, muestran el impacto directo de un programa económico que desregula precios, abre las importaciones, reduce controles y traslada el costo del ajuste directamente a los ingresos de los argentinos. El mercado, una vez más, termina decidiendo qué se puede comer, quién puede regalar y cómo, y quién queda afuera de una fiesta cuyo espíritu y motivo comercial es, por el contrario, el acceso y a posibilidad de consumo. En un modelo que celebra el ajuste y responsabiliza a los individuos por su capacidad de adaptarse, incluso el afecto y las fiestas quedan subordinados al paradigma de ahorro fiscal.
A pesar de todo, la Navidad no desaparece sino que se achica, se adapta, se resignifica, para quienes todavía tienen la fortuna de poder celebrarla. La fiesta se sostiene con menos productos, más cocina casera, segundas marcas, festejos a la canasta, juguetes chinos a pagar en cuotas y regalos simbólicos. No por una elección o cambio cultural, sino porque no hay margen para otra cosa. Un estándar sorprendentemente bajo para una sociedad cuya mayoría alguna vez se pensó de clase media.
