Ubicado en el extremo sur del continente americano, el pasaje de Drake es una de las rutas marítimas más temidas y desafiantes del mundo. Este estrecho de aproximadamente 1.000 kilómetros conecta los océanos Atlántico y Pacífico, separando el cabo de Hornos en Chile de la península Antártica. Su nombre proviene del explorador británico Sir Francis Drake, aunque algunos historiadores prefieren llamarlo mar de Hoces en honor al navegante español Francisco de Hoces, quien podría haberlo descubierto antes.
Las aguas del pasaje de Drake son conocidas por sus condiciones extremas. Fuertes vientos, corrientes intensas y olas que pueden superar los 19 metros convierten a este sector en uno de los más hostiles para la navegación. A lo largo de la historia, numerosos barcos han sufrido percances al cruzarlo, y aún hoy, representa un desafío para las embarcaciones que transportan exploradores, científicos y turistas a la Antártida. Sin embargo, también es una región clave para el equilibrio climático del planeta, actuando como un regulador de las temperaturas globales.
Un desafío para los navegantes: por qué resulta complejo
En diciembre de 2019, el explorador Fiann Paul lideró una expedición única: remar a través del pasaje de Drake hasta la Antártida. Junto a su equipo de atletas, enfrentó temperaturas gélidas, vientos huracanados y olas traicioneras. “Frío y húmedo, está sucio”, describió Paul sobre la travesía. La inclemencia del clima y la fuerza del mar hicieron de esta expedición una de las más desafiantes registradas en la historia reciente.
El pasaje de Drake no solo es famoso por sus tormentas y oleajes implacables, sino también por su papel en la circulación oceánica global. Como el Océano Antártico no tiene barreras terrestres, los vientos pueden moverse libremente, generando poderosas corrientes marinas. Esta situación crea un ambiente hostil para los barcos, pero también permite el transporte de nutrientes esenciales para la biodiversidad marina.
Importancia climática y ecológica
A pesar de su fama de ser una de las rutas más peligrosas del mundo, el pasaje de Drake cumple un papel crucial en la regulación del clima. Las aguas frías de esta región ayudan a mantener baja la temperatura de la Antártida, evitando el derretimiento acelerado de los hielos. Según estudios científicos, cuando el pasaje se abrió hace millones de años, contribuyó a enfriar la región polar.
Además, funciona como un sumidero de carbono, capturando grandes cantidades de CO2 de la atmósfera. Investigaciones han demostrado que el fitoplancton en esta zona juega un papel clave en este proceso, ayudando a mitigar los efectos del cambio climático.
Un ecosistema vibrante: cómo afecta
Aunque es un lugar inhóspito para los humanos, el pasaje de Drake alberga una gran diversidad de vida marina. Ballenas, pingüinos y delfines son frecuentes en estas aguas, aprovechando la riqueza de nutrientes transportados por las corrientes oceánicas. Este ecosistema es vital para la cadena alimenticia del Océano Austral y, en consecuencia, para la estabilidad ecológica global.
El pasaje de Drake sigue siendo un desafío para los navegantes y un punto de interés para científicos y aventureros de todo el mundo. Su belleza salvaje y su importancia climática lo convierten en un sitio fascinante, aunque peligroso, en el extremo sur del planeta.