El episodio parlamentario alrededor de la “ficha limpia” presenta ribetes que van de lo cómico a lo ridículo. El hecho de que su gran protagonista mediático haya sido el ex empresario-presidente Mauricio Macri merecería convertirse en un fenómeno artístico-literario. Macri explicó hace poco, más o menos detalladamente ante los medios el “modus operandi” del grupo empresario fundado por su padre y dirigido muchos años por él mismo; es decir, habló de la colusión abierta (corrupta) entre el grupo empresario y el estado, que fue clave en la conformación del grupo que lleva su nombre. Llama muchísimo la atención la intensidad del ingeniero ex presidente en el protagonismo de una iniciativa que en otro contexto podría ser muy bien recibida, pero en la situación actual ostenta el sello indeleble de la trampa. Una trampa en la que caería el propio Macri.
Milei se movió con mucha astucia. No dijo absolutamente nada que permitiera inferir su voluntad de intervenir políticamente en ese punto de la agenda parlamentaria: simplemente dejó morir el expediente. No permitió la “salida elegante”de Macri. No solamente el ingeniero sino buena parte de su staff y de su circuito de amigos y socios político están gravemente marcados por hechos comprobados de corrupción, muchos de ellos ocurridos durante su propio período gubernamental. ¿Por qué Milei actuó de ese modo? ¿Por qué privó a su aliado electoral de la oportunidad de “limpiar su pasado” y lo dejó en una queja solitaria y en una dura derrota política? La única explicación realista es la que piensa la cuestión en términos políticos, sin dejarse arrastrar por sentimientos de amistad o de reconocimiento personal: así se piensa la política desde la obra de Maquiavelo.
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Hoy Macri es, para Milei, el enemigo a vencer. Protestarán los ideólogos: pero no hay una alianza programática, una hoja de ruta común entre ambos. Si se tratara de una querella teórica entre economistas la observación tendría sentido; pero lo que quedó en pie después del episodio parlamentario es que Milei considera que su ruta hacia el fortalecimiento de su poder tiene en Macri un obstáculo. Es Macri o Milei. Eso no es una fórmula técnica, es un dato político. No tiene nada que ver con un sentimiento personal. Tampoco con un cálculo inmediatista sobre el curso que pueda seguir Macri. El análisis político condujo a LLA a la conclusión de que la asociación con el PRO, o cualquier derivación que viniera a reemplazarlo no es una prioridad. Su camino es el de absorber a la derecha argentina, gramscianamente hablando “hegemonizarla”. Macri puede participar en las iniciativas conjuntas de la derecha: pero el que dirige es Milei.
Después hay que hacerle lugar a las contradicciones que una decisión estratégico-táctica como esa conlleva. Sin la pretensión de profundizar en ese análisis, puede anotarse lo que es el punto de mira fundamental: ¿tiene el macrismo poder de fuego para “cobrarle” a los libertarios el gesto? Una vez más la cuestión no es moral, es política. El itinerario de Milei como político a partir de su victoria electoral es digno de ser analizado en profundidad y sin prejuicios: sin considerarlo un “loco con suerte” sino como un individuo que se cruzó con una oportunidad y hasta ahora parece haberla interpretado y aprovechado correctamente.
La ocasión para esta impensada hegemonía ultraderechista debe ser rastreada en profundidad y sin preconceptos. El nivel de hegemonía kirchnerista entre 2003 y 2015 y principalmente el sostén de la figura de Cristina en la escena del sostén y la derrota de la candidatura de Scioli, la apuesta por Fernández como albacea del proyecto con su respaldo como vicepresidenta, son el itinerario de un ocaso. Y eso no lo condena, porque en ese camino se evitó la consolidación del macrismo, se mantuvo la unidad del peronismo…y se gobernó el país hasta el fin del año pasado. La democracia liberal tiene sus reglas y el político popular no puede ignorarlas o imponerle arbitrariamente sus modos: tiene que “cabalgarla” de modo que quede en pie la alternativa popular.
Claro que todo eso fue “hasta ayer”, hoy es diferente. Hoy la situación no la define un peronismo debilitado pero entero en su potencialidad político-electoral. Las elecciones próximas no están signadas por ningún intento de continuidad sino por la imperiosa necesidad de acompañar y dirigir una transformación. Y esa transformación tiene en su centro la consagración de un nuevo liderazgo para un nuevo proceso de desarrollo nacional-popular. No se trata de elegir una persona en lugar de otra: se trata de abrir un capítulo político nuevo. Cuando las condiciones están dadas, las personas aparecen (o tienen mejores condiciones para aparecer).
La vieja cultura revolucionaria decía que “las revoluciones se comen a sus hijos”. El dicho tiene implícito un fatalismo que, por ser tal, cierra el camino en lugar de ampliarlo. La tarea que tenemos los “populistas” argentinos es revisar críticamente nuestro pasado para prepararnos un porvenir. Y es muy importante el estado de debate político-ideológico que ha crecido en nuestro interior. Todavía habrá, seguramente, que depurarlo de impulsos sectarios y de resignaciones y derrotismos. Lo que mantiene nuestro sentido son las luchas. Son los miles y miles de trabajadores, de jubilados, de estudiantes, de mujeres y jóvenes que se han puesto en acción. A eso habrá que sumarle la inteligencia y la paciencia necesarias para que este momento oscuro de la Argentina sea lo más fugaz que se pueda lograr.