Frente al temblor que se produjo el sábado bajo sus pies, Javier Milei optó por la revancha. Por acomodarse todavía más en su sillón de presidente, extremar su gestualidad desbocada y volver a decir: “Son pedófilos” -su “ala más extrema”, explica como si eso existiera-, los homosexuales, los que abrazan la “ideología de género”. O sea, digamos, en una semana agredió en un foro internacional a la comunidad LGBTIQ+, señaló a las mujeres y a los feminismos, desmintió más tarde sus propios dichos y al día siguiente de la Marcha, federal y masiva, del Orgullo Antifascista y Antirracista LGBTIQ+ insistió en que “son pedófilos” mientras la ministra de (ahora llamada) Seguridad Nacional sembraba en las redes el hashtag #MileiTeniaRazón. Entonces, ¿lo dijo o no lo dijo? En ese vaivén se ven los hilos del temblor.
Dos ataques a parejas de lesbianas se hicieron conocidos en los mismos siete días en que Milei agredió, estigmatizó y amenazó con la persecución a quienes “abracen” la ideología de género. Uno ocurrió en Cañuelas, el otro en el centro de la Ciudad de Buenos Aires, la misma que tiene insignias “gay friendly” en sus bares, restoranes y espacios culturales.
Hay otros ataques registrados por espacios independientes como el Rad-ar (Registro de Ataques de Derechas Argentinas Radicalizadas), una página donde además se pueden reportar agresiones con resguardo de identidad.
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Los discursos de odio, evidentemente, se materializan tarde o temprano. De manera desorganizada y a la vez sostenida, así se forja la capacidad de sembrar un terror inespecífico: si sólo por caminar por la calle o vestirse de determinada manera te pueden romper el tabique de la nariz, ¿cómo ponerse a salvo?
La movilización del sábado pasado fue -y es, por la continuidad de la organización antifascista- un modo de resguardo contra ese miedo inoculado a diario. Funcionó como desborde, un río desmadrado que surcó el país entero para decirle “no” al odio desatado contra grupos específicos. Fue también la recuperación del lazo social, un límite a la desafectación que se impone como necesaria cuando se pretende hacer creer que libertad es hacer lo que querés para “ganar”, para tener éxito, sin que importe lo que pase a lxs demás.
Ese cambio de humor vuelve gelatinosos los pilares del apoyo o la paciencia a Javier Milei. Si la economía no ofrece algo más que parálisis de la inflación, pero a la vez parálisis de la movilidad social, del futuro compartido, de un verano en el no ardan los bosques patagónicos que es un sueño conocer para las mayorías y sin embargo no se llega, no hay plata. Pronto no habrá bosques. ¿Para qué tanto sacrificio? ¿Para qué 12 horas de trabajo diario? ¿Para endeudarse en la app de un mega millonario que vive en otro país para no pagar impuestos?
La avanzada contra el sujeto político que dinamizó la primera reacción espontánea, masiva y federal a la violencia presidencial fue más allá de la impunidad verbal del presidente para la mentira. El jueves pasado, Manuel Adorni dio a conocer el decreto 62/2025 -este año tiene más decretos que días- que modifica la Ley 26.743, que protege la identidad de género de cada quien, su derecho a expresarla y ser reconocido en todos los ámbitos institucionales y de la vida en común. La modificación afecta al Art. 11 e impide a adolescentes menores de 18 años cualquier acceso a tratamientos acompañados para expresar su identidad. Los deja afuera de consultorios especializados, de consultas con especialistas y en algunos casos, del acceso a tratamientos hormonales reversibles.
Las cirugías de las que tanto hablan, no están al alcance de esos grupos. Pero es así como lo contaron. Mienten, mienten, mienten.
Milei usa la palabra “criatura” para referirse a niños o niñas. La misma palabra que se utiliza para designar seres no completamente humanos. Es fácil encontrarla en la literatura de ciencia ficción o de terror. En las traducciones de Frankenstein, de Mary Shelley, se usa tanto como monstruo para designar a ese individuo hecho de cadáveres. También se puede escuchar “criaturita” en boca de personas mayores, en general con pena, algo de menosprecio. “A mí me parece un horror (…) que mutilen los genitales a una criatura mientras le llenan la cabeza con cualquier cosa. Eso de separar el género de la biología no es gratis”, le dijo al conductor televisivo Esteban Trebucq. Javier Milei no sólo habla con sus perros muertos, también inventa sus propios fantasmas, los monstruos que quiere ofrecer al pueblo para que se convierta en horda y salga a linchar.
En la misma entrevista, el presidente aseguró que esas mutilaciones se hacen en la provincia que gobierna Axel Kicillof, quien también estuvo en el centro de la diana de los trolls oficiales durante la Marcha del 1F; es una mentira deliberada, por supuesto. La ley de Identidad de Género es una herramienta de vanguardia, fue construida colectivamente y demandada desde las calles hasta que se consiguió en 2012. Protege a niños, niñas y adolescentes de intervenciones innecesarias, hace intervenir a madres y padres en los procesos y también a la Justicia; pero claro, no niega la existencia de la infancias y adolescencias trans.
Existen, tienen voz, marcharon el 1F con sus familias o entre ellxs. Expresar su identidad no es una cuestión cosmética, es parte del equilibrio que implica la salud.
Aunque sí está bien volver sobre las mutilaciones a las que se somete a un -aproximadamente- un 1.7 por ciento de la población, antes incluso de que tenga acceso al lenguaje. El presidente, en Davos, volvió a insistir con la fake news planetaria de que en los Juegos Olímpicos de París 2024 un “hombre casi mata a una mujer en un ring” para volver a poner en carpeta el monstruo propio de las ultraderechas: la ideología de género (¡Bu!), la debilidad de las “mujeres reales”. La vapuleada boxeadora Imane Khelif no es un hombre. Seguramente, dados los múltiples escaneos a su genética, tiene una variación en sus pares cromosómicos.
Mal que les pese a tantos bienpensantes del mundo prolijo y dividido en dos, los cuerpos varían, son distintos, en la diferencia hay riqueza; no lo entienden. Y por eso, cuando nace un bebé con una genitalidad que no pueden leer prístinamente, o cuando su cadena de ADN no termina de entrar en categorías únicas, pues se le mutila para que “parezca”, para que encaje en uno de los dos géneros que tanto le gusta proclamar a Donald Trump y a su obsecuente seguidor del sur, Milei. Ahora también a Mauricio Macri, una nave perdida en el firmamento de la política que sólo atina a lamer las botas del presidente en ejercicio.
Esas mutilaciones tienen efectos a lo largo de toda la vida, esa ideología casi militarista que pretende uniformar los cuerpos correctos y descartar los incorrectos, esa ideología tiene efectos muy peligrosos. Es verdad, presidente, es un horror mutilar bebes.
Candelaria Schamun, autora de Ese que fui (Sudamericana), cuenta su experiencia como persona intersex. La búsqueda de su identidad y la cartografía de su propio cuerpo sobre el que se habían operado procesos sin nombre y sufrió durante la infancia y la adolescencia. El libro es conmovedor: el mapa de una búsqueda por la verdad, la reapropiación de una diferencia que se había querido borrar, aun con las mejores intenciones.
En un tramo, esta periodista y escritora, habla de la primera vez que pudo hacer un relato en voz alta de su historia: fue en 2019, en el 33 Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Travestis, Trans y no binaries en La Plata. Ahí, entre otras personas con historias similares que habían logrado politizar, al ponerlas en común, las cicatrices en sus cuerpos, las trayectorias vitales, su rebelión frente a la normalidad que las había tomado como objetos a diseccionar, observar, fotografiar y más, para llevarlas a los libros de las “anomalías”, dijo su nombre, también nombró al que fue por poco tiempo, antes de las mutilaciones, antes del escrutinio sobre su ADN. Dijo lo que le infectaba la garganta cada vez que intentaba poner palabras que silenciaba la vergüenza de no ser “normal”.
Eso hicieron y hacemos los feminismos y los movimientos LGBTIQ+: abrir espacio para que todas las vidas cuenten; porque importan y porque tienen tanto para decir desde la diferencia.
Milei juega con la salud en general y con la salud mental en particular de la población, busca sembrar terror para que cada quien vuelva a meter la cabeza bajo la almohada. El presidente no cambia sus estrategias porque no sabe cómo, sólo piensa en que el FMI le entregue dólares mientras se vuelve a mentir que la salida de la OMS es para que “en Argentina, decidan los argentinos”. Ajá. No queda claro de qué país sería el mismo FMI, o el BID, o la nacionalidad del Swap que se habilita desde China. Tal vez la salida de la Organización Mundial de la Salud no sea una cuestión de soberanía sino más bien tomar de la pandemia lo que enseñaron las derechas en el mundo: se puede dejar morir, no todos importan, que la OMS se calle.
No es la soberanía ni la coherencia lo que importa si el dólar sigue bajo para comprar todo importado en Chile, como José Mercado lo hacía en Miami o a través de las plataformas que dominan esta etapa frustrante del capitalismo. No es futuro para muchos ni para muchas. Por eso a las hordas quiere calmarlas con monstruos que la normalidad debería linchar. Y sin embargo, más de un millón de personas salieron a la calle hartas de la violencia y la estigmatización, recordando lo que parecía adormecido; pero que está ahí, vital: el pueblo es más que cualquier fuerza represiva, la calle sigue siendo una herramienta, nadie quiere vivir en conflicto permanente con quien tiene al lado o en la cuadra siguiente. Es al poder a quién se demanda.