La inflación, la recesión y la mala economía

18 de julio, 2020 | 19.00

La semana que pasó el INDEC difundió, siguiendo su calendario, los datos de la evolución de los precios de junio, tanto los mayoristas como los minoristas. Contar con los números de la primera mitad del año es un lapso suficiente para obtener conclusiones provisorias sobre los resultados fundamentales de la política económica. Se trata, además, de datos clave para comprender lo que está sucediendo en la economía y, más importante, para observar la naturaleza de su funcionamiento. La inflación es, primero y siempre, un síntoma de lo que ocurre en el sistema económico y no una causa. El “combate” contra la inflación, entonces, debe ser el combate contra sus causas.

Comencemos por lo más aburrido, los números. Los centrales para el análisis son muy pocos, apenas seis y no se abrumará con ellos. Pero los más importantes se reducen a sólo dos. En junio los precios mayoristas (como referencia se toma aquí el comportamiento del índice de precios internos al por mayor, IPIM) registraron un aumento de 3,7 por ciento en el mes. Comparado contra el año previo la suba fue del 39,7 y para el primer semestre del año la variación acumulada fue del 6,4 por ciento, lo que dada la dinámica que traía la economía local es realmente poco, casi casi eso que los economistas llaman “un estabilización de shock”. En paralelo, el índice de precios minoristas, al consumidor, el IPC Nacional que se utiliza como referencia de “inflación”, registró en junio una variación mensual del 2,2 por ciento e interanual del 42,8. El acumulado de los primeros seis meses de 2020 fue del 13,6 por ciento.

Acerquemos la lupa a estos seis indicadores. Primero: aunque puedan analizarse las causas de las variaciones mensuales de junio, un poco más altas que las registradas durante los primeros meses del aislamiento social, se trata de movimientos que dicen poco sobre el total del período. Segundo: los todavía elevados valores de las comparaciones interanuales sólo representan el arrastre estadístico de la alta inflación de 2019. Tercero y último, los dos números que realmente importan son los que restan: las variaciones acumuladas en el primer semestre de 2020. Los repetimos: en los que va del año los precios mayoristas subieron el 6,4 por ciento y los minoristas el 13,6 por ciento.

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El balance a partir de los números principales es evidente: la inflación se frenó notablemente. Sumándose a la terminología en boga por su uso durante la pandemia puede decirse que luego de su empinado comportamiento en los dos últimos años de la tragedia macrista, “la curva de precios se aplanó.”

Las conclusiones que pueden obtenerse sobre este comportamiento “inesperado” de los precios son abundantes. La primera es la nueva verificación (una más y van…) del eterno derrape predictivo de la economía vulgar. Si se recorren los medios de comunicación revisando lo que dijeron durante estos meses los “economistas serios” podrá corroborarse que se cansaron de anunciar una aceleración de la inflación y el probable riesgo de hiperinflación. Lo mismo puede decirse de la mayoría de los desorientados consultores que forman parte del REM, el Relevamiento de expectativas de mercado que, vaya a saber por qué extraña razón, sigue elaborando el Banco Central. Casi todos estos economistas y consultoras continúan pronosticando una inflación anual en torno al 40 por ciento en 2020. Con los números de los primeros seis meses es evidente que las bolas de cristal de estos lobistas esconden algún inesperado cataclismo para el segundo semestre. No existe sino otra forma de entender semejantes números.

La segunda conclusión es que las causas de las predicciones erróneas de estos economistas vulgares no deben buscarse sólo en su carácter de lobistas del poder económico, es decir de enemigos de todo lo estatal, sino también en la simple falla de su obsoleto instrumental analítico y, especialmente, teórico, es decir en el despiste conceptual. Durante el macrismo predijeron constantemente bajas de la inflación porque el gobierno al que siempre defendieron reduciría tanto la base monetaria como, supuestamente, el déficit (recordemos que lo hizo con el primario pero no con el total). Lo que sucedió en la realidad fue todo lo contrario, la inflación se disparó. Las mismas razones, pero inversas, el crecimiento del gasto financiado con expansión monetaria y el aumento del déficit fiscal, los llevaron a predecir ahora una economía inflacionaria o hiperinflacionaria. O sea que utilizando la misma mala teoría fallaron dos veces, durante el macrismo y en el presente. Dicho de otra manera: la economía no se comporta según la teoría que machacan desde hace décadas con su mediático cúmulo de zonceras teóricas, como por ejemplo “la emisión genera inflación”, “la inflación es un fenómeno monetario” o “la inflación es producto de la monetización del déficit fiscal”. Amen de ideológicos, estos axiomas demostraron ser puramente imaginarios toda vez que jamás encontraron el menor correlato con la realidad.

Por el contrario, en lo que va de la pandemia el gobierno aumento el gasto, el déficit fiscal y la cantidad de dinero de la economía, pero la inflación bajó. Y si continúan las tendencias y no aparecen nuevos cisnes negros, puede predecirse que bajará todavía más. Resulta imprescindible destacar estas relaciones en momentos en que aparecen voces –no solo externas a la administración– que, sobre la base de la persistencia y filtración al propio espacio de las teorías fallidas, aconsejan que el gobierno revierta las medidas de expansión del Gasto, las que en la futura cotidianeidad resultarán imprescindibles para contrarrestar el grave cuadro recesivo heredado del macrismo y profundamente agravado por la pandemia. Resulta notable además que el pedido surja a partir de los números de inflación de junio, cuyas razones no fueron macroeconómicas, sino que respondieron a las bruscas oscilaciones de los precios de los hidrocarburos (mayoristas) y a movimientos estacionales y de salida del aislamiento (minoristas).

La tercera y última conclusión preliminar es que la historia, que es el único laboratorio en el que pueden observarse las relaciones causa-efecto de las leyes económicas, volvió a demostrar que la inflación es un fenómeno de costos y que se relaciona especialmente con los denominados “precios básicos”, los que integran los costos de producción de la mayoría de los bienes y servicios y que en la economía local son tres: los salarios, las tarifas –incluidos los combustibles– y el tipo de cambio o precio del dólar. Sin profundizar, debe notarse que cada uno de estos precios básicos son a su vez variables distributivas, es decir que en su determinación se expresa la puja distributiva de cada uno de sus mercados en que se desenvuelven. A partir de la recesión macrista primero y la pandemia después se produjo un aumento del desempleo que, junto con el aislamiento social y el paro de muchas actividades, debilitó la capacidad de negociación de los asalariados. El resultado fue una caída del nivel de salarios de carácter antiinflacionario. Lo mismo sucedió con las tarifas, que fueron ancladas por el gobierno. El único de los tres precios básicos que empujó la inflación fue el leve deslizamiento del dólar. Mirando la segunda mitad del año puede predecirse que ni salarios ni tarifas aportará a la inflación. Si podría hacerlo, muy eventualmente, el dólar.

El país conserva una moneda débil, tiene reservas internacionales escasas y todavía no está dicha la última palabra en materia de renegociación de la deuda. Estos tres elementos ayudan a comprender la prudencia del gobierno en aumentar la expansión del Gasto, algo que es muy fácil declamar desde la tribuna. Sin embargo existe aquí una mala noticia que, en la coyuntura, es buena. La recesión en marcha, al disminuir las importaciones, podría dejar un creciente superávit comercial y quizá de cuenta corriente que le quitaría presión a la cotización del billete verde.