La brecha y el rulo, la pareja del momento

06 de septiembre, 2020 | 00.05

El dato es contundente y surge del último balance cambiario del Banco Central. El número de personas que compran mensualmente dólares pasó de menos de medio millón en marzo a cerca de 4 millones en julio. Estos son los datos ya registrados, pero se presume que el número aumentó en agosto y seguirá haciéndolo en septiembre. Se trata de una pérdida mensual de reservas internacionales escasas por un piso de 800 millones de dólares.

El número no es una novedad y dio lugar a múltiples especulaciones sobre soluciones posibles, desde prohibir la venta de los 200 dólares mensuales “solidarios” a oficializar el desdoblamiento del tipo de cambio entre uno “oficial”, fijado por decisión del Banco Central y en el que se cursarían las operaciones de comercio exterior (¿también el pago de deudas?), y otro “financiero” completamente legal y libre que se dejaría flotar. La tercera opción es la unificación cambiaria y la consecuente devaluación.

Que existan alrededor de 4 millones de personas o más que compran el cupo de los 200 dólares es casi un equivalente a “todos quienes pueden hacerlo lo hacen”. Frente a este dato, con miras a cualquier solución, es necesario indagar en las causas. 

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Una explicación posible es la existencia de especuladores malos que aprovechan la brecha cambiaria para afectar la estabilidad macroeconómica y la gobernabilidad. La afirmación tiene visos de realidad. Argentina tiene una oposición furiosa y antidemocrática, desdeñosa de las instituciones republicanas, y conducida por un poder económico voraz que explora todos los resquicios para marcarle los límites a un gobierno popular. En la tarea creó un discurso tan mendaz como alucinado. Para el intento de solución del vaciamiento de Vicentín inventó un gobierno expropiador, para la reforma de la justicia para limitar el lawfare, desvarió con un avance sobre la división de poderes y para la nueva regulación de servicios públicos esenciales, imaginó una afectación de las reglas del juego y “la seguridad jurídica”. Nada que venga de la oposición puede sorprender y nada le vendría mejor a esta oposición que las ganancias puntuales y el descalabro general que provocaría una devaluación que supere el acompañamiento a la inflación. 

Pero aunque la explicación conspirativa sea tentadora –y aunque las brujas no existan-- metodológicamente en este espacio siempre se prefirieron las explicaciones económicas. Lo que debe observarse entonces no es dónde está el malo sino los mecanismos que explican los hechos. Y a la cabeza de estos mecanismos se encuentra el incentivo económico. Hoy existen al menos tres precios muy diferentes para una misma mercancía, el dólar, y en la medida en que los precios se distancian, en que “la brecha” entre los mercados oficiales y paralelos --formales e informal-- aumentan también los incentivos para comprar en una punta y vender en la otra. 

En concreto, y redondeando números, hoy cualquier persona que tenga una cuenta bancaria puede comprar dólares por 20000 pesos y venderlos por 26000 ganando en forma instantánea el 30 por ciento, operación que el mercado financiero bautizó como “rulo”. Es obvio que cuanto menos dinero tenga una persona más incentivo tendrá para realizar la operación, pero también parece lógico dentro de un esquema capitalista que algunos de quienes cuentan con más excedente intenten multiplicar la operación, no sólo pidiéndoles la cuenta a los conocidos, familiares o no, para conseguir más cupos, sino también sistematizando el uso de cuentas de terceros. A la vez, cualquiera que no cuente con el excedente de 20 mil pesos puede “vender” su cupo a cambio de una comisión. No es una entelequia, el Banco Central debió suspender miles de cuentas con la sospecha de que sus titulares funcionaban como “coleros digitales”. Es evidente que el BCRA puede detectar algunos casos, pero también que estos casos siempre serán apenas una porción del total. Los números también indican que la cantidad de personas/cuentas que adquieren el cupo aumenta junto con la brecha cambiaria. 

Adicionalmente, la existencia de multiples precios para el dólar también funciona como incentivo para sobrefacturar importaciones y subfacturar exportaciones en el oficial, cuya brecha con el paralelo, restado el impuesto PAIS que paga el dólar “solidario”, es todavía más grande, alrededor del 80 por ciento. 

Estos procesos explican que el actual superávit de cuenta corriente no se refleje cabalmente en el mercado cambiario y que, en vez de acumular reservas el BCRA las pierda. El resultado fue que la brecha continuó aumentando y retroalimentando las expectativas de devaluación.

La pregunta que sigue es por las soluciones posibles. Oficializar el desdoblamiento cambiario haría desaparecer el rulo minorista pero agravaría todos los problemas descriptos de sub y sobre facturación del comercio exterior, es decir de demanda y liquidación de divisas, que son precisamente las que se necesitarían para regular un dólar financiero que rápidamente se dispararía. Si simplemente se corta el cupo de 200 dólares también se le pondría presión a las cotizaciones paralelas. La tercera solución sería intentar bajar la brecha para desincentivar el rulo y poder acumular reservas, transformando el actual círculo vicioso en virtuoso. “Chocolate por la noticia”, diría cualquier economista, pero bajar la brecha ocurrió muy pocas veces en la historia económica local. La última vez fue durante unos pocos meses de 2015, en la gestión de Axel Kicillof en Economía. El Destape dialogó con uno de los responsables de aquella gestión, el por entonces viceministro y actual director de la consultora pxq Emmanuel Álvarez Agis, para refrescar la memoria de cómo se logró el breve prodigio. “Conseguimos que el BCRA venda bonos denominados en dólares contra pesos. Con eso absorbimos pesos a cambio de dólares a futuro, luego emitimos títulos atados al dólar para secar la plaza y señalarle al mercado que nuestro programa no era devaluar.” No hay dos coyunturas iguales, pero entonces era peor, no había superávit de cuenta corriente, sino déficit e igual funcionó.

Finalmente queda la peor solución, la vieja idea de devaluar “un poquito” por acción u omisión para alinear nominalmente los indicadores, lo que hoy sería un verdadero descalabro macroeconómico con seguro efecto electoral, una posibilidad que regresa el análisis a la perspectiva conspirativa inicialmente descartada. Pero en términos macroeconómicos no debe olvidarse hoy que el límite al déficit fiscal, y por lo tanto al indispensable Gasto para reactivar, está dado por el nivel de reservas.

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Claudio Scaletta

Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017).