Golpe en Bolivia: Argentina, más sola en la región

El golpe en Bolivia vuelve más complejo el panorama para el gobierno de Alberto Fernández y los desafíos que enfrenta son enormes. 

16 de noviembre, 2019 | 22.14

 La calma del dólar conseguida tras las elecciones por la vía de las restricciones cambiarias, sumada a las expectativas de cambio de gobierno y, especialmente, a la abundante información que llega del exterior, desde Chile y Brasil, pero especialmente, tras el golpe en Bolivia, corrieron, al menos por unos días, el eje sobre la política local, una buena noticia para la calma en la cuenta regresiva de la transición. Pero al mismo tiempo los cambios políticos que ocurren en la región son profundamente negativos para la futura administración. Los desafíos que enfrentará el nuevo gobierno son mayúsculos y cada vez se diferencian más de los que en su momento recibió Néstor Kirchner, dicho esto para quienes creen en salidas similares.

  El tema central sigue siendo la deuda impagable en sus tiempos y forma. La expresión que repiten los heterogéneos economistas cercanos a Alberto Fernández es que “el problema es de liquidez y no de solvencia”, lo que sería un indicativo de que bastaría con renegociar vencimientos para que se alineen los planetas. Pero las cuentas finas, incluso las realizadas por estos mismos economistas, muestran que los números no son tan elásticos y que la renegociación será más compleja de lo que inicialmente se imaginaba. O dicho de otra manera, es altamente probable que demande una vía menos amistosa con los acreedores. Según reseñó la consultora PxQ, solo en el primer año el nuevo gobierno deberán afrontar vencimientos, en pesos y moneda extranjera, por el equivalente a 56.500 millones de dólares y sin incluir a los organismos internacionales, cifra que supera largamente a las reservas brutas y netas. Debe recordarse aquí que Kirchner recibió el problema de la deuda semi resuelto a los fines prácticos, ya que en los primeros años el default era un hecho, situación que liberó el calendario de pagos los primeros años. Además, deberle 10 mil millones al Fondo no es lo mismo que deberle 45 mil millones, aunque las magnitudes del PIB hayan cambiado.

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  La solvencia a su vez, depende de cuentas que no son un ingreso fijo, fundamentalmente de las exportaciones esperadas más la posibilidad, hoy remota, de ingresos de nuevos capitales. Aquí el futuro oficialismo se entusiasma con la creación de un nuevo sector exportador, generador de divisas, a partir de los hidrocarburos no convencionales, sector para el que se prepara un nuevo régimen con incentivos por el lado de la oferta. La idea es atractiva, pero en el mejor de los casos sus resultados se verán en el mediano plazo. La promesa no sirve para el corto, que es cuando llegan los vencimientos impagables.

  El estado de la situación regional no es sólo un problema de ideología. El golpe en Bolivia deja por ahora a la Argentina más sola de lo que se esperaba y profundiza el “bolsonarismo” regional. También significa un retroceso civilizatorio, la ruptura del consenso democrático que emergió en la etapa posdictatorial. El rol de Estados Unidos sosteniendo abiertamente a los golpistas sumado al cerrado apoyo de la prensa hegemónica local y a la negativa cambiemita a reconocer el carácter golpista de la asonada, representan una clara muestra de este retroceso, un todo vale institucional que prefigura el carácter maximalista que asumirá la nueva oposición si es conducida por Mauricio Macri, el grupo Clarín y sus satélites. Esta es otra gran diferencia con el 2003. La crisis de 2001 había provocado una pérdida de confianza en la clase política, pero no había roto el consenso democrático.

  Las malas relaciones con Brasil y el desprecio que Bolsonaro muestra por el Mercosur, junto a su actitud belicosa contra Alberto Fernández, entrañan otra dificultad real, no sólo porque Brasil es el principal destino de las exportaciones locales, sino también porque es el principal destino de las exportaciones industriales, las de mayor valor agregado, una situación derivada del carácter regional del complejo automotor. No se trata de situaciones insalvables, sino de más frentes de tormenta en un futuro tormentoso. La herencia que recibió Kirchner fue muy distinta. Con Lula en Brasil y Chávez en Venezuela la región jugaba a favor, no en contra. De nuevo, esto no es sólo un problema de ideología, sino de mercados de exportación, es decir de la solvencia futura para pagar la megadeuda macrista una vez que consiga refinanciarse.

  Finalmente en materia exterior está la relación con Estados Unidos. La vocación de Donald Trump, por ahora solamente oral, por ayudar a la renegociación de la deuda argentina con el FMI es una buena noticia que, sin embargo, podría verse alterada por una política exterior de no alineamiento. La gestión de Fernández para sacar a Evo de Bolivia evidenció las contradicciones de los países de la región, que oscilaron entre la buena voluntad con los vecinos y el temor por desagradar al imperio, y que se tradujeron en la veda de los espacios aéreos. La unidad latinoamericana, una herramienta potencial para el desarrollo y una plataforma para las negociaciones comerciales, se encuentra hoy mucho más lejos que en 2003. Bajo el cuidado atento de Estados Unidos la región es hoy un área mucho más fragmentada, situación que podría agravarse un poco más si el Frente Amplio uruguayo es desplazado del poder.

  Mientras todo esto sucede en el mundo cercano, fronteras adentro continúa un proceso recesivo e inflacionario que no se detiene. Las primeras tareas serán estabilizar la macroeconomía y frenar el desplome sin piso de la actividad. De ello dependerá nada menos que la construcción de la legitimidad política del nuevo gobierno. El primer objetivo, muy modesto, será recuperar niveles mínimos de crecimiento. El frente local es turbulento, mientras el macrismo sigue hasta el último día aumentando tarifas y transferencias al capital, como por ejemplo la multimillonaria compensación a las energéticas por la devaluación, y contrayendo las funciones del Estado reduciendo gastos al mínimo, la administración entrante deberá avanzar inmediatamente en sentido contrario, desdolarizando tarifas y reduciendo transferencias –una incompatibilidad frente a los planes con Vaca Muerta– recuperando las funciones del Estado y aumentando los ingresos de los trabajadores. Sin plata en el bolsillo de las mayorías no habrá recuperación. Más allá de los nombres, los primeros pasos serán clave para conocer lo que vendrá.

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Claudio Scaletta

Lic. en Economía (UBA). Autor de “La recaída neoliberal” (Capital Intelectual, 2017).