Una de las principales consignas de su campaña electoral y que Javier Milei sigue repitiendo como Presidente es que “Una Argentina distinta es imposible con los mismos de siempre”. El ministro de Economía, Luis Caputo, ha adaptado esta frase diciendo que, pese a las dudas que existen entre empresarios y financistas, “esta vez será distinto”.
Es una consigna replicada por representantes del poder económico. En esta comunión participó José Luis Manzano, titular de la bancada del PJ en los primeros años de la democracia recuperada en 1983 y ahora empresario energético. Afirmó: “This time is for real” (Esta vez es real), el martes pasado, en el foro de negocios IEFA Latam Forum.
El recorrido económico, financiero, cambiario y político del proyecto liberal-libertario, en los primeros quince meses de gobierno, es muy parecido a otras experiencias frustradas lideradas por fuerzas políticas de derecha. Se abren interrogantes, entonces, acerca de la posibilidad de que la dupla Milei-Caputo esté en condiciones de cumplir con esas promesas.
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La secuencia de medidas económicas (megadevaluación con ajuste), acción política (compra de voluntades con desprecio a la división de poderes) y desenlace (correr desesperado al FMI) es similar a otros fracasos de proyectos políticos con planes económicos ortodoxos.
El mantra de la ortodoxia económica
Milei abandonó los principales postulados del modelo económico que propuso antes de desembarcar en la Casa Rosada, para abrazarse al manual tradicional del ajuste económico regresivo.
Pasó de vociferar que “el peso es un excremento” a proponer “un peso fuerte”; de afirmar que “destruirá hasta cerrar el Banco Central” a asegurar que “el préstamo del FMI fortalecerá el patrimonio del Banco Central”; de combatir a “la casta política” para terminar aliado a “la casta política”. La lista de los cambios repentinos de Milei suma varios más.
La pirueta dialéctica del líder libertario encontró protección en la alianza con el sector financiero, local e internacional, y las empresas petroleras y mineras, acompañado por una poderosa red de medios de comunicación. Al resto de las facciones del capital (campo e industria) las sedujo con el discurso económico del ajuste clásico.
Para consolidar esta alianza, va repitiendo el mantra sobre el orden público, la disciplina social, la eficiencia fiscal, el equilibrio del presupuesto, el ahorro del gasto público, la confianza en la libertad del mercado, la atracción de los capitales del exterior y las virtudes del sacrificio de los sectores populares con la expectativa de conseguir un futuro mejor.
Este plan cautiva a las diferentes facciones del poder (económico, mediático, judicial) porque reitera la promesa política que arrastran desde hace décadas: obtener la estabilidad macroeconómica, acompañada del disciplinamiento social, para lograr el no retorno de cualquier proyecto político que dispute la pauta de distribución del ingreso entre el capital y el trabajo.
La insoportable levedad de una historia repetida
El paquete de medidas del plan inicial de los gobiernos conservadores incluye una brusca devaluación, con el consiguiente aumento de los ingresos en pesos del complejo agroexportador agropecuarios para incentivar la liquidación de dólares.
En la economía bimonetaria argentina, el ajuste cambiario se traslada, con más o menos rapidez, al resto de los precios y, sin medidas compensadoras por el lado de los ingresos de la población, deriva en una caída de los salarios y jubilaciones. Se suma, en este menú, la restricción en la expansión monetaria.
El saldo es una recesión que disminuye las importaciones en un contexto de más liquidación de exportaciones luego de la devaluación, lo que permite recuperar el equilibrio de las cuentas externas.
Para amortiguar el impacto en la opinión pública de la caída de la actividad económica y de los ingresos, se presenta el esfuerzo de atracción de la inversión privada, en especial extranjera, que Milei impulsó con el marco normativo colonial del Régimen de Incentivo para Grandes Inversiones (RIGI).
El discurso económico dominante dice que la recesión y la caída de los salarios reales no serían más que retrocesos momentáneos que corresponden a un período inevitable de sacrificio, necesario para ordenar y sanear la economía. Gracias a este sufrimiento, se crearían las bases para el despegue y el crecimiento económico en beneficio de la mayoría de la población.
Crisis de confianza
La inflación siempre aumenta inicialmente a raíz de la devaluación y luego suele disminuir mientras se empieza a retrasar el tipo de cambio real. Los capitales financieros especulativos fluyen al mercado local y los salarios reales, en parte, se recuperan, pero sin alcanzar el punto de partida.
El relato oficialista de una recuperación económica sostenida no se concreta. Puede haber ciertos éxitos al comienzo, como la reducción de la inflación y la estabilidad transitoria del mercado cambiario, pero no se consolida ese sendero de mejora de la actividad, el empleo y el salario.
Por algún motivo, en el caso del experimento Milei podría ser el discurso antediluviano de Davos, la estafa con la memecoin $Libra, el anuncio precoz del acuerdo con el FMI, en algún momento del ciclo político económico irrumpe una “crisis de confianza” de los capitales financieros.
¿Dólares para estabilizar o para pavimentar la fuga?
En el gobierno de Mauricio Macri, este tipo de crisis se desencadenó luego de los triunfos del oficialismo en las elecciones de medio término y de la posterior aprobación de la reforma previsional. No había motivos aparentes para la aparición repentina de un escenario de incertidumbre.
El mercado define como crisis de confianza lo que, en realidad, es el cierre de un ciclo acelerado de valorización financiera montado en una burbuja especulativa. La excusa en el gobierno de Macri fue la conferencia de prensa del 28 de diciembre de 2017, cuando el entonces jefe de Gabinete, Marcos Peña, lideró una conferencia de prensa junto al ministro de Economía y el titular del Banco Central, una puesta en escena que fue interpretada por los financistas como injerencia del Poder Ejecutivo en el manejo de la política monetaria.
El grifo de dólares financieros se cerró y la proyección de dólares comerciales era mediocre. El flujo de capitales, por lo tanto, se revierte y los dólares que habían ingresado, aceptando y luego difundiendo que “esta vez será diferente”, comienzan a huir.
La secuencia es conocida: se produce una fuerte presión sobre las reservas del Banco Central, se dispara una corrida cambiaria y culmina en una nueva devaluación.
El descomunal préstamo del FMI a la administración Macri y su ampliación en la de Milei buscan, en los hechos, que el inevitable ajuste del tipo de cambio no sea descontrolado, objetivo que no es seguro de lograr.
La clave para conseguirlo se encuentra en que los dólares adicionales (todavía no se sabe el monto disponible) puedan frenar la fuga o, en la práctica, servir como base para facilitarla.
Aquí aparece la cuestión que definirá la suerte política del gobierno, puesto que marca la magnitud de las ganancias a realizar o las pérdidas a registrar por parte de los inversores subidos a la burbuja especulativa de Milei-Caputo: cuál será el nuevo nivel del tipo de cambio. Es decir, cuál será la dimensión de la devaluación.
Comienza otra ronda de la calesita del ajuste
La escasez de reservas, la ampliación del desequilibrio de la cuenta corriente y la necesidad de mantener controles e intervenciones para mantener contenidos los dólares financieros se explican en buena medida por la apreciación cambiaria.
La exigencia de otro ajuste de la paridad reduce nuevamente los salarios reales, disminuye la demanda doméstica, la tasa de inflación aumenta y la economía vuelve a caer en recesión, incluso de forma más profunda que la anterior.
No hay programa económico acordado con el Fondo Monetario Internacional con desembolsos de miles de millones de dólares que no incluya esta receta de ajuste regresivo.
La respuesta política de la ortodoxia frente a su falta de éxito ha sido siempre la misma: admite errores que afirma que va a reparar, atribuye el tropezón a la insuficiencia del poder político para efectuar el saneamiento necesario en la administración pública para eliminar las empresas ineficientes y para mantener los salarios deprimidos por un tiempo suficiente como para que se genere un proceso autosostenido de crecimiento.
El FMI siempre pide lo mismo
Desde diciembre de 2023, entre el dólar blend para exportadores (80/20, oficial y contado con liquidación) y la intervención directa en el mercado cambiario, el Banco Central perdió unos 24.400 millones de dólares, de los cuales casi 2900 millones fueron en el primer mes de 2025.
Según estimaciones de FIDE, si no hubiera ninguna modificación en el esquema cambiario, el déficit de cuenta corriente de 2025 podría superar los 15.000 millones de dólares.
Estos números son conocidos por la tecnoburocracia del FMI y, por este motivo, exige la devaluación, un cronograma de liberación del mercado cambiario y metas trimestrales de acumulación de reservas en el Banco Central.
El pedido de devaluación está motivado por los efectos antes detallados para equilibrar el sector externo.
El Banco Central es un colador de dólares
Por la incertidumbre generada por un acuerdo con el FMI que todavía no está cerrado, no pocos jugadores del paño tendido por el ministro de Economía, Luis Caputo, y su socio presidente del Banco Central, Santiago Bausili, decidieron cerrar las posiciones especulativas del carry trade.
En apenas seis ruedas, desde el viernes 14 de marzo pasado, la entidad monetaria entregó 1204 millones de dólares. Las reservas netas son negativas en 10.616 millones de dólares, un monto similar al de noviembre de 2013, el último mes completo del gobierno de Alberto Fernández.
La intensidad de la pérdida de reservas en tan corto período se denomina corrida cambiaria. Algunos pueden estar tentados a realizar el mismo cálculo que hizo Milei con la inflación mayorista (la tasa del 54% de diciembre de 2023 la proyectó en 17.000% anual) con el descenso de las reservas del Banco Central.
Se sabe que es un ejercicio teórico sin rigurosidad, aunque en el mercado no tienen dudas de que a este ritmo la debacle de la economía liberal-libertaria es imparable.
Los dólares del FMI vendrían, por lo menos en el corto plazo, para evitarla, aunque la pregunta, que no pocos se hacen en la city es si para el final de abril o a comienzos de mayo, cuando se concretaría el primer desembolso, no será demasiado tarde.