Nadie hablará de opio de las élites. Tampoco de populismo, manipulación ni masas anestesiadas. Es el polo, no el fútbol. No hay peronismo en el medio. Es el presidente Javier Milei ovacionado ayer en la final del Abierto de Polo de Palermo, poniéndose la camiseta del equipo campeón y con el cronista de ESPN orgulloso de él, sin polémicas, porque Milei, por supuesto, tampoco es peronista.
El antecedente era el pato. Los conquistadores trajeron los primeros caballos en 1536. Y ya en 1610 hay una crónica sobre un partido de pato en la zona de la Plaza de Mayo. También se jugaba en los valles, canchas de hasta cinco kilómetros de largo. “Cosen un cuero en el que se ha introducido un pato vivo que deja la cabeza afuera”, comienza una crónica. “Quedando al fin vencedora la cuadrilla que llegó con el pato al punto señalado”. Otra crónica aclara que “a falta de este palmípedo” puede jugarse con “un gallináceo cualquiera, metido muerto dentro de un saco de piel cerrado”.
La preocupación no era la crueldad hacia el pato, vivo o muerto. Sino la muerte de los jinetes que caían en plena cinchada y eran atropellados por los caballos. Llegaron las prohibiciones y las amenazas de la Iglesia no solo por la violencia, sino también por las apuestas. El pato siguió jugándose en la clandestinidad, hasta su retorno en 1938 y la declaración de “Deporte Nacional”, emitida en 1948 por el presidente Juan Domingo Perón.
Para ese entonces, los ingleses ya habían traído el polo, el deporte que dio a la Argentina su primera medalla de oro olímpica, en los Juegos de París 1924. Pocos lo saben, el candidato a esa medalla era Inglaterra. Pero sus dos mejores jugadores, Louis Lacey y Johnny Triall renunciaron a jugar. Se sentían orgullosamente ingleses, hasta se alistaron para combatir en la Primera Guerra Mundial. Pero renunciaron a los Juegos porque no querían enfrentarse con Argentina, su país de crecimiento, y en el que habían aprendido a jugar al polo.
El mejor aprendizaje, contó una fabulosa investigación del fallecido antropólogo y sociólogo argentino Eduardo Archetti, había partido de los peones de sus campos, que pasaron a ser petiseros y que llegaron a formar su propio equipo, Las Petacas. Campeón de los Abiertos de 1895 y 1896, Las Petacas fue el “primer gran equipo que desarrolló un juego más abierto y cuyos jugadores pegaban a la bocha de todos lados del caballo de una manera jamás vista”. El problema fue que, un día, Charles Jewell, dueño de la estancia, no fue recibido por nadie al llegar a la estación de tren porque los peones estaban jugando al polo. A partir de 1910 se prohibió la participación de capataces y peones en el Abierto. Y “se acabó la fiesta"