Eduardo Solá: sus años de brillo en el Grupo Caviar, la increíble propuesta que le hizo Ricardo Fort y el día que se probó la ropa de Eva Perón

El actor, un referente de la escena transformista argentina, emprende un nuevo desafío laboral en la que es su primera comedia de texto en la Avenida Corrientes, junto a la actriz y dramaturga Mónica Salvador y la exvedette Judith Gabbiani, en su regreso al teatro.

18 de octubre, 2024 | 14.30

En el teatro Belisario, mágico subsuelo de la Avenida Corrientes, se presenta Hay que darle el gusto a mamá, una comedia dramática de Mónica Salvador dirigida por Carlos Kaspar que evoca a la cultura retro desde su afiche promocional, ya que marca el regreso a la actuación de la exvedette Judith Gabbiani y el debut del actor Eduardo Solá, transformista del mítico Grupo Caviar creado por el actor, director y coreógrafo Jean François Casanovas, en la comedia de texto. Solá, que en sus más de 40 años de trayectoria compuso muchas mujeres, encarna a una leyenda de Hollywood y madre despiadada en su ocaso, que vive recluida en una casona junto a su mayordomo, interpretado por Manuel Bello.

“Mi papel estaba pensado para Irma Roy, pero cuando el director Carlos Kaspar se puso al frente de la obra dijo muy claro ‘esto es para que lo haga un hombre’. Lo curioso es que a lo largo de mi carrera hice muchos espectáculos con monólogos -siempre hablo-, pero nunca me había tocado ser parte de una comedia de texto, es la primera vez", remarcó Solá en un mano a mano con El Destape donde repasó grandes momentos junto a Caviar e historias y personas que lo forjaron como uno de los artistas de culto en la escena del transformismo en Argentina.

La madre de la obra puede ser déspota como Norma Desmond, de Sunset Boulevard, pero en el fondo es una mujer que encontró en el verdugueo a sus hijas una forma de quererlas. ¿Encontraste rasgos de ternura en ella?

- Es una diva de las de antes, es malísima, pero a la vez representa algunas formas de relación y mandatos típicos que las madres tienen para con sus hijos. Mientras que una de mis hijas en la obra responde al modelo de lo que la madre siempre le impuso para su carrera y su vida -es actriz, una diva-, su otra hija es la antítesis, porque es una hippie que estudió Psicología, carrera que la madre detesta. Es un desafío muy gratificante componer un personaje así de rico, aprendés a quererlo. Creo que muy en el fondo de ella se esconde la ternura, es muy emotivo llegar hasta ese punto de la obra.

¿Cómo te llevabas con tu mamá?

- En todos los ensayos recordaba cosas de la relación con mi madre. Mi infancia fue maravillosa, mis padres jamás me impusieron nada en la vida y fue lo opuesto a las realidades de muchas personas gays que son excluidas por su círculo íntimo. Mi abuela era pianista y papá tocaba la guitarra, y por eso yo fui pianista del Conservatorio y estudié danza en el Colón antes de ser actor. Lo hice porque me gustó, nunca me impusieron nada. 

En relación al clímax de la obra y vinculándolo con mi vínculo materno, recuerdo que cuando mi mamá murió encontré una caja donde guardaba todos los programas de las obras donde había trabajado… fue algo muy movilizante.

Eduardo Solá en Hay que darle el gusto a mamá (Crédito: Gentileza Adriana Schottlender).

Al teatro llegaste por la música.

- Sí. Estudié en el Conservatorio Nacional López Buchardo, fui profesor de música en colegios y siempre hacía disparates, imitaciones de las profesoras en las fiestas de fin de año de los egresados del Conservatorio, era todo muy académico ahí adentro y yo era medio payaso. Cuando finalmente entré al espectáculo tuve de madrinas divinas a Niní Marshall y China Zorrilla, que cuando se enteró que yo tocaba el piano me enseñó un número de una pianista que tocaba de muchas formas distintas a las que había que ir representando con cambios de pelucas: estaba la pianista distraída, la temperamental, la pianista con orquesta, la niña que estaba estudiando y se equivocaba en todo. Después de ese número que me enseñó China, el piano se convirtió en una herramienta más para los cuadros que hice en el futuro.

¿Te costó unir el mundo del concertista de piano y el del actor transformista?

- Fue natural porque nunca estuvo en mis planes dejar de tocar el piano y gracias a China Zorrilla, una vez más, pude lograr que ambas facetas coexistieran. “Tenés que tocar el piano en todos los espectáculos que hagas”, me dijo y a mí me cambió la cabeza.

¿Cuándo fue la primera vez que te montaste y a partir de qué búsqueda?

- Una vez, hace muchos años, en el Conservatorio, donde tuve unos profesores que están en los libros de la historia de la música, Juan Pedro Franze, que fue director artístico del Teatro Colón, Carlos Guastavino, Ángel Lasala, nombres muy grosos. Un día en que no llegaba el maestro Franze se me diO por hacerme un vestido con la funda del piano y con el borrador del pizarrón como un micrófono improvisado y una acompañante en el piano, canté el tango Pipistrela frente a todos mis compañeros.

Ya de chico empecé con el transformismo. Cuando era joven y transformista no había en Buenos Aires lugares donde trabajar, solo estaban las reuniones en quintas y casas de amigos… cuando nos juntábamos con mis amigos siempre estaba la inquietud de ellos por saber si iba a hacer algún número y ahí estaba yo con mis payasadas.

Es una imagen simpática, pero me imagino que no debe haber sido fácil ser transformista entre los ‘70 y los ‘90… 

- Las fiestas privadas eran un lugar seguro, pero yo trabajaba en pubs donde las cosas podían ponerse muy complicadas. Una vez estaba trabajando como transformista en un lugar, por el cumpleaños de una amiga, y terminé preso… la Policía me agarró del brazo y me dijo “usted nos va a tener que acompañar. Si está así vestido arriba del escenario, está trabajando. Si está así abajo del escenario, está alternando”. Fue terrible, un disparate. Y así fui preso varias veces.

En el ‘84, al hacer teatro podía sacar el carnet de la Asociación Argentina de Actores y ese fue mi pasaporte a la libertad para que no me llevaran más en cana.

¿Fuiste a la primera Marcha del Orgullo Gay-Lésbica que se hizo en Argentina, en el ‘92?

- No he ido nunca a una Marcha del Orgullo.

¿Por qué?

- No me siento muy identificado con todo lo que veo.

Me interesa que ahondes en esto, porque la imagen que muchos tienen de vos como artista es de “una mostra con total desparpajo", algo muy presente en las Marchas de Orgullo.

- Supongo que es esa la construcción que se genera, pero la verdad es que son muchos años de trabajar con respeto al público y una total vocación. Lo que me sucede con la Marcha del Orgullo es que no me siento muy identificado con la estética de algunas cosas que veo, hay gente un poco zafada.

¿Nunca te dio curiosidad ir al menos una vez? Es una marcha muy familiar también.

- Prefiero verlo por YouTube. La verdad es que me da un poco de cosa. Igual, nunca es tarde…

Elenco completo junto a Carlos Kaspar, el director. (Crédito: Gentileza de Adriana Schottlender).

Su paso por el Grupo Caviar, el año que trabajó junto a Fort y el día que comió vestido con un tallier de Eva Perón

Hablemos de tu paso por el Grupo Caviar. ¿Cómo se conocieron con Jean François Casanovas?

- Primero fuimos amigos con Jean François y después trabajamos juntos durante 17 años. Nos gustaba mucho quedarnos hasta tardísimo en su casa escuchando música y viendo películas, y siempre que lo invitaba a actuar en shows míos en pubs, él iba encantado. A Caviar me incorporé en los ‘80 y porque Jean François me lo propuso y rompí un poco la estructura del grupo ya que, hasta entonces, hacían todos playback. En mis primeros cuadros hablé, toqué el piano en vivo e hicimos unas cosas muy tridimensionales para la época: Jean hacía a Marlene Dietrich o a Edith Piaf y yo acompañaba con el piano… esa fusión fue mágica.

Y duró hasta su muerte.

- Sí. Nosotros éramos muy compinches y yo entré a Caviar siendo Eduardo Solá -no me formé en el grupo- y eso hizo que el trato conmigo siempre fuera distinto. Compartimos cartel y autoría de los espectáculos, e incluso en algunos me ha puesto en el afiche a mí arriba de él sin yo pedir nada… pero hubo gente que lo padeció a Jean François. Tenía un carácter muy especial. Por ejemplo, una vez hubo una gira en la que por contrato no podías tomar sol. Por decisión de él.

Insólito.

- Pero tenía razón. En el Grupo Caviar el maquillaje siempre era con la cara muy clara, entonces si de pronto ibas con la cabeza clara y el cuerpo oscuro quedaba muy raro. Yo sé que hubo casos de personas que tomaron sol en Puerto Rico en medio de una gira y Jean François los mandó de nuevo a Buenos Aires (risas). Era bravo, pero fue un gran maestro y el creador de una gran estética en el teatro. Lo extraño.

Con Caviar llegaron a actuar junto a Ricardo Fort. ¿Cómo fue esa experiencia?

- A Fort lo conocí mucho antes de que fuera famoso porque siempre venía a ver mis espectáculos e incluso en una oportunidad hice shows en una disco que tenía él. Cuando nos convocó en el 2013 al Grupo Caviar para hacer temporada en Mar del Plata, en el Complejo Tío Curzio, sabíamos que iba a ser una experiencia “bien a lo Fort” con un despliegue impresionante: había dos escenarios redondos a los costados, una orquesta, la escalera central para la gran bajada de plumas del final. Era algo colosal. Y la experiencia fue compleja porque, creo yo, Ricardo terminó molesto dado que la gente nos aplaudía más a Jean François, Walter Soares y a mí que a él. A pesar de que la dinámica entre nosotros tres era bárbara, yo siento que esa fue un poco la despedida de Caviar. Fue la última vez que trabajé con Jean François.

Era un personaje complejo Ricardo: por un lado estaba la construcción mediática de pura ostentación, pero por otro lado era un hombre roto que lo que pedía era cariño.

- Sí, tuvo una infancia terrible con su padre negándolo, lo mandaba a Miami para que no lo vean acá, porque nunca aceptó su homosexualidad, y por algún lado tiene que salir eso… él empezó a hacer lo que quería hacer cuando murió su padre.

Ricardo murió al poco tiempo de la temporada de Fort con Caviar. ¿Cómo fueron esos días?

- Convulsionados, porque la temporada terminó suspendida por su internación y al poco tiempo murió. Fue lo último que hizo y también fue lo que me llevó a mí a estar tres años sin hacer nada por decisión propia. Me dediqué a las clases de música y los chicos (Jean François y Walter) se fueron a hacer temporada a Villa Carlos Paz -yo tendría que haber ido pero no quise- y ahí fue cuando murió Jean François. Una sucesión de acontecimientos desagradables.

Hace no mucho Walter Soares dio una entrevista donde habló del Grupo Caviar y presentó la nueva formación. ¿Conocés a los nuevos integrantes del equipo?

- Sí, conozco a Marcelo Iglesias, los otros son más nuevos. Pero me encanta que Caviar siga vigente en ellos, porque fue un ícono de la cultura.

Eduardo, ¿cómo es tu guardarropas?

- ¡Gigantesco! Con 40 años de trayectoria tengo una cantidad de ropa inmensa… en Caviar junto a Jean François vestíamos a todo el elenco. Lo bueno es que la ropa no se me gasta porque la voy variando, cuido mucho el vestuario porque sé que no podría comprar esas prendas ahora ya que salen una fortuna. En mi casa tengo un montón de valijas y percheros en un gran placard donde guardo todos los vestidos, y para no perderme llevo un inventario en un archivo de Word. Entre lo que tengo hay, por ejemplo, vestidos emblemáticos de Roberto Piazza, que tuvo la generosidad de dármelos, y unas plumas maravillosas. Me confieso fanático de las plumas.

Fuiste amigo de Paco Jamandreu, quien le confeccionaba los vestidos a Eva Perón.

- Paco fue un gran amigo. Cuando estrené mi primer espectáculo en el teatro en el ‘84, Una noche de Ballet junto a Guillermo Gil, no tenía un mango y Paco nos invitó a su casa, nos abrió su guardarropa y nos prestó lo que quisiéramos. Las madrinas de ese show fueron China y Niní, fue una experiencia muy angelada.

Paco era muy divertido, cada vez que llegaba a su casa tenía que esperarlo porque siempre andaba con algún chongo del momento. No sé si era un acting, porque a los chongos nunca los vimos, pero él salía con el peluquín revuelto y agitado. ¡Un personaje! (risas). Una vez hizo una comida en su casa y en un momento me llamó aparte y me preguntó si quería ponerme un tallier de Evita. Yo era un palito en ese momento, ¡me calzaba justo! Juro por Dios que comí en la mesa de Paco Jamandreu con un tallier de Eva Perón puesto. 

En sus memorias, Paco Jamandreu menciona que Eva Perón era quien iba a la cárcel a rescatarlo cuando lo apresaban por homosexual. ¿En algún momento hablaron con Paco de estos episodios?

- “Jodete por puto”, le decía Eva, pero iba a buscarlo. Fue cierto. Me remueve algunas cosas esta pregunta porque en más de una oportunidad le he preguntado a Paco por Eva y él nunca quiso hablar de ella. “No me preguntes de Eva porque no voy a contar nada”, repetía a mí y a su grupo íntimo. Siempre me pareció extrañísimo eso, porque en sus memorias la recuerda con un gran cariño. En esa época trataba muy seguido con él, con Niní Marshall y con China Zorrilla y no me percaté de los significativo de esos vínculos hasta que fueron muriendo. Me emociona haber sido contemporáneo de esas grandes figuras.

Hay que darle el gusto a mamá puede verse los viernes a las 20 horas en el teatro Belisario (Avenida Corrientes 1624, CABA). Entradas en venta en boletería y en Alternativa Teatral.