A pocos kilómetros del centro de La Merced existe una obra monumental que nunca cumplió su destino. Son los túneles de La Merced, un ambicioso proyecto ferroviario iniciado a mediados del siglo XX que prometía unir Catamarca con Tucumán atravesando las sierras del Gracián. El tren jamás pasó. Los túneles quedaron. Y con ellos, una serie de preguntas sin respuesta.
Hoy, quienes se acercan al lugar no solo buscan naturaleza o turismo alternativo: buscan entender qué pasó en ese corazón de la montaña donde el Estado argentino intentó, durante años, dominar un territorio indómito a fuerza de dinamita, pico y pala.
El proyecto se aprobó en 1943, cuando Ferrocarriles Argentinos dio luz verde a la construcción de una traza ferroviaria que conectara la estación Superí, en Catamarca, con Rumi Punco, en Tucumán. En el medio, un cordón serrano cubierto de yungas, vertientes y cascadas.
El plan original contemplaba la construcción de 20 túneles, luego reducidos a 15, para atravesar más de 20 kilómetros de montaña. Era una empresa colosal incluso para los estándares actuales. En ese contexto llegaron más de 400 trabajadores golondrina, provenientes de distintas provincias y de países limítrofes, convocados para una tarea extrema y peligrosa.
Las herramientas eran mínimas: palas, picos, mazas y explosivos. Las condiciones, precarias. Las detonaciones se realizaban en cadena, perforando la montaña en decenas de puntos simultáneos. Muchas cargas fallaban. Otras explotaban cuando no debían. "La construcción tuvo muchos percances y se piensa que murieron alrededor de 60 obreros y nadie sabe dónde están enterrados”, reveló Luis Carrizo, director de Turismo del Municipio de Paclín en una entrevista del 2022 con La Nación.
Las muertes que nadie pudo explicar
Ese vacío documental alimentó el misterio. Los relatos locales aseguran que algunos cuerpos fueron enterrados en el antiguo cementerio de Paclín Viejo, hoy abandonado, mientras que otros habrían quedado sepultados en la propia montaña o en la espesura de la selva. No existen pruebas concluyentes, pero tampoco desmentidas. Lo cierto es que los nombres de muchos de esos trabajadores nunca aparecieron en ningún archivo.
El túnel que parece no terminar nunca
El primero de los túneles, ubicado hoy dentro del camping Los Túneles, es también el más inquietante. Mide 2080 metros de largo, una extensión inédita en el país para este tipo de obra. Tardó siete años en completarse y aún conserva un escudo con la inscripción “1950” en su entrada, como una marca de resistencia frente al avance de la vegetación.
Al ingresar, la temperatura cae de golpe. El sonido se multiplica en ecos deformados. El agua brota de las paredes y forma un pequeño río subterráneo que todavía abastece a la localidad. Hay sectores inundados, derrumbes parciales y cavidades cuya función nunca fue del todo comprendida.
El abandono y el silencio: un enigma abierto en el corazón de Catamarca
La obra estuvo activa durante nueve años, con turnos rotativos día y noche. El campamento de los obreros se levantó en la Cuesta del Totoral: carpas, casillas precarias, gente durmiendo a la intemperie. Los salarios apenas alcanzaban para subsistir.
A comienzos de la década del 50, el proyecto se detuvo. Las filtraciones constantes, los derrumbes y la complejidad del terreno terminaron por volverlo inviable. El sueño de unir el NOA con el Pacífico por vía férrea quedó inconcluso.
Hoy permanecen nueve túneles, algunos visitables con extrema precaución. La selva avanza, pero no logra borrar del todo las cicatrices de la obra. Los túneles siguen allí, oscuros, húmedos, como portales a una historia que nunca terminó de contarse.
