'Adolescencia' y los incels: cómo se construye el “monstruo” detrás de un femicidio

29 de marzo, 2025 | 19.00
'Adolescencia' y los incels: cómo se construye el “monstruo” detrás de un femicidio 'Adolescencia' y los incels: cómo se construye el “monstruo” detrás de un femicidio

La serie Adolescence, recientemente estrenada en Netflix, ha capturado la atención y se ha convertido en un éxito comercial a nivel mundial al alcanzar un récord de 66,3 millones de visualizaciones a solo diez días de su lanzamiento. Pero su notoriedad no puede medirse solo en términos cuantitativos sino, y, sobre todo, a partir del impacto social que ha generado una trama que resuena profundamente en las diversas audiencias. La miniserie británica constituye un fenómeno cultural cuyo principal mérito es, desde el mainstream, atreverse a abordar temáticas urgentes y contemporáneas como la influencia de las redes sociales en la adolescencia, los vínculos y la proliferación de discursos de odio contra las mujeres, problemáticas sociales que, si bien son universales, por su complejidad, todavía se ocultan entre las grietas de la vida ordinaria y cuesta identificarlas con claridad.

El guion gira en torno al asesinato de una joven llamada Katie, por el que es acusado Jamie Miller, un adolescente de 13 años, hijo menor de una familia “normal” de clase trabajadora del norte de Inglaterra. La primera escena muestra la irrupción matutina de la policía en el hogar de los Miller, y la detención y traslado a la comisaria del sospechoso (interpretado magistralmente por Owen Cooper), a primera vista un jovencito delgado, tímido, frágil, inofensivo, hasta tierno, y asustado por la violencia de la situación.  Con el correr de los minutos y las acciones en plano secuencia, se va despejando la incógnita acerca de la culpabilidad, y empieza a resonar con fuerza la pregunta que conduce y permanece encendida toda la serie: “por qué?”. Los gestos de confusión en primer plano de los adultos que no comprenden nada de lo que está sucediendo dicen más que cualquier diálogo posible.  Tal como lo resume el detective Luke Bascombe en el segundo episodio, su trabajo es “entender por qué pasó lo que pasó”.

La serie se trata de una creación de Jack Thorne y Stephen Graham, quien además es actor e interpreta a Eddie Miller, padre del victimario. Este último, en una de sus declaraciones luego del estreno, relata que, si bien se trata de una historia ficticia, el disparador de la idea que dio origen es un hecho social real que azota al Reino Unido hace unos años: la creciente ola de ataques con arma blanca perpetrados por jóvenes varones, cuyas víctimas son principalmente mujeres y niñas. “Hubo un incidente en el que un joven apuñaló a una niña - dijo Graham en una entrevista en el blog Tudum - me impactó. Pensaba: ‘¿Qué está pasando? ¿Qué está pasando en la sociedad donde un chico apuñala a una chica hasta la muerte? ¿Cuál es el incidente que lo incita? Y luego volvió a suceder, y volvió a suceder, y volvió a suceder”.

La producción de Netflix intenta desentrañar dichas cuestiones y en el camino genera un efecto de urgencia que trasciende la pantalla y se traslada a la vida misma, a las casas, las escuelas, los clubes, incluso al cuarto de nuestros hijos y sus dispositivos en línea. Nadie puede escapar de una advertencia efectiva: poco y nada sabemos de lo que están haciendo los adolescentes en este momento, de los contenidos que consumen, cuáles son sus prácticas en línea, con quiénes hablan e interactúan, o cómo se sienten. Mientras las grandes tecnológicas monetizan los datos y retroalimentan su poder con la intimidad, vulnerabilidad y salud mental de los jóvenes. En este sentido, al diseñar sus plataformas con características adictivas, la nueva cultura digital ha establecido una brecha generacional sin precedentes con un lado oscuro que hace imposible para muchos adultos la tarea de entenderlos, comprenderlos o acompañarlos en sus experiencias y padecimientos. Los posibles horizontes parecen inabarcables y la desorientación después de ver “Adolescence” puede ser paralizante.

En la ficción, la brecha generacional se ve retratada en el segundo episodio cuando el detective a cargo de la investigación, un policía profesional, especializado y con acceso a información clave sobre el homicidio, acude a la escuela donde iban ambos jóvenes para buscar respuestas. Con ese objetivo se dispone a conversar con alumnos y alumnas, analiza la violencia desde la lógica del bullying tradicional, inspecciona la infraestructura de la institución, y evalúa la tarea de los propios docentes y autoridades, que se encuentran sobrepasados por el caso y manifiestan cierta ineptitud para manejar este tipo de temáticas. El acto que muestra ese abismo de forma paradigmática es cuando su propio hijo, al verlo completamente enmarañado, lo increpa por encarar erróneamente la pesquisa y no poder decodificar que lo que efectivamente estaba teniendo lugar en el terreno de las redes, donde Jamie estaba siendo señalado por Katie como un “Incel”, “virgo” en la jerga local.

El mundo de las redes que despliega la trama contiene formas del lenguaje propias de las interacciones de los y las adolescentes, y códigos virtuales que son ajenos al mundo de los adultos: los likes y mensajes en Instagram; el significado detallado de cada uno de los emojis; el color de los corazones; y las narrativas de la “manósfera” y los Incels (Celibes Involuntarios), que constituyen el telón de fondo del crimen. Algunas de estas creencias machistas que dan sentido a la esfera masculina digital son la elección de la Píldora roja, como en la película Matrix, que hace referencia a un supuesto “despertar” de los hombres ante la realidad distorsionada por el feminismo; y la teoría del 80/20 que indica que el 80 % de las mujeres suelen elegir como pareja al 20 % de los hombres, con base en la hipergamia.

El territorio “manósfero”, que despierta interés en el marco de la averiguación sobre el móvil del asesinato, puede ser definido como el conglomerado de espacios virtuales, conformados por varones heterosexuales, que generan movimientos masculinistas basados en la propagación de discursos de odio, misóginos y antifeministas. El argumento catalizador es que se autoperciben no aptos, poco “atractivos”, “oprimidos” por los feminismos, despreciados por las mujeres, a quienes culpan por su fracaso a la hora de entablar relaciones sexoafectivas. Los Incels encuentran en estas comunidades una legitimidad para producir sentido acerca de su identidad como hombres, y un espacio seguro para expresar su bronca, ira y frustración. No es casual que la manósfera haya explotado luego de la pandemia del covid, en un contexto donde las pantallas, los dispositivos y las aplicaciones de citas han sustituido al espacio público y los vínculos cara a cara. El capitalismo digital de plataformas es la infraestructura para la proliferación de discursos misóginos y de extrema derecha.

Uno de los influencers más conocidos en redes de ese territorio es Andrew Tate, un kickboxer de 38 años que se hizo famoso en la versión británica de Gran Hermano en 2016 y acumula más de 10 millones de seguidores en X, sobre todo varones jóvenes heterosexuales que buscan role models en internet. A través de sus contenidos Tate fomenta un formato de éxito masculino fundado en el dominio, el poder de la riqueza, la fama, la sumisión de las mujeres, y paralelamente comparte discursos que promueven la violencia de género y ridiculizan el feminismo. De hecho, desde fines de 2022, Andrew Tate y su hermano, están acusados y son investigados en Rumania y Reino Unido por trata de personas, abuso de menores y lavado de dinero.

Una investigación de la Universidad de Swansea de 2024, encabezada por Andrew Thomas y William Costello, comparó los resultados demográficos y de bienestar de 151 hombres autoidentificados como incel con 378 no incels, y realizó entrevistas en profundidad para conocer sus preferencias en las relaciones y percepciones acerca de las mujeres. Entre los hallazgos del mayor estudio global sobre incels hasta la fecha, se identifica que los sujetos que conforman este colectivo sobreestiman el atractivo físico y las finanzas, al tiempo que subestima características como la amabilidad, el humor o la lealtad;  tienen casi el doble de probabilidades de seguir viviendo con sus padres y no poder autonomizarse (los famosos “ninis”); suelen presentar una salud mental extremadamente precaria, con alta incidencia de depresión y pensamientos suicidas (20% contempló el suicidio a diario durante las últimas dos semanas); y son más propensos a ser neurodivergentes, con una mayor probabilidad de ser diagnosticados con trastorno del espectro autista. Estas características los conducen a una mayor probabilidad de alinearse con ideologías problemáticas y presentar padecimientos de salud mental. Al respecto Thomas explica que observaron una "relación bidireccional entre la salud mental y la ideología incel", por la que cuanto peor es la salud mental, más fácil parecen caer en dicha ideología.

La violencia simbólica que esparce este paradigma contra las mujeres puede trasladarse a la violencia física directa, a conductas de riesgo, hostigamiento, en incluso métodos que cambian la seducción por la manipulación (como se ve en el tercer episodio en la escena que Jamie conversa con la psiquiatra a cargo de su evaluación), el sometimiento, el maltrato y los femicidios. La investigación previamente mencionada identifica que un pequeño grupo (5%) de los Incels apoya a menudo el uso de la violencia para defender a su comunidad, y el 20% justifican a veces la violencia contra personas que perciben como perjudiciales.  

Atrás de un femicidio como el de Adolescence se esconden múltiples factores que permitieron que fuera posible. Pero lo impactante de la serie es que rompe con el imaginario hegemónico que tiende a patologizar o marginalizar al femicida, y activa la posibilidad de analizarlo desde una determinada matriz sociocultural y cotidiana. Nadie nace femicida, son sujetos engendrados bajo las lógicas y mandatos del patriarcado, que se producen y reproducen en los diferentes ámbitos de socialización. Pueden ser nuestros hijos, nuestros alumnos, nuestros amigos, jóvenes tiernos, tímidos y “normales” como Jamie, víctimas de los mandatos de masculinidad, que pasan demasiado tiempo encerrados en su habitación, jugando videojuegos, expuestos a violencias y discursos que los presionan a ser sexualmente activos cada vez más jóvenes, los incentiva a tener comportamientos temerarios, a entablar relaciones de poder con sus pares, y los condena al silencio, la vergüenza o a la humillación ante cualquier gesto performático que denote debilidad o vulnerabilidad.

La miniserie resulta en ese sentido un contenido profundo, crítico, y efectivo. El punch que genera cumple el doble objetivo de incorporar a la conversación social y a la agenda una problemática urgente sobre los jóvenes, la violencia y las redes sociales, y al mismo tiempo hacerlo de forma tal que todos nos sintamos cercanos a la temática, un tanto responsables de lo que pasa, y con la sensación de que tenemos algo por hacer si queremos cambiarlo.

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