Ricardo Pulvirenti es puntilloso, metódico y un apasionado por su trabajo. Heredó el oficio de su papá, Humberto, que se formó como sastre en Italia, cuando tenía 11 años y en contexto de guerra.
El negocio conserva la estética fundante y el ambiente familiar. Se encuentra ubicado en Monroe 4897, en el barrio porteño de Villa Urquiza, y es una de las últimas sastrerías de medida fina que quedan en Buenos Aires. Ricardo se dedica a realizar confecciones de manera artesanal y “a mano”, especialmente sacos, pantalones, chalecos, sobretodos y polleras. La prolijidad de Ricardo es su marca registrada, tanto, que le valieron los apodos de “el mago” y “el cirujano” de las prendas.
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Humberto, el chiquito aprendiz
Humberto Pulvirenti ―padre Ricardo― nació en 1932 en la provincia de Córdoba. Al poco tiempo partió a Italia junto a sus padres y sus cinco hermanos. Se instalaron en la ciudad de Ispica, ubicada en Sicilia, donde uno de sus hermanos fue reclutado para ir a la guerra. “Mi papá era chiquito, pasaron hambre y todas las que te puedas imaginar en ese contexto”, cuenta Ricardo en diálogo con El Destape. A los once años, Humberto empezó a aprender el oficio de sastre. “Yo era un chiquito aprendiz”, solía decir Humberto sobre aquellos tiempos.
A sus 16 años, Humberto regresó a Argentina junto a una hermana y un hermano y alquiló una pieza en una casa “chorizo” ubicada en Amenábar entre Sucre y Echeverría, en el barrio porteño de Belgrano, que pertenecía a una familia conocida de los Pulvirenti. Esa pieza fue la primera “minisastrería” donde Humberto dio sus primeros pasos. A su vez, en esa misma casona conoció a Haydee, que ya vivía allí y a quien no le había gustado nada su llegada a la casa. “A este tano lo hago durar 10 días” dijo la joven. Sin embargo, se enamoraron y a los dos años se casaron.
En 1957 Humberto abrió su primera sastrería ubicada en la ex Avenida del Tejar (ahora Ricardo Balbín) 3363. Luego de un tiempo, Humberto fue convocado para trabajar en la reconocida sastrería Petrocelli de Nueva York, “una sastrería de tanos”, acota Ricardo. “El gerente sabía que mi papá conocía el oficio y lo puso como ‘manager’”. Al regresar, siete años más tarde, en 1964, mudaron el local de Buenos Aires a Monroe 4897. Finalmente, en 1973, compró el de Monroe 4897, que funciona hasta la actualidad.
El legado del sastre
Ricardo nació en 1958 y desde chiquito mamó el oficio. “En el local trabajaba toda la familia. Mi mamá Haydee, que siempre se dedicó a hacer los dobladillos y trabajos de motricidad fina, mi abuela, que era costurera de alta costura, y mi bisabuela que ‘picaba’ los cuellos”, enumera el sastre.
Durante su adolescencia, Ricardo tuvo muchas habilidades en el fútbol y también con la guitarra, pero a los 20 años se sumó al negocio familiar. Su hija, Adriana, cuenta que su padre tuvo la posibilidad de dedicarse de manera más profesional tanto a la música como al fútbol, “que en este país son ‘el sueño del pibe’. Sin embargo, si le preguntás, siempre dice que volvería a elegir ser sastre”.
Durante las décadas del 60, 70 y 80 al local le iba muy bien. Humberto le inculcó a Ricardo el valor de la responsabilidad y el compromiso con los clientes. Ricardo recuerda que era habitual que su papá se quedara hasta bien tarde en el negocio por algún arreglo que tenía que terminar. “Cuando yo era chico, comíamos y hasta dormíamos en el local. Si mi papá tenía que entregar algo apurado, nos quedábamos hasta las 12 o 1 de la madrugada y nos armaban una camita debajo de un mostrador”, describe Ricardo.
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Con el tiempo, Ricardo conoció a la que actualmente es su esposa, María del Carmen, quien casualmente también viene de una familia de sastres. “Mi suegra trabajaba en la famosa sastrería Paramount, ubicada en Avenida 9 de Julio entre Corrientes y Lavalle. Me ‘enganché’ con ella en todos los sentidos”, dice entre risas.
Sastrería de medida fin
El local fue creciendo y la familia de sastres ganó fama en el barrio por su dedicación y compromiso. Ricardo define a la sastrería de medida fina como el arte de confeccionar una prenda de vestir a partir de un corte de tela, adaptándolo a las medidas y costuras de los pliegues, creando una prenda personalizada. La mayor parte del trabajo es “a mano” para darle personalidad, carácter y elegancia a la prenda.
En un principio, se encargaban exclusivamente de realizar arreglos a medida, lo que brinda la posibilidad de hacerle a cada cliente su molde. “De esta forma, si el cliente quiere encargar un traje se evita la primera prueba”, agrega Ricardo.
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Con el correr de los años, el oficio fue sufriendo modificaciones, en línea con los cambios en los usos y costumbres a la hora de vestirse. En sus comienzos, la sastrería estaba orientada a trajes y sacos de hombres, luego se fueron incorporando prendas femeninas y también se fueron sumando otros géneros como los jeans. “Hoy en día me pueden traer un pantalón de jean para que se los ‘enchupine’”, cuenta el sastre.
“Los cambios en el negocio eran una lucha con mi padre porque él se resistía, hasta que lo fui convenciendo. Lo sentía como un deshonor y era entendible porque a sus once años y en tiempos de guerra se “pinchó” los dedos para aprender un oficio de alta calidad y de golpe se quejaba por tener que ponerse a hacer dobladillos”. Humberto trabajó en el local hasta que falleció en 2014. Además de Ricardo, en el local trabajan su esposa María del Carmen, que realiza ruedos y despuntes a mano, y su mamá Haydee, que a los 91 años hace los ruedos de los pantalones, también a mano.
Llevar el oficio a otra cultura
El local atravesó diferentes crisis económicas, pero Ricardo recuerda la de 2001 como la más fuerte. “En esa época me tuve que ir a trabajar a Estados Unidos. Me fui solo y por dos años estuve yendo y viniendo”, rememora. Mientras tanto, en el local de Buenos Aires se quedaron su padre y su madre.
Durante ese tiempo trabajó con una prima suya en una sastrería ubicada en la Ciudad de Nueva York, dedicada exclusivamente a ropa para judíos jasídicos (religiosos). “Ahí aprendí a hacer vestidos bien cerrados con pedrería y brillantes. A su vez, me lancé a confeccionar prendas que nunca había hecho, como camisas, blusas, y polleras especiales con un corte que permite caminar sin que se vean las piernas pero sin parecer Morticia Addams. A los vestidos les hacíamos una especie de babero para que tapara lo que denominan “sexy bones”.
Ricardo recuerda que fue un verdadero desafío trasladar su oficio a una cultura tan distinta. “Yo no podía probarle una prenda a una mujer y mucho menos tocarla. A veces yo estaba trabajando atrás y mi prima me decía que me vaya un ratito porque llegaba una clienta”, describe.
Ricardo, apodado “el mago” o “el cirujano”
“Vos me traes un traje que era de tu abuelo, yo te lo arreglo a tu cuerpo y queda perfecto”, asegura Ricardo. Su puntillosidad y profesionalismo le valió el apodo de “el mago” o “el cirujano” por parte de varios clientes que le reconocen en verdadero talento para esculpir formas. Los arreglos más solicitados son sacos, pantalones y tapados. “También viene gente a traer ropa que le hicieron mal los arreglos en otro lado”, acota.
Lo que a Ricardo más le gusta es armar los sacos. “Es lo más típico de un sastre”, señala. “Lo principal para que un saco calce bien es un buen cuello y que estén bien hechos los hombros. Lo que más disfruto es cuando veo el resultado final, cuando el cliente me dice algo lindo y más aún cuando después vuelve”, asegura.
Hoy en día el oficio de Ricardo nuclea a otros que anteriormente hacían varias personas: cose, prueba, corta, realiza la moldería y las terminaciones. “Antes existía por ejemplo el pompier, ¡que se dedicaba exclusivamente a realizar las terminaciones!”, exclama el sastre.
El local conserva la estética original con piso alfombrado, dos sillones antiguos de cuero con una mesita ratona donde hay ejemplares de la legendaria revista Burda, una referencia para el mundo de la costura y la moda. En las vitrinas hay retazos de telas y fotos con los trajes especiales que le encargaron alguna vez. También cuenta un probador y el taller en el fondo, donde están todas las prendas colgadas en perchas, las planchas y una máquina Singer que Humberto compró usada cuando llegó de Italia.
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La plancha ocupa un lugar fundamental en la sastrería. “Mi papá me decía que la plancha es el segundo sastre. Podés hacer todo muy bello pero también podés arruinarlo. Tenes que saber dónde y cómo poner la plancha”, asegura Ricardo.
Clientela fiel
Ricardo cuenta con orgullo que el local supo cosechar una clientela fiel que lo sigue de generación en generación. “Tengo un cliente al que mi papá le hacía trajes cuando tenía 16 años y hoy tiene 76 y sigue viniendo. Hace unos meses para un bautismo le hice un trajecito a un bebé de cinco meses que es el nieto de otro cliente”, asegura.
La sastrería supo vestir al plantel de Racing durante la década del 60, cuando los jugadores se vestían de traje, y también a personajes de la cultura, como María Graña, que es una clienta fiel, y del mundo de la política como el ex diputado Marcelo Stubrin y el ex intendente de la Ciudad de Buenos Aires, Facundo Suárez Lastra.
Un oficio que se convirtió en obra de teatro
Adriana Pulvirenti es la hija más grande de Ricardo. Es realizadora audiovisual, trabajó en teatro y en televisión y el año pasado estrenó una obra de teatro llamada “De-sastrería argentina, retazos de nuestra historia”, basada en la historia de la sastrería familiar.
“Yo mamé todo este negocio y como el año pasado cumplió 50 años me pregunté: qué negocio aguanta tanto tiempo en Argentina? ¿Cómo hicieron? Y todo ese proceso fue redescrubrir la historia y sorprenderme”, relata Adriana. La obra se reestrenará en noviembre en Teatro Abierto.
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El local funciona de lunes a sábados de 9 a 13:30 y de 15 a 20 horas aunque a veces Ricardo llega a las 6 o 6:30 si tiene que cumplir con algún pedido. “Jamás vine más tarde que las 9, he sacado horas de sueño para cumplir. Este negocio es mi vida”, dice emocionado.