En la calle Esmeralda al 900, en el barrio porteño de Retiro, hay una pequeña heladería artesanal que tiene un encanto particular: conserva su estética original “tal cual” el momento en que fue inaugurada, en 1970. Mostradores y bancos de fórmica alargados, un bebedero antiguo en el fondo, azulejos bordó y azules y un cartel donde se lee “sundae de frutas, postres, casatas”. Entrar al local es un viaje a través del tiempo.
El negocio es atendido por su dueño, Roberto Giacin, y un empleado llamado José, que trabaja en la heladería desde hace más de 30 años. La especialidad de la casa son el helado de dulce de leche, que se hierve durante más de cinco horas con chauchas de vainilla y bicarbonato, y el de “perugina”, un tipo de chocolate con pastas de avellana.
Una vida rodeada de cremas heladas
Los helados están en el ADN de Roberto Giacin. Sus padres, oriundos de la región de Cibiana di Cadore, ubicada al norte de Italia y famosa por su gelato, se conocieron en Argentina, tras huir de la Segunda Guerra Mundial.
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Su madre, María, se había casado en primeras nupcias en Italia, casualmente con un heladero. Al llegar a Buenos Aires, en 1948, la pareja inauguró varias heladerías. La más importante fue una que se llamó Fabris y que estaba ubicada en la avenida Corrientes al 1500, justo en frente del Teatro San Martín.
Su padre, Elio, había trabajado desde muy jovencito en heladerías ubicadas en distintos países de Europa. La más importante y donde aprendió el oficio fue en Holanda. Después de un tiempo, Elio estaba decidido a volver a Italia, pero como justo comenzó la Guerra, él, su padre y tres de sus hermanos emigraron a Estados Unidos. Al finalizar la guerra, Elio quiso volver a su Italia natal, pero se encontró con una restricción: como Italia había luchado contra Estados Unidos no podía volver directamente desde allí. Por ese motivo, le sugirieron pasar primero por Argentina. Elio llegó a Buenos Aires en 1949 y uno de sus primeros trabajos fue en la heladería Fabris. El que lo empleó fue el primer marido de María. Al tiempo el hombre falleció y María se quedó a cargo de las heladerías.
El amor entre Elio y María nació en la heladería Fabris. A principios de la década del 50 se casaron y el 1 de junio de 1953 nacieron sus hijos mellizos: Roberto y Lucía. “Vivíamos en un departamento que estaba arriba del local”, recuerda Roberto.
Con dos hijos mellizos chiquitos, el matrimonio decidió abandonar el mundo de los helados y cerraron el local. “En la heladería la vida es un poco a contramano del mundo. Mis padres trabajaban mucho en verano y en invierno no nos podíamos ir de vacaciones porque nosotros íbamos al colegio”, explica Roberto. En esos años, Elio decidió cambiar de rubro y abrió un negocio de sanitarios, electricidad y gas en el centro.
Sin embargo, el vínculo de Roberto con los helados no se cortó. “Una de mis tías, hermana de mi mamá, también tenía heladerías en las localidades de San Martín y Morón. Había una que se llamaba Serafín que era muy conocida en la zona. Yo iba y la ayudaba, ahí aprendí todo”, recuerda en diálogo con El Destape.
Roberto fue creciendo, y durante su adolescencia se dio cuenta que el oficio le gustaba y le propuso a su padre retomar la senda de las heladerías. Fue así que en 1970, cuando Roberto tenía 16 años, fundaron “Heladería Esmeralda”, en Esmeralda 962.
Un negocio familiar con un proceso de elaboración “como el de antes”
En Heladería Esmeralda trabajaron Elio, María y los mellizos Roberto y Lucía. “En la década del 80 le dije a mi padre que se quedara en la casa porque ya había trabajado demasiado a lo largo de su vida y desde ese momento me quedé al frente del negocio”, detalla Roberto.
En el local también trabaja un empleado, José, que está hace más de 30 años. “Él arrancó a los 16 o 17 años. Primero fue despachante y luego le fui enseñando a fabricar los helados”, cuenta Roberto. A veces también va Haydée, la esposa de Roberto. La pareja también tuvo hijos mellizos y uno de ellos trabajó un tiempo en la heladería.
Una de las virtudes de la heladería es que mantienen la misma forma de elaboración de las cremas heladas que cuando comenzaron en 1970. “La elaboración se hace en el negocio, con el sistema antiguo, de fabricación italiano. El secreto es la materia prima que utilizamos, mucha es de acá y otra la importamos de Italia, como el pistacho y la pasta de avellanas. Mantenemos la calidad y es por eso que seguimos adelante”, agrega.
En la actualidad, la heladería ofrece más de 36 gustos. Roberto cuenta que hay sabores que se dejaron de hacer, como el de kinotos al whisky y el marrón glacé, que en la década del 80 “eran top”. “En la década del 90 los dejamos de hacer porque lo pedía solo la gente grande”, explica. Por otro lado, están los gustos que se fueron sumando, como maracuyá, menta granizada, chocolate suizo, crema oreo y banana split.
Sin embargo, la especialidad de la casa es el de dulce de leche. “Producimos el dulce de leche que se utiliza para elaborar el helado. Cocinamos la leche con azúcar, chauchas de vainilla, bicarbonato y lo hervimos durante 5 horas. Eso hace que quede de un color claro. Así lo hacemos acá desde el comienzo, por eso es conocido y tiene buena salida”, dice orgulloso. Otra de las especialidades de la casa son el “perugina”, un tipo de chocolate con pastas de avellanas, y el “spumone”, mousse de chocolate. “Tratamos de mantener los gustos clásicos, los tradicionales. El gusto nuevo vos lo hacés y la gente lo prueba, pero después no se continúa”, acota.
Los preferidos de Roberto son los clásicos: crema y chocolate. “Lo que digo siempre es: cuando no conocen el helado de una heladería hay que pedir crema y chocolate. Si son buenos, todo el helado es bueno, si esos no son buenos, agarralo con pinzas”, dice entre risas.
“Los clientes no me dejan cambiar ni un tornillo”
La estética de la heladería tiene su propio encanto. El local es alargado y la vidriera tiene grandes letras en tipografías antiguas. Adentro, los mostradores y los bancos son de fórmica, típicos de los años 70. Las paredes tienen azulejos ingleses de color bordó, y azules y carteles típicos de aquella época. Uno de ellos dice dice “Sundae de frutas, postres y casatas”, de cuando el negocio también ofrecía postres helados.
En las heladeras Siam, que están a la vista, se exhiben los preparados. En el fondo se puede ver un típico bebedero de chapa pintada, “como los de antes”. “Todo está tal cual como cuando lo inauguramos. La gente no quiere que cambie ni un clavo”, asegura Roberto.
Atrás del mostrador también sigue estando el papel que se utilizaba para envolver, que deja ver los bordes amarillos como consecuencia del paso del tiempo. “Ese papel ya ni se usa, pero lo dejamos ahí igual. Ahora todo va envasado en telgopor, pero cuando empezamos no había y teníamos que poner el helado en un envase parafinado con un papel arriba, y se ataba porque ni siquiera había bolsitas”, recuerda.
Roberto recuerda que a lo largo de la década del 70 la heladería trabajaba muchísimo. “En la década del 80 empezó a cambiar el barrio. Al principio era de familias y después se pobló de oficinas. Eso cambió la fisonomía de la zona. Turistas hubo casi siempre y eso es muy bueno porque son muy consumidores”.
Las peores épocas fueron la crisis del 2001 y la pandemia, cuando estuvieron cerrados durante siete meses. “En esta cuadra hace seis años que inauguraron una torre para poner oficinas transitorias. Era un mundo de gente que entraba y salía. Cuando volvimos a abrir la gente no estaba, la zona se convirtió en un desierto. El centro cambió muchísimo, no viene ni el 40 por ciento de la gente que venía antes y se nota”, se lamenta Roberto.
La heladería conserva una gran cantidad de clientes “habitués” de la época en que el barrio era más familiar, antes de que se llenara de oficinas. “¿Sabes cuándo los ves? Los días de elecciones. Vienen a votar y después pasan a tomarse un helado”, añade.
La heladería funciona de lunes a sábados de 11:30 hasta las 21:30 y los domingos desde las 13:30 hasta las 21:30.