Las burlas merecidas y la persistencia de la mala teoría

Las recientes burlas en redes hacia las estrategias fallidas para combatir la inflación desnudan viejos errores teóricos. Desde controles de precios hasta el debate entre déficits fiscales y estabilidad macroeconómica: cómo los diagnósticos errados llevaron a políticas ineficaces y la necesidad de un enfoque contextual, libre de estereotipos ideológicos.

15 de diciembre, 2024 | 00.05

La progresiva consolidación de la baja inflación en los últimos meses, un fenómeno que se explica centralmente por el “exitoso” sostenimiento del dólar barato, dio lugar a la proliferación de burlas, con epicentro en las redes sociales, contra la fracasada lucha antiinflacionaria de los gobiernos precedentes. Todo ortodoxo que se precie tuvo su minuto de regodeo. Especialmente doloroso para los simpatizantes nacional populares fue que se les recuerden las fotos de los militantes chequeando precios en las góndolas de los supermercados, imágenes de los tiempos en que se insistía en que la inflación se combatía desde la Secretaría de Comercio antes que desde el Ministerio de Economía. El mito se consolidó en tiempos de Guillermo Moreno funcionario, pero siguió consolidándose hasta ayer nomás, cuando los economistas que asesoraban a Cristina Kirchner le echaban la culpa de la inflación al ministro de Producción Matías Kulfas. La razón era que el ex ministro había rechazado que le impongan un secretario de Comercio. Finalmente, Kulfas debió ceder en la interna y el “cristinista” Roberto Feletti asumió en la secretaría en disputa.

Pero no todo fue disputa interna, detrás de la visión de que la inflación se combate con controles de precios hay también disputas teóricas. Esta fue la fuente de las burlas. No hay nada que al economista medio le produzca mayor placer intelectual que creer confirmada su teoría. Sin embargo, tratándose de economía el límite entre teoría e ideología es siempre difuso. No debe olvidarse que una de las características de la economía como ciencia es que en su praxis funciona también como ideología. El problema se agudiza cuando los dos lados de la disputa están teóricamente mal. Las burlas merecidas contra los controles en las góndolas provinieron fundamentalmente de los ultrafiscalistas, muchos de ellos responsables de explotar los índices inflacionarios durante el déficit cero macrista de 2018-19. 

Que la ideología meta la pata lleva a un resultado conocido: tensionar el debate teórico, que las posiciones se extremen y que las afirmaciones se caricaturicen. Así un heterodoxo podría afirmar que el déficit fiscal nunca importa y un ortodoxo que la inflación es un fenómeno exclusivamente monetario. En la economía local la cosa se complica todavía más. Sucede que “heterodoxo” es simplemente todo lo que no es “ortodoxo”, lo que significa que la heterodoxia no es una sola corriente, sino un montón. Y dentro de la coctelera heterodoxa estuvieron las ideas que, a juzgar por su resultado en el laboratorio de la historia, fracasaron etrepitosamente, las que están detrás de las fotos en las góndolas, como las generadas por el “Área de economía y tecnología de Flacso”

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

El tema demanda detenerse, demanda revisión. El debate en materia de inflación al interior del campo nacional popular tuvo dos dimensiones separadas. Una de raíz keynesiana y la otra de raíz flacsiana. La primera supone preguntarse cuál es el límite de la expansión fiscal. Durante los gobiernos precedentes abundaron los cuadros comparativos sobre los déficits presupuestarios en Argentina versus otros países, incluidos los más desarrollados. Estas comparaciones dejaron de lado que cuando se habla de déficit lo que importa no es el número, sino cómo se financia y cuál es su efecto en la economía. Un keynesiano entiende que el déficit público es superávit privado, que el Gasto público es un componente de la demanda agregada y en consecuencia empuja el crecimiento. Sin embargo, dada la estructura económica local, el crecimiento conduce a que las importaciones crezcan más rápido que las exportaciones, lo que tensiona las cuentas externas, lleva al aumento del precio del dólar y, por esta vía, a la aceleración de la inflación. El problema no es que el déficit se monetice, como ocurre en todo el mundo, sino que se dolarice. Cuando hay escasez de dólares no se puede tener cualquier déficit. Por eso, perdidas las elecciones de 2021 muchos economistas del peronismo, incluido quien escribe, sugirieron la necesidad de un ajuste del Gasto que conduzca a equilibrar las cuentas externas y estabilice la macroeconomía. La economía como ciencia supone también manejar la famosa “caja de herramientas”. La herramientas se deben utilizar de acuerdo al contexto, no de la ideología. En los últimos años ajustar el gasto significaba, entre otras cosas, ajustar precios relativos, subir tarifas, etc., es decir, dar malas noticias. Evitarlo solo significó esconder la cabeza bajo la alfombra mientras subía la inflación y se perdían las elecciones.

La segunda dimensión fue la flacsiana. Un ex funcionario del Ministerio de Producción, Martin Schapiro, o sea, ningún “conservador neoliberal”, lo señaló en la red X. Cuando el pasado miércoles se conoció que la canasta alimentaria había aumentado el 1,1 por ciento en noviembre escribió con evidente ironía: “Qué grande Milei. Terminó con la especulación, la concentración y los monopolios que causaban inflación”. Una síntesis perfecta para una crítica a las teorías de la “inflación oligopólica”, los formadores de precios y la idiosincrasia, al parecer puramente local, de la maldad de los empresarios fugadores afectos a las ganancias extraordinarias. Fue esta abundante bibliografía generada desde las oficinas locales de Flacso, sin teoría económica de respaldo, pero de presunta utilidad en la disputa política, la que sustentó la visión de que la inflación se combatía controlando precios desde la secretaría de Comercio, la que llevó a los militantes a hacer planillas en los supermercados en supuesta vigilancia disuasoria, la que jamás tuvo la menor incidencia en los procesos de formación de precios y la que, con justicia, se ganó las pullas y burlas de esta semana en las redes sociales.

La primera síntesis provisoria es que detrás de los fracasos económicos, en este caso la lucha contra la inflación siempre hay mala teoría. Las teorías erróneas conducen a malos diagnósticos y, en consecuencia, a malas políticas. El pensamiento nacional popular debería rever su propia historia, apreciar como uno de sus líderes, Juan Perón, tomó siempre decisiones económicas en contexto, ajustando cuando fue necesario, como en 1952. La segunda síntesis es que no hay que aferrarse a los estereotipos conceptuales. Que el adversario cultive el fiscalismo, por ejemplo, no debe llevar a hacer apología del déficit cualquiera sea el contexto. Accesoriamente, los críticos socarrones de la experiencia de los gobiernos populares deberían mensurar la propia autoridad moral. Si se trabajó en el gobierno de Mauricio Macri, la autoridad para perorar sobre inflación es, como mínimo, escasa. Restan analizar las razones de la presente estabilización provisoria de los precios, la que suma sostenimiento del cepo, altas tasas en moneda dura y apoyo del mercado para la sobrevaluación cambiaria, una estabilización con chances de sostenerse en el tiempo solo si se consigue el puente de dólares para el tránsito hasta que comiencen a funcionar plenamente las fuentes genuinas de provisión de divisas, los hidrocarburos y la minería. Vale destacar que la existencia de estas fuentes es lo que podría diferenciar al proceso actual de las pasadas experiencias de sobrevaluación, la dictadura y los ’90.-