Seguramente en las próximas horas accederemos a la “letra chica” del acuerdo electoral entre Milei y Macri: qué dio y qué obtuvo cada uno a cambio de sellar el acuerdo. Pero ya se puede especular sobre el significado y el sentido de este nuevo acuerdo de la derecha argentina: quién y cómo lo construyó, con qué fines, con qué argumentos políticos. No es que sea extraño que dos líderes de la derecha acuerden: es -o debería ser- lo más lógico y común. Como siempre, el análisis político está obligado a saltar sobre las sorpresas y las obviedades; es de sentido común básico: se juntan dos que piensan más o menos parecido para triunfar contra otro que piensa lo contrario.
Es así, ¿pero siempre ocurren las cosas de esa manera? ¿Cuánto tiempo tardó la derecha antikirchnerista en forjar una unidad, a la postre triunfadora? Tardó por lo menos desde 2003 hasta 2015, doce años. Es decir, parecía entenderse que la urgencia de la unidad no superaba la voluntad de cultivar el propio “jardín” (el radicalismo conservador, el peronismo “cordobecista” y otros productos de la época). La elección del 2015 fue un parteaguas del reagrupamiento político, simbolizado en un acontecimiento que nadie hubiera soñado un tiempo atrás: una interna radical construida contra un enemigo “externo” (en este caso el peronismo kirchnerista). Como al pasar, digamos que, desde el punto de vista de la competitividad electoral en el plano nacional, la UCR nunca se recuperó de la reunión de Gualeguaychú. De una u otra manera, el sistema de partidos ha ido confluyendo en un esquema “bipartidista” que hoy todavía se puede seguir llamando “peronismo-antiperoismo”. Hasta Gualeguaychú se podía esperar una reconstrucción del sistema de preferencias electorales, con otros actores y otras referencias históricas: hoy parece difícil que la disputa de este año se libere de esa antinomia, aunque su retórica sea actualizada periódicamente.
Ahora bien, todo esto dice mucho acerca de la estructura de papeles electorales que tendrá -o podría llegar a tener frente a sí el elector- y bastante poco del significado político de la elección. Un hemisferio político argentino votará por el peronismo, el otro en contra del peronismo. Ninguna de las dos opciones se comporta como una masa activa, “intensa”, pero existe y no sólo eso: puede desequilibrar la elección. Hay una curiosidad muy evidente en todo esto: dos emblemas de la historia argentina se enfrentarán en instancias históricamente decisivas pero más motivadas por la necesidad de la derrota ajena que de la victoria propia.
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Aparece muy claro que la unidad del peronismo es mucho más difícil que la del antiperonismo. Así fue el territorio electoral argentino durante mucho tiempo. La recuperación democrática, primero, y el surgimiento del kirchnerismo después, parecían haber “normalizado” la disputa política argentina: conservadorismo contra populismo era el nombre de la contradicción. ¿Sobrevivirá esta mutación? No especulemos. Para poder decir algo sobre esto hay que esperar acontecimientos que hoy están en proceso de gestación. La incógnita primera y principal es la fuerza de gobierno. Como suele ocurrir, el ascenso de Milei tuvo la gracia de lo inesperado, lo atractivo de lo que cambia el curso de los acontecimientos. Digamos, como al pasar, que Milei está, aparentemente, asumiendo un riesgo: el de zambullir exageradamente su perfil político-electoral, en las aguas turbias de la “política tradicional” cuya abominación fue una de las claves de su vertiginosa “acumulación política originaria”. Ahora tiene frente a sí la encrucijada: cómo seguir siendo lo nuevo zambulléndose entre lo viejo.
Y, claro, Macri está justo en el límite. Porque, por ejemplo, la idea-consigna contra el estado invasor y contra el estado como “curro” va a tener mucho para explicar en estas nuevas condiciones. Podrá decirse: la política real borra fácilmente estos restos de “ideologismo” e impone la lógica fatal de la acumulación por encima de cualquier otra cuestión. El problema es que eso funciona bien así hasta el exacto momento en que deja de funcionar, como lo demuestran, por ejemplo, los acontecimientos argentinos de fines del año 2001. No hubo entonces “nuevo comienzo” ni “solución revolucionaria”, lo que hubo (y dura hasta hoy aunque a veces en modo muy vacilante) es una vara política muy persistente y exigente que demanda un nivel de responsabilidad política superior.
Lo decisivo que empieza a jugarse en la política argentina
Hoy el país tiene en el gobierno a un líder y a una fuerza política que reniega abiertamente de los pactos políticos que refundaron la democracia en 1983. Y no se trata de un aventurero -o de un grupo de aventureros-sino de una fuerza política de cuadros, muy bien organizados, con inmejorables vínculos internacionales con lo que es hoy la vanguardia de la reacción mundial. Cualquier línea de acción para el período en el que entramos debería sostenerse en la premisa de que es esencial que este grupo de gobierno no se consolide. Y la elección de este año será un episodio decisivo para que así sea.