Una de las mayores inexactitudes que se repitieron tras el triunfo en el balotaje de Javier Milei fue que su poder estaría muy limitado por su inferioridad numérica en el Congreso. Fue un análisis sorprendentemente superficial que denotaba un desconocimiento sobre el funcionamiento real de las formas locales de representación del poder ideológico y territorial. Pero no solo eso, lo llamativo fue que, contra la experiencia histórica reciente de 2015-19, se haya creído que un presidente pro establishment tendría alguna dificultad para alinear al grueso de los gobernadores, incluidos a muchos peronistas (calificativo que devino significante vacío) y para subsumir al conjunto del liberalismo, de izquierda y de derecha, que hasta hace poco era representado por el macrismo.
Repetimos esta descripción no por la bochornosa jornada de este miércoles en Diputados, con la vergonzosa aprobación a libro cerrado y con cheque en blanco de más endeudamiento externo, un nuevo pico de indignidad de la casta legislativa, sino para que se comprenda un dato crucial del actual modelo económico: el amplio consenso del que todavía sigue gozando, aunque una devaluación lo pueda hacer desaparecer de un plumazo.
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Se trata de un consenso que no solo incluye al grueso de la población que lo votó, sino especialmente a ese agregado de actores económicos relevantes que se denomina “los mercados”. A un gobierno nacional popular se le habría hecho muy cuesta arriba conducir una coyuntura con similar escasez de dólares en el Banco Central. Para empezar, seguramente no habría conseguido el amplio blanqueo de capitales que permitió mantener pisado el precio del dólar durante la segunda mitad de 2024. Tampoco habría alcanzado niveles similares de ingreso de capitales especulativos que permitieron la euforia bursátil. Dicho de otra manera, “la confianza de los mercados” fue la clave para postergar una crisis externa que, en el segundo trimestre del año pasado, se preveía inminente.
Pero como siempre, a Dios rogando y con el mazo dando, la fiesta financiera no se alimentó solo de expectativas, sino también de una cantidad de dólares contantes y sonantes muy por encima de los que produce la economía. Sin embargo, un informe de la consultora Audemus difundido esta semana sostiene que el flujo de dólares del blanqueo se terminó en febrero. A ello debe sumarse, según difundió este mismo miércoles el Indec, que el superávit comercial de febrero, con un aumento interanual de las importaciones de 42,3 por ciento frente a una suba de solo el 10,1 de las exportaciones, sigue contrayéndose y fue solo de 227 millones de dólares. Y este número no cuenta los miles de millones de dólares que se están gastando en vacaciones en el exterior. Todo hace presumir el agravamiento del déficit de la cuenta corriente por mucho más que lo podría cubrir la cifra más optimista que el FMI prestaría “por sobre la refinanciación de vencimientos”, alrededor de 8 mil millones de dólares. En otras palabras, si el esquema cambiario no cambia, simplemente no es sostenible. Son sumas y restas.
La primera conclusión preliminar es que la economía no funciona como dice el discurso oficial, la estabilidad relativa que se gozó hasta pocas semanas no fue el producto del ajuste fiscal y mucho menos de las restricciones en la cantidad de dinero, sino del uso intensivo de los dólares disponibles sacados de la galera del blanqueo, divisas que ahora se terminaron, dato que, si bien se desconoce a qué velocidad, impactará en las cotizaciones del dólar primero y en la inflación después.
La paradoja es que el relato libertario insistía en que “el ajuste más grande y más rápido de la historia” era la clave de la estabilidad macroeconómica relativa, pero la inflación no consigue perforar el piso del 2 por ciento mensual y, lo peor es que en menos de 15 meses, con súper ajuste incluido, con caídas interanuales en 2024 del PIB del 1,7 por ciento, del consumo privado del - 4,2, del Consumo público del -3,2% y de la Formación bruta de capital fijo de un impresionante -17,4 por ciento, todos números también difundidos este miércoles por el Indec, el plan ya necesita de la asistencia urgente de un prestamista externo. No debe olvidarse que, como sucedió en 2001 y como volvió a suceder en 2018, las economías acuden desesperadas al FMI cuando sus planes fracasan, no cuando todo marcha sobre ruedas.
En el camino, aunque los hechos hayan demostrado el fracaso, un factor que puede agravar el panorama es que LLA siga creyendo sus elucubraciones basadas en mala teoría económica. La más flagrante de las últimas semanas fue que tomar deuda externa no aumenta la deuda pública, afirmación que supone desdeñar que el sector público financiero y el no financiero, para el caso el Banco Central y el Tesoro, tienen un factor común, ambos son sector público. De todas maneras, semejante desatino se puede comprender como un instrumento de legitimación del desastre de seguir agrandando la deuda en moneda extranjera, pero no hace que la práctica resulte más dañina de lo que ya es.
Distinto es el segundo desvarío que, siempre sobre la base de la mala teoría, también se repite desde hace meses desde las usinas libertarias, el que dice que el precio del dólar no va a aumentar porque el ajuste fiscal limpió de pesos la plaza. Aquí lo que no se comprende es la cantidad y variedad de los agregados monetarios que pueden dolarizarse, que no son solo los tradicionales (M1 y M2), sino una multitud de instrumentos financieros (las M sub i de los agregados monetarios teóricos que siguen).
Aquí recurrimos de nuevo al citado informe de Audemus, el lenguaje es algo técnico, pero se entiende: “Si el 5 por ciento del M3 y de las tenencias de LECAP se dolariza y el 10 por ciento de la deuda comercial en dólares de los importadores se cancela en el MULC, el total asciende a unos 11.800 millones de dólares. Valor suficiente para generar una dinámica disruptiva en el mercado de cambios oficial y en los financieros con un Banco Central con reservas brutas acercándose a los 26 mil millones” La síntesis de Audemus es que la pregunta correcta que debe formularse frente al cambio de expectativas producto de la escasez de divisas no es “¿con qué pesos? sino ¿con qué dólares?”.
De nuevo, recaer en el FMI para buscar deuda nueva y no solo refinanciamiento de los vencimientos es la prueba más palpable de que el diagnóstico libertario sobre el funcionamiento de la economía estaba mal. La secuencia es la de siempre, malos diagnósticos conducen a malas políticas. Y las malas políticas aumentan la deuda, profundizan la dependencia y hacen desaparecer los grados de libertad de la política económica.