El 17 de marzo de 2025, Israel reanudó los bombardeos sobre la Franja de Gaza. Las acciones dejaron más de 400 muertos y 660 heridos en una de las jornadas más mortíferas desde el inicio de la respuesta militar desproporcionada de Israel a la "Operación Al-Aqsa" de Hamas y la resistencia palestina, de octubre de 2023.
El ataque no se limitó a la destrucción aérea. El ejército israelí dos días después inició una nueva ofensiva terrestre, retomando el control de áreas previamente evacuadas durante el frágil alto el fuego. Las FDI israelitas dieron órdenes de evacuación forzada a los palestinos, diciéndoles que huyeran de pueblos y ciudades en zonas fronterizas, y retomaron el control de partes del llamado corredor Netzarim, que divide Gaza entre el norte y el sur.
Un crimen de guerra con respaldo de Occidente
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Ésta última acción militar israelita puso fin al frágil alto el fuego de dos meses en el que Hamas liberó a más de dos docenas de rehenes e Israel se retiró de grandes partes de Gaza. Con el pretexto de la erradicación de Hamás, Netanyahu ha intensificado, en definitiva, una política de limpieza étnica que se inscribe en la lógica colonialista del proyecto del Gran Israel, los sueños fundamentalistas de los sectores sionistas más ortodoxos.
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Desde el 7 de octubre de 2023, más de 48.000 palestinos han muerto, incluidos más de 18.000 niños. A esto se suman más de 110.000 heridos, muchos de ellos con lesiones graves que no pueden ser tratadas debido al colapso del sistema de salud. Naciones Unidas estima que más de 10.000 cuerpos siguen atrapados bajo los escombros y que 11.000 personas permanecen desaparecidas. Estamos hablando de la muerte directa de, al menos, el 2% de la población gazatí.
El ejército israelí ha destruido más de 170.000 edificios, incluyendo hospitales, escuelas y viviendas. Las pérdidas materiales superan los 30.000 millones de dólares, lo que hace de la reconstrucción una tarea prácticamente imposible. La infraestructura esencial ha sido desmantelada deliberadamente: se han atacado plantas desalinizadoras, centrales eléctricas y corredores humanitarios.
Por estos días, Israel apagó la última línea eléctrica que quedaba en el enclave asediado, lo que obligó al cierre de una planta desalinizadora, empeorando la escasez de agua limpia para la población de Gaza de 2,2 millones de habitantes. Hay informes de Naciones Unidas que denunciaron que, desde la respuesta genocida de Tel Aviv, los habitantes de Gaza están viviendo con menos de 3 litros de agua al día, muy por debajo de los 50 litros recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS) como el mínimo absoluto necesario para satisfacer las necesidades básicas, incluidas la bebida, la cocina y la higiene. Desde el 10 de marzo de 2025, “la instalación funcionará con generadores de reserva, lo que reducirá la capacidad de producción de agua”, dijo Stephane Dujarric, portavoz de la Secretaría General de la ONU.
Lejos de intentar frenar la ofensiva de las FDI, la administración de Trump ha terminado por promoverla. Se ha apagado el estrellato de Steven Witkoff, el inversor y propietario inmobiliario neoyorquino, que fungió como enviado especial de Trump en Medio Oriente, que garantizó el alto al fuego en los días previos a su asunción.
El 16 de febrero de 2025, el secretario de Estado, Marco Rubio, reafirmó el respaldo de Washington a la eliminación total de Hamás y al desplazamiento masivo de la población palestina. Durante su visita a Jerusalén, Rubio no sólo legitimó la escalada militar, sino que también respaldó la visión de Trump sobre la reconfiguración de Gaza, que incluye la reubicación de sus habitantes en Egipto y Jordania.
Esta postura no es una mera declaración diplomática, sino la continuación de una política imperialista que ha consolidado a Israel como un enclave. La llamada pacificación de las fuerzas palestinas -que dista cualitativamente de cualquier noción de Paz real- no obedece a criterios humanitarios, sino a intereses geoeconómicos. En primer lugar, permitiría a Israel explotar sin interrupciones el yacimiento de gas “Leviatán”, una fuente energética que podría abastecer al país durante cuatro décadas y posicionarlo como un actor central en el mercado energético regional y mundial (el campo comenzó su producción comercial en diciembre de 2019 y, durante el año 2024, el 90% de su producción se exportaba a Egipto y Jordania).
En segundo término, el despojo definitivo de Gaza al pueblo palestino allanaría el camino para la implementación de un corredor económico y energético destinado a reemplazar en Europa la otrora provisión de Rusia, con Arabia Saudita desempeñando un rol estratégico.
Nos referimos al Corredor Económico India-Medio Oriente-Europa (IMEC), promovido por Estados Unidos como alternativa a la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI) impulsada por China. Este proyecto articula los intereses estratégicos de Nueva Delhi, Bruselas, Tel Aviv, Abu Dabi y Riad, y representa una pieza clave en la contención del avance chino en Eurasia. No resulta casual, entonces, que Arabia Saudita no haya formalizado aún su adhesión plena al bloque BRICS+, manteniéndose como miembro observador. La monarquía saudí mantiene un vínculo histórico con Washington, que siempre se intensifica bajo la administración neoconservadora de Donald Trump.
El IMEC tiene como primer objetivo la construcción de una línea ferroviaria que conecte a Emiratos Árabes Unidos con la ciudad portuaria israelí de Haifa, una travesía de más de 2.500 kilómetros que atraviesa cuatro países —EAU, Arabia Saudita, Jordania e Israel—, pese a que Riad aún no reconoce formalmente al Estado israelí. Sin embargo, la ambición a largo plazo va mucho más allá: el plan contempla facilitar el desarrollo y la exportación de energía limpia, tender cables submarinos, interconectar redes eléctricas y de telecomunicaciones. El proyecto permitiría que las mercancías indias lleguen al continente europeo en apenas 10 días, desde la city financiera e industrial de Mumbai hasta el puerto griego de El Pireo, el más importante del sur de Europa, reduciendo en un 40% los tiempos de tránsito comercial entre India y la Unión Europea al evitar la saturada ruta del canal de Suez, donde el gobierno de Yemen no ha dejado de mostrar su beligerancia contra Israel. “Esto es nada menos que histórico. Será la conexión más directa hasta la fecha entre la India, el Golfo y Europa”, celebró en su momento la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen.
No por nada la actual administración de la Casa Blanca ha eliminado cualquier condicionamiento sobre el uso de las armas que proporciona a Tel Aviv, lo que ha permitido la ejecución de masacres sin restricciones. La asistencia militar a Israel supera los 3.000 millones de dólares anuales, garantizando el suministro de bombas, drones y misiles empleados en la matanza de civiles.
Mientras Israel ejecuta su plan de aniquilación, algunas naciones árabes han intentado frenar la ofensiva y evitar la expulsión de la población palestina. En una cumbre celebrada en El Cairo, los líderes de la Liga Árabe presentaron un plan alternativo que busca la reconstrucción de Gaza y su administración por un comité de grandes especialistas bajo supervisión palestina. Sin embargo, la Casa Blanca rechazó rápidamente la iniciativa, argumentando que Gaza es “inhabitable” y que la única solución es la reubicación forzada de sus habitantes.
Netanyahu, el arquitecto de la masacre
La estrategia de Netanyahu no es coyuntural, sino parte de un proyecto sistemático de expansión sangrienta. Desde su regreso al poder, con una coalición política con sectores aún más ultrasionistas que él, ha radicalizado la política de ocupación de los territorios palestinos. Su retórica de guerra total se ha traducido en acciones que violan flagrantemente el derecho internacional, desde el uso indiscriminado de la fuerza hasta el castigo colectivo de la población civil.
A la crítica situación en Gaza se suma la grave emergencia humanitaria que atraviesa Cisjordania. La Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) denunció que se está produciendo el mayor desplazamiento forzado de palestinos desde la Guerra de los Seis Días en 1967. Esta alarmante realidad fue corroborada por Philippe Lazzarini, titular de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA), quien advirtió sobre el creciente despojo territorial y la intensificación de la violencia contra la población civil en los territorios ocupados.
El primer ministro israelí ha dejado en claro que no contempla ninguna solución política que no implique la rendición total de Palestina. Su rechazo sistemático a los altos el fuego y su persistente ofensiva sobre Gaza revelan una voluntad criminal que responde a un etnocidio. No se trata de una guerra convencional, sino de una operación de aniquilación planificada y ejecutada con total impunidad. Esta escalada ha comenzado a generar, incluso, quiebres internos: sectores significativos de la sociedad israelita han comenzado a alzar la voz contra el accionar sangriento de su gobierno.
El 19 de marzo, miles de manifestantes marcharon hacia Jerusalén y se congregaron frente a la oficina del primer ministro para exigir el regreso de los rehenes retenidos en Gaza. En la manifestación más numerosa en la capital en los últimos meses, se escucharon consignas como “Tú eres la cabeza y tienes la culpa” y “La sangre está en tus manos”, dirigidas directamente a Netanyahu, señalado como el principal responsable del prolongamiento del conflicto y de su trágico saldo humanitario.
Un ejemplo elocuente del accionar sangriento y sin escrúpulos del gobierno israelí es el caso de la familia Bibas, convertida en emblema por sectores de la comunidad sionista argentina, que con justicia denunciaron su secuestro por parte de Hamás. Sin embargo, se omitió deliberadamente un dato sensible: según informó la propia organización palestina, la madre y los dos niños habrían muerto como consecuencia de un bombardeo israelí en Gaza en noviembre de 2023. Este trágico episodio refleja de forma brutal cómo la estrategia de destrucción total impulsada por Netanyahu no repara en la seguridad de los rehenes que dice defender.
Palabras finales
El genocidio en Gaza no es un hecho aislado, sino el resultado de décadas de complicidad internacional. "La creación del ´Hogar Judío´ en Palestina tiene un doble sentido: la ´solución final´ europea tuvo éxito, logró su objetivo, el cristianismo europeo se desembarazó de los judíos y muchos de los que se salvaron se fueron de Europa casi agradecidos, sin querer recordar por qué se iban y quiénes los habían exterminado. La Europa cristiana y democrática se había sacado el milenario peso judío de encima", denunciaba, con la agudeza que lo caracterizaba, León Rozitchner en el año 2009.
Gaza ha sido convertida, sin más, en un ghetto, donde la población sobrevive sin electricidad, agua potable, ni suministros médicos básicos. La resistencia palestina libra, entonces, una batalla por la dignidad de un pueblo que ha sido sistemáticamente despojado. La historia no puede repetir la omisión cómplice que permitió atrocidades similares en el pasado, incluido el holocausto nazi. Gaza es hoy el escenario de uno de los crímenes más atroces del siglo XXI, todo con el impulso de intereses coloniales e imperialistas.
La movilización ciudadana mundial ha sido y es fundamental para frenar estos tiempos de tanta muerte. Desde las protestas en las universidades de EEUU, hasta las manifestaciones en Europa, Asia y América Latina, la solidaridad con Palestina crece todos los días. La hegemonía cultural sionista se ha esmerilado.