Después de las elecciones de agosto, se ha disparado entre otros debates, la cuestión del retorno de la política. O más bien, concebir a la luz de los resultados, el triunfo del peronismo como un triunfo de la política. Una primera pregunta que surge entonces es poder comprender cuál política es la que supuestamente ha retornado. ¿Cómo definir específicamente la idea de política presente en el concepto “el retorno de la política”? Pregunta que lleva además, como corolario, otro interrogante ligado más bien a pensar el lugar del gran derrotado en las elecciones: ¿es tan simple como que ganó la política y perdió la antipolítica? ¿El peronismo representa la política y el Gobierno la antipolítica? ¿Es tan nítida la distinción entre política y antipolítica? ¿Podemos seguir pensando que la antipolítica no es una forma de la política? O al revés, ¿podríamos pensar que ciertas formas de la política tradicional conducen a la antipolítica?
Pero además, ¿es tan simple también como que la ciudadanía descreyó de la política y volvió a creer en ella después de dos años? Creer, dejar de creer y volver a creer. La política y la necesidad de creer. ¿Podemos seguir usando el verbo “creer” para hablar de política? ¿Por qué lo usamos? ¿Qué se nos juega en la promesa de la política? El hombre, un animal que promete, decía Nietzsche. Es famoso el relato del habitante de Jerusalem que cuando vio que estaba llegando el Mesías, le preguntó: “Mesías, ¿cuándo vas a venir?” Claro, la lógica de la promesa es que nunca se cumpla, aunque el Mesías esté en la puerta.
¿Y por qué nos pusimos a hablar de religión? O más bien, ¿podemos pensar la política por fuera de los esquemas idolátricos religiosos o tienen razón quienes afirman que la política es teología por otros medios? Y si así fuera, ¿cuál sería su alcance? ¿Deberíamos poder salirnos de ese dispositivo? ¿No sigue siendo la política tradicional, como afirma Schmitt, teología secularizada? Esto es, ¿no seguimos siendo religiosos, manteniendo la matriz religiosa, aunque sostengamos todo lo contrario?
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Más preguntas. ¿Cómo se ha relacionado históricamente la promesa religiosa con la heladera vacía? O dicho de otro modo, ¿después de los resultados de agosto, ya no tiene sentido seguir pensando la política en términos de marketing y espectacularización, como lo hacíamos hace solo dos meses? ¿Nos cierra como hipótesis explicativa solamente el que la crisis económica finalmente venció al marketing? Pero si así fuera, ¿dónde quedaría el retorno de la política?
Tal vez sea clave especificar de cuál política hablamos cuando hablamos del retorno de la política, o sea, deconstruir los modos en que la política sigue estructurada por el sentido común. O sea, poder pensar la crisis de la política tradicional.
Las formas en que el sentido común normaliza la política suponen una escisión entre la ciudadanía y sus representantes. Dicho de otro modo, tal vez esté en crisis el paradigma teológico: ¿qué significa hoy creer? O peor, tal vez esté en crisis nuestro sistema de creencia pero persiste la necesidad de creer. Con lo cual, la crisis se duplica. No se trataría solamente de un acontecimiento propio de un decaimiento de la fe. Diría que hasta todo lo contrario: hay una necesidad imperiosa de creer, pero lo que mutó fue la ontología, esto es, la política tradicional se ha ido volviendo cada vez más una dramaturgia del espectáculo que incluye todas las variables propias de una buena narrativa literario televisiva: héroes y villanos, duelos exacerbados, conversiones y traiciones, historias de amor y de muertes. Como si creer en la política tuviera más que ver con el pacto de ficción que se genera en la literatura: sabemos que son actores y lo que valoramos es que actúen bien.
Tal vez sea este el resultado obvio de una política ensamblada desde una perspectiva teológica. Y en ese sentido, Nietzsche fue profético: ¿qué hacer después de la muerte de Dios? O sea, ¿qué hacer después de habernos dado cuenta de que Dios era una metáfora? ¿Qué hacer? ¿Seguir adorando sus sombras? ¿O más bien, crear nuevas metáforas? ¿O tal vez comprender que si Dios ha muerto de lo que se trata es de sacralizar cada detalle de nuestra existencia? O sea, profanar el otro mundo para restituirlo a nuestras demandas mundanas.
Me parece importante comprender que con la crisis de la política tradicional, quien mayor tajada supo sacar de este acontecimiento fue la antipolítica. La asociación inmediata de la palabra “política” solo con lo negativo es una batalla casi perdida. Se vote a quien se vote, es difícil demostrar que haya habido una reversión de este fenómeno. Si es cierto entonces que el marketing tiene un límite en la heladera vacía, habría que ver cómo analizar el retorno de la política. Una cosa es volver a tener la heladera llena y otra cosa es volver a creer. ¿Pero se puede volver a creer? O peor, ¿es por ahí? Quiero decir, ¿no habrá que salir del dispositivo que entrama a la política con las creencias metafísicas?
Una crisis de paradigma no se resuelve desde el interior del paradigma en crisis. Por eso, tal vez frente a la crisis de la política tradicional, la opción de la despolitización no solo no resuelve nada sino que además ratifica lo que se supone que busca superar. La antipolítica mantiene la matriz. Pasar de la idolatría tradicional a la idolatría gerentocrática y neoespiritualista no modifica nada. Con el tiempo la antipolítica va reproduciendo los mismos lugares que en su momento cuestionaba y que la presentaban como una alternativa. La pregunta tal vez pendiente sea: ¿hay otra forma de la política?
La frase “lo personal es político” resume otra forma de lo político. Frase puesta a circular por el feminismo desde los años setenta que nos exige repensar los lugares de ejercicio del poder. Frase que nos plantea la presencia de lo político justamente más allá de las formas tradicionales. O incluso evidencia el carácter estratégico de esas formas tradicionales: no hay mejor estrategia de cualquier poder que no visibilizarse como tal y crear zonas donde su propio interés se instale como algo propio de la naturaleza de las cosas.
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Si diferenciamos a lo político como este plano donde se plasman las relaciones de poder de la política como el conjunto de prácticas y acciones que supuestamente representan lo político, entonces se nos abre el siguiente dilema: la política representa lo político, ¿pero cómo lo representa? ¿Logra capturar su naturaleza y ayudar a su despliegue; o a la inversa: lo recorta, lo encorseta, lo enflaquece, lo dogmatiza? Lo político se disemina entre todas las relaciones sociales, pero se busca siempre invisibilizarlo. “Lo personal es político” es un llamado a poner sobre la superficie el carácter político de toda práctica; y sobre todo, de todas aquellas que se nos presentan despolitizadas. O sea, de todas aquellas que se suponen exentas de cuestiones de poder ya que parecería que se corresponden con cuestiones personales, o sea propias de nuestra naturaleza. Solo un dato yendo a “lo personal”: la noción de “persona” remite a las máscaras que se les ponía a los muertos cuando los enterraban. Máscara, o sea, un rol.
Tal vez frente a la crisis de la política tradicional se trate entonces, en las antípodas de la antipolítica, de una repolitización general de la existencia. Algo que vislumbramos en la irrupción del feminismo como movimiento político. Un feminismo que nos propone un dislocamiento de la política tradicional hacia una repolitización de lo cotidiano. Comprender la naturalización de la asimetría de la mujer dispara toda una serie de posibilidades de desnaturalización que socavan el sentido común. Tal vez por ello resulte tan fuerte la reacción conservadora, ya que la deconstrucción propuesta comienza por la identidad sexual y se va volviendo una deconstrucción de todo orden.
Comprender que un aula es un acontecimiento político, que una mesa familiar también lo es, que una relación de amistad es una relación de poder. Y en ese sentido, hace rato que ha retornado lo político. Y hasta es probable que este retorno haya sido también en parte determinante en las elecciones, pero no se trata de un retorno de la política tradicional, sino de la posibilidad de recuperar el carácter político de nuestra existencia. Y en esto es clave la apertura de un feminismo que, además de la lucha por sus propias reivindicaciones, invita a relacionarnos con lo político desde otra perspectiva.
¿Qué significa el retorno de la política? ¿Cómo será la relación entre la política tradicional y la repolitización general de la existencia? Hay una tensión pero también una distensión. ¿No hay en esta distensión algo de la clave de la política que viene?