Los presidentes millonarios no roban

10 de octubre, 2021 | 00.05

Los Pandora Papers”, así como los “Panamá Papers”, revelaron los nombres de personas que escondieron millones de dólares a través de firmas especializadas para evadir impuestos.  Esta nueva noticia sobre cuentas en los llamados “paraísos fiscales” no hace más que ratificar que existen numerosas formas de ocultar el camino del dinero detrás de nombres de fantasía. Nada nuevo bajo el sol. Desde que los Estados cobran impuestos la evasión impositiva está a la orden del día, en particular, de quienes más dinero tienen, porque disponen de los recursos y conexiones para evadir.  Por eso, y por razones obvias, en la lista aparecen millonarios de tantos países.  

Si miramos con detalle la lista de nombres latinoamericanos que aparecen, veremos que varios de estos millonarios son, o fueron, presidentes.  Los tres en funciones son Sebastián Piñera de Chile, Luis Abinader de la República Dominicana y Guillermo Lasso de Ecuador.  En la lista también figuran los expresidentes de Panamá Ernesto Balladares, Ricardo Martinelli y Juan Carlos Varela; Alfredo Cristiani y Francisco Flores de El Salvador, Cesar Gaviria y Andrés Pastrana de Colombia; Pedro Pablo Kuczynski de Perú; Horacio Cartes de Paraguay; Porfirio Lobo de Honduras, y un hermano del argentino Mauricio Macri.

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No es extraño que estos hombres evadan al fisco y oculten parte de sus fortunas, ya que estas prácticas son conocidas, pero cabe preguntarse cómo es posible que lleguen a la presidencia de sus países.  ¿Qué mecanismos funcionan para que se vote a millonarios que prometen acabar con la pobreza cuando no hay ningún ejemplo que pruebe que alguno lo haya logrado?  En realidad, habría que preguntarse qué sucedió en cada una de estas sociedades para que aparezcan millonarios y los voten.  Si bien no se puede encontrar una respuesta clara, en todos los casos es un reflejo del descrédito de la política y de quienes gobernaron durante décadas, fueran estos militares o dirigentes de los partidos políticos tradicionales.  A esto hay que agregarle un bombardeo constante de los grandes medios de comunicación contra “los políticos”, aunque son los políticos los que benefician a los medios con sus leyes.  Tampoco hay que olvidar que hace tiempo la mayoría de los grandes conglomerados mediáticos regionales son empresas que tienen como principal objetivo proteger sus intereses económicos mientras se presentan como “periodismo independiente”.  

La llamada clase política -en principio- debe proteger los intereses de la sociedad en su conjunto por encima de intereses particulares, y por este motivo muchas leyes contradicen los intereses empresariales.  Y cuando esto sucede, los medios de comunicación encabezan campañas de desprestigio contra quienes osan afectar sus negocios.  César Jaroslavsky, un político argentino muy cercano al presidente Raúl Alfonsín (1983-1989), cuando se refería a las duras críticas que le hacía el poderoso diario Clarín -por políticas que no eran de su agrado- solía decir “te atacan como un partido político y se defienden con la libertad de expresión”.  Por eso no es casual que desde los medios hegemónicos se hostigue a “la clase política” y se impulsen caras nuevas: y qué mejor que un empresario-presidente para resguardar los intereses de los más poderosos.  Por otra parte, los empresarios que aspiran al poder se presentan como personas que no va a lucrar con la función pública porque ya tiene mucho dinero.  En palabras sencillas: “no van a robar”.  Además, hacen gala de sus “éxitos” en los negocios y de sus conexiones internacionales para decir que atraerán inversiones y reducirán la pobreza.  Y las personas más pobres, aferradas a la ilusión de salir de la eterna pobreza, también los votan.

La gran diferencia entre una empresa y un país es que una empresa busca concentrar las ganancias en las pocas manos de sus dueños, y en un país se trata de generar riqueza para distribuirla.  Antes de asumir la presidencia de la Argentina, Mauricio Macri había dicho “tenemos como objetivo lograr pobreza cero”. No cumplió, y no es el único. Hasta ahora, estos millonarios devenidos en presidentes, de lo único que se pueden jactar, es de haber puesto a salvo sus fortunas. Las pruebas están a la vista.

 

Columna publicada originalmente en Nodal