Triunfo de Kast en Chile: cómo se preparó el terreno para la ultraderecha

El triunfo de José Antonio Kast en Chile se inscribe en un avance regional de la ultraderecha. En esta entrevista, Javiera Manzi, feminista e integrante de la Coordinadora 8M, analiza el rol del gobierno de Boric, la normalización del punitivismo y los vínculos con experiencias como la de Javier Milei.

19 de diciembre, 2025 | 16.37

El triunfo de José Antonio Kast en las elecciones presidenciales chilenas no fue una sorpresa aunque sí un golpe devastador: es el retorno de la herencia de Pinochet de la mano del mayor caudal de votos que se tenga memoria. “La derrota es previa a las elecciones y es política más que electoral”, dice la socióloga y archivera (Universidad de Chile), Javiera Manzi, integrante de la Red Conceptualismos del Sur y de la Coordinadora Feminista 8M. “Lo que más debilita a una fuerza transformadora, de tipo progresista y de izquierda es justamente la renuncia a su propio programa. O, como dijo hace unos días Claudia Sheinbaum, la traición a las expectativas del pueblo. Es tan aleccionadora esta frustración que parece que la respuesta es el castigo”, reflexiona esta investigadora sobre las responsabilidades del gobierno de Gabriel Boric en el corrimiento del debate público hacia la idea de que no se puede más que rendirse frente a la economía neoliberal, la normalización de la xenofobia y el punitivismo que convierte a algunas vidas en desechables. Aun así, en un escenario de desolación, Manzi insiste en la esperanza, basada en la memoria histórica de las luchas feministas como punto de apoyo para un nuevo ciclo político.

—¿Cómo leés el triunfo de Kast?
—Es un resultado que se viene construyendo desde hace mucho tiempo, no es una sorpresa. Lo devastador es que se trata del primer presidente electo bajo voto obligatorio, lo que lo convierte en el más votado de la historia de Chile. Y además es la llegada al poder de la herencia de Pinochet por vía electoral, ya no por las bombas. Eso marca un punto de inflexión.

—¿Qué responsabilidad tiene el gobierno de Gabriel Boric en este escenario?
—Es un gobierno que llegó con expectativas transformadoras, renunció a su propio programa y se jactó de asumir un ajuste fiscal muy grande, de asumir una responsabilidad macroeconómica muy grande presentada como una toma de responsabilidad ¿Pero responsabilidad con quiénes? No fue con el pueblo. Se instaló la idea de que la única forma de gobernabilidad era un pacto con el empresariado, seguir las reglas del neoliberalismo y así fueron estrechándose las propias ideas de qué era posible y qué no desde los sectores de la izquierda.

—Una tremenda oportunidad perdida.
—Es que se normalizaron cosas gravísimas: la militarización de la Araucanía, el estado de excepción permanente, una agenda de seguridad que terminó corriendo todo el debate. La derecha no hizo más que capitalizar ese corrimiento. Esta es la tercera vez que Antonio Kast se postula, en la primera candidatura obtuvo un 8 por ciento de los votos -en la elección en la que gana Sebastián Piñera-, pero entonces era visto como algo extraño, un señorito millonario, de una familia nazi, con un discurso en el que pretendía quitarle derechos hasta a las madres solteras.

—¿Y qué cambió ahora?
—Aprendió. En su segunda candidatura tenía un programa abiertamente ideológico, de guerra cultural, muy explícito en su ataque a mujeres, disidencias y migrantes. Ahora construyó una figura más moderada en lo formal, menos dramática, pero con dos ejes claros: seguridad y antimigración. Miedo y odio al otro. Y eso dialoga con un sentido común que se fue consolidando durante estos años y que no es solo un discurso de derecha. Se volvió transversal. La narrativa antimigratoria y securitista estuvo presente incluso en candidaturas progresistas. Eso muestra que la conversación pública ya estaba perdida antes de la elección.

—¿Qué implica la idea de “gobierno de emergencia” que ya propone Kast?
—Es una restauración autoritaria y patriarcal. Remite a la democracia tutelada de la transición y a la lógica de estado de excepción permanente. Se promete disciplinamiento, militarización y castigo. Incluso se plantea quitar derechos sociales por delitos menores, se impuso la inseguridad como problema cuando Chile tiene las tasas de inseguridad más bajas de la región. La propuesta de Kast es la de volver a un supuesto orden, con una concepción profundamente antidemocrática del orden.

—Es doloroso porque a la vez recuerdo un acto muy movilizante, hace tres años, cuando se cumplieron 50 desde la caída de Salvador Allende, que hicieron las mujeres. En Argentina se cumplen 50 años del último golpe militar el año que viene…
—Sí, pero ahí ya te dabas cuenta de que la única vitalidad la habían puesto las mujeres, las Mujeres por la Vida precisamente, que valoraron lo que significaba esa fecha. Ese aniversario fue también una demostración de la impotencia -incluso del gobierno de izquierda de Boric- para articular una lectura más clara sobre ese momento. A la vez fue muy evidente cómo el pinochetismo se empezaba a tomar una fuerza y una voz pública que no se logró rebatir realmente. Más bien hubo un intento continuo de neutralizar la diferencia. El mismo presidente Boric se ocupó de nombrar a Piñera como un gran demócrata en un país que limpió un estallido social con 600 casos de trauma ocular, como una represión brutal, tratando de que por esa vía se evitara que se fortalecieran estos otros sectores. Que son los que terminan fortaleciéndose y ganando.

—Al revés de lo que sucedió en los ’70, ahora fue Argentina el primero de los dos países unidos por la cordillera en girar a la ultraderecha. Los vínculos siguen siendo igual de claros.
—Clarísimos. La primera acción de Kast fue viajar a reunirse con Javier Milei. Hay una articulación regional de la ultraderecha que recuerda al Plan Cóndor: cooperación, esta idea del “corredor humanitario para migrantes” ya señalando qué cuerpos están disponibles para la captura; es una actualización de ese dispositivo. Además del hecho de haber ido a buscar al gobierno de Argentina un funcionario para el ministerio de economía de nuestro país

—En ese marco de cooperación de las ultraderechas, ¿qué lectura hacés de la masacre en las favelas de Río de Janeiro? Porque parece haber sido parte de una estrategia de posicionamiento del bolsonarismo, a través de la espectacularización del horror.
—Esas escenas circulan para normalizar lo inaceptable. En Chile la masacre fue mencionada en uno de los debates presidenciales y la única persona que lo condenó directamente como una violación a los Derechos Humanos no fue Janet Jara, la candidata de izquierda, fue un candidato de Centro. Pareciera que se impone como admisible cualquier acción en nombre de una supuesta seguridad.

—¿Qué rol pueden jugar hoy los feminismos para resistir este avance patriarcal y autoritario?
—Estamos en un momento de miedo real, pero también de reorganización. La Coordinadora 8M logró atravesar derrotas durísimas sin desaparecer. Recuperar la memoria de luchas —desde el MEMCH antifascista de los años 30 – Movimiento pro Emancipación de las Mujeres de Chile- hasta el protagonismo de las mujeres contra la dictadura— es clave. No garantiza victorias, pero impide el borramiento. Por otra parte, Janet Jara ganó en mujeres menores de 35 y en mayores de 54. Las mayores de 54 fueron el segmento donde Kast obtuvo su peor resultado. Son mujeres con memoria histórica y experiencia directa de las crisis de cuidados, las jubilaciones, los ajustes. Y las más jóvenes expresan la politización del ciclo feminista reciente.

—¿Es ahí donde aparece la esperanza?
—Creo que sí, y en la organización. Hablando desde la Coordinadora Feminista 8M, sabemos que no nos perdimos a nosotras. Hay jóvenes que buscan dónde encontrarse, cómo organizarse. El 8 de marzo, a días del cambio de mando, va a ser un hito antifascista. El desafío es construir alianzas amplias, sin purismos, para un nuevo ciclo político.