El vicio del dólar barato y escenarios posibles

Según la visión prácticamente unánime de los analistas de opinión pública, fue la razón principal del enojo social con los gobiernos nacional populares que terminaron primero en Macri y luego en Milei, aunque hilando más fino la causa no haya estado allí, sino en el estancamiento económico iniciado a partir de 2011.

24 de octubre, 2024 | 00.05

Si en octubre o noviembre de 2023 alguien hubiese ofrecido un modelo que condujese a una inflación por debajo del 3 por ciento mensual en el plazo de un año, un número muy probable para octubre de 2024, la respuesta de muchos hubiese sido “compro”. La alta inflación fue el gran drama de la economía local desde al menos los albores de la segunda década del siglo, aunque pueda buscarse más atrás. Según la visión prácticamente unánime de los analistas de opinión pública, fue la razón principal del enojo social con los gobiernos nacional populares que terminaron primero en Macri y luego en Milei, aunque hilando más fino la causa no haya estado allí, sino en el estancamiento económico iniciado a partir de 2011. Pero lo que más se ve de estos procesos es uno de sus efectos, la inflación.

Sin embargo, la baja de la inflación de 2024 vino acompañada por una violenta caída del PIB que se estima alcanzará el 5 por ciento, pero que rondaría el 8 si se excluye al sector agropecuario que, al igual que otros sectores productores de commodities, puede vivir relativamente al margen de los avatares del ciclo económico interno. 

Este contenido se hizo gracias al apoyo de la comunidad de El Destape. Sumate. Sigamos haciendo historia.

SUSCRIBITE A EL DESTAPE

La respuesta estándar de un economista frente a la fuerte caída del producto es que cualquier ajuste implicaba, como punto de partida, un freno de la actividad, es decir la recesión no sería otra cosa que el costo inicial de la estabilización, por mal que caiga la idea. Si las elecciones las ganaba la actual oposición, también tendría que haber buscado estabilizar y en consecuencia el PIB habría caído de todas maneras. Esta última afirmación también tiene algunas respuestas estándar. Por ejemplo, un argumento es que el ajuste podría haber sido distinto al “más grande de la historia de la humanidad” o, como se publicó este martes con todavía más grandilocuencia en el Financial Times de Londres, “el ajuste fiscal más drástico jamás visto en una economía en tiempos de paz”. Parece que en FT no se enteraron que en las economías de guerra el gasto se expande no se ajusta, pero la idea está, en el subconsciente estaba la destrucción. Aunque lo que hay por detrás del súper ajuste es nada menos que un mayor o menor sufrimiento social, el debate solo parece ser de grados y, a lo sumo, de compensaciones o no a los más afectados.

Lo que se quiere decir es que, desde el punto de vista exclusivamente técnico, el ajuste y la recesión consecuente eran inevitables, lo que no es “automático” es lo que viene a partir de ahora, el punto de llegada y su continuidad. Se hizo el súper ajuste y se provocó una súper recesión, con una aceleración del aumento de la pobreza que ya estaba en curso y un achicamiento de las capas medias, pero la inflación, ahora sí, bajó. La pregunta inmediata es cómo sigue ¿Empezó la recuperación? ¿El modelo es sostenible? ¿Valió la pena el esfuerzo de todo un año?

El tabú de las malas noticias

Durante los últimos gobiernos se volvió tabú dar malas noticias. Sólo había lugar para las buenas. El macrismo hizo un ajuste, pero en el discurso, y en la acción vía endeudamiento, lo disfrazó de “gradualismo”. Massa devaluó justo antes de las elecciones, pero le echó la culpa al FMI. El mileísmo, que es la versión extremista de todos los neoliberalismos precedentes, no solamente no le temió a las malas noticias, sino que fueron parte de su promesa electoral. El dato preocupante, abusando del punto de vista estrictamente “técnico”, es que parece que ya no quiere más. Sucede que pasado casi un año, el grueso de la población se cansó de la miseria y la sustentabilidad política demanda parar la mano. Las razones son múltiples. Aunque los mercados financieros sigan de fiesta, con un “carry trade” que deja ganancias de más del 25 por ciento anual en dólares, las inversiones no llegan a la economía real. El instrumento del RIGI no alcanza. Lo que están mirando ahora los inversores no es solo cepo sí o cepo no, como repiten acríticamente la mayoría de los analistas económicos de “la city”. Para quienes inviertan por el RIGI no hay cepo. Lo observación es por la sustentabilidad del nuevo modelo extremista. Notas de alabanza en la prensa del capital financiero global no se le negaron a ningún gobierno “market friendly”, enterrar en una economía cientos de millones de dólares es otro tema.

El capital global observa con curiosidad, pero no está seguro de la sustentabilidad. Y no se equivoca, especialmente porque la economía cayó nuevamente en la trampa de la sobrevaluación cambiaria, es decir del dólar barato, lo que no solamente encarece las inversiones y paga el champán del mundo financiero. La sobrevaluación, parafraseando a un economista de moda, “es cómo la droga, al principio es rica”. Sucede que en una economía sin moneda el principal factor de estabilización es el precio del dólar. Si ingresan capitales, por las razones que fueren, el peso se aprecia y la economía se estabiliza, así de simple. Nada hay aquí nada de la inflación como “fenómeno exclusivamente monetario”. En el camino aumenta el poder adquisitivo de los ingresos medidos en divisas, lo que entre potras cosas alienta la demanda de importaciones de bienes y servicios, incluido los turísticos, y el consumo de durables. Siempre inicialmente el fenómeno aparece como una relación win-win, todos ganan.

El problema es que el fenómeno no se está produciendo como muchos imaginaban en 2023, cuando la previsión era que en 2024 se asistiría a un boom de inversiones en la explotación de recursos naturales seguido de un boom exportador que se traducirían en estabilidad y continuidad para cualquier gobierno. Otra respuesta estándar era “el que gane las elecciones se queda piso 8 años”, a lo que le seguían analogías de reestructuración social al estilo de los años 90 si ganaba “la derecha”, con “reprimarización” (término que amerita otro debate) y exclusión social, pero con estabilidad y baja inflación. No es lo que está sucediendo. El punto clave es que no existe un proceso estable de ingreso de divisas, como sería el boom de exportaciones primarias, que garantice el sostenimiento del dólar barato. Lo que hay es un veranito cambiario de patas cortas sostenido por el blanqueo de capitales, el que está generando un flujo transitorio de ingreso de divisas, pero que es por única vez. Parte de ese ingreso de divisas ya fue al mercado financiero, lo que alimenta la continuidad de la fiesta que es aprovechada por los propietarios de excedentes más avispados.

Frente a este cuadro se abren dos escenarios posibles. El optimista, que obviamente es el que sostienen todos los cercanos al oficialismo, que se basa en que más temprano que tarde aparecerá la ayuda externa, es decir dólares financieros, que permitirá asegurar la continuidad cambiaria, la reconstrucción de reservas y mejorar las condiciones de refinanciación para los 25 mil millones de dólares que vencen en 2025. Ello se combinaría con buenos resultados en las elecciones de medio término que consolidarían las proyecciones de continuidad del modelo extremista y, ahora sí, llegarían las inversiones que promoverían el demorado boom exportador y la continuidad de la estabilidad.

El escenario pesimista es el que simplemente cree que el veranito cambiario es efectivamente eso, un veranito generado por el blanqueo que resulta insostenible a mediano plazo en tanto los desequilibrios acumulados son demasiado grandes. En algún momento las ganancias financieras deberán cobrarse. Luego, si un futuro acuerdo con el FMI incluye no solo refinanciación sino fondos frescos, difícilmente serán suficientes para mantener un tipo de cambio sobrevaluado, dato que además no le gusta al prestamista de última instancia, el Fondo. En segundo lugar, la destrucción de las funciones que la sociedad local considera entre las básicas del Estado, como la salud y la educación, junto al progresivo deterioro del mundo laboral y la continuidad de elevados niveles de pobreza y la demora en la recuperación de la actividad, potenciarán el conflicto social y harán muy difícil conseguir buenos resultados en las elecciones de medio término, aun en conjunto con la fenecida alianza cambiemita, lo que sería un golpe demoledor para el gobierno, cuyo único activo, la popularidad, dejaría de existir.

Existe también un escenario “del medio”, que al gobierno no le vaya del todo bien, pero que de todas maneras los votantes lo sostengan un tiempo más, lo que ocurriría al no avizorarse un modelo de reemplazo viable, un escenario más que probable frente a una oposición dispersa, inmersa en una interna fratricida, que no brinda claridad sobre su modelo productivo, que tampoco da muestras contundentes de renovación ideológica y que intenta por todos los medios bloquear el nacimiento de nuevos liderazgos.-