Argentina vs. Brasil: el color del orgullo en la camiseta, y también en la piel

Argentina vs. Brasil: el color del orgullo en la camiseta, y también en la piel. El racismo está en el centro de la escena antes de este gran clásico por las Eliminatorias sudamericanas rumbo al Mundial 2026.

24 de marzo, 2025 | 12.07
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Vinicius, la mejor figura de la selección brasileña que enfrentará mañana martes a la Argentina en el Monumental, tiene un carácter difícil, por momentos insoportable, pero es un símbolo antirracismo en su país. Por eso tuvo doble valor que fuera él el autor del triunfo agónico 2-1 ante Colombia el jueves pasado en el estadio Mané Garrincha, en Brasilia. Primero porque le dio aire a la frágil gestión del DT Dorival. Pero, más importante aún, porque el gol se produjo bajo un contexto especial. En días en los que todo Brasil repudia al presidente paraguayo de la Conmebol, Alejandro Domínguez, por su respuesta cuando le preguntaron si acaso temía un boicot de clubes brasileños a la Copa Libertadores. Si sucediera algo así, se le ocurrió responder a Domínguez, sería como imaginarse a Tarzán “sin la mona Chita”.

¡Ay! Sí, es el presidente de la misma Conmebol que se presenta como modelo de lucha contra el racismo en el fútbol y que condena con multas durísimas a los clubes cuyos hinchas cometen actos racistas cada vez que juegan contra equipos de Brasil. Peor aún, Domínguez, que pidió disculpas, usó la figura ridícula de la mona Chita tras una pregunta que, justamente, tenía que ver con el racismo. Por una amenaza (improbable) de boicot de clubes brasileños a la Libertadores, producto de un enésimo episodio de racismo en torneos de la Conmebol. Lo sufrió el jugador Luighi, de Palmeiras, en Asunción. Lo provocaron hinchas de Cerro Porteño en pleno partido de la Libertadores Sub 20. Y cobró más relevancia porque fue el propio jugador Luighi el que debió interrumpir al periodista, que, en piloto automático, le hacía las preguntas pospartido de siempre. Que si estaba contento por el triunfo, etc etc. Luighi, lastimado, pero ante todo indignado porque nadie actuaba, lo interrumpió para decirle si acaso él tampoco iba a preguntarle nada sobre los insultos racistas que acababa de sufrir.

La indignación en Brasil es tan grande que el movimiento negro Educafro presentó una demanda ante un juzgado civil de Brasilia exigiéndole una indemnización de más de 130 millones de dólares no solo a la Conmebol sino también a la propia Confederación Brasileña de Fútbol (CBF) por la “negligencia” de ambas entidades para sancionar el racismo en las canchas (también sufren racismo jugadores negros dentro del propio Brasil por parte de hinchas). Educafro afirma que la cifra exigida representa el veinte por ciento de los ingresos brutos anuales de ambas organizaciones.

Es cierto. Ojalá los clubes brasileños fueran también igual de enérgicos para condenar la violencia (por parte de hinchas o de policías) que suelen sufrir los aficionados de equipos sudamericanos cada vez que viajan a Brasil. Brasil tiene allí un problema. Y cero autocrítica. Pero ese, por mucho enojo que provoque, es otro tema. Brasil está tan sensibilizado con el racismo histórico que sufren sus jugadores en la región que hasta exageró cuando creyó que Vinicius no ganó el último Balón de Oro por esa misma razón. El premio fue para el español Rodri, el volante lesionado del Manchester City de Pep Guardiola. Y no fue racismo. Fue simple criterio futbolero.

La Selección Argentina recibe a Brasil, con el racismo en el centro de la escena.

Vinicius, cuya presencia mañana no está garantizada por alguna molestia física, es un jugador formidable. A veces irregular, es cierto, pero es desequilibrante como casi ningún otro. Y está en pleno crecimiento. Obligado a un juego más colectivo, ahora que en Real Madrid tiene como socio de ataque al crack francés Kylian Mbappé. Se convirtió en símbolo antirracista en Brasil desde que expuso la agresión que sufría de modo casi cotidiano en las canchas de España. Hasta el presidente Lula intervino en el debate. Una regla del espectáculo pareciera obligar al protagonista a tener que soportar que le griten “mono”, “negro”, insulto naturalizado además por líderes políticos y en un marco social cada vez más agresivo, y globalizado (Brasil y Argentina incluídos, Jair Bolsonaro y Javier Milei mediante). Si los presidentes insultan, los ciudadanos se sienten avalados para insultar ellos también. Vinicius decidió no respetar la regla no escrita de que el jugador debe aceptar silencioso la humillación y responderles con su juego brillante. Vinicius decidió responderles también denunciándolos. Exponiéndolos. No merece más que apoyo.

Eso sí, Vinicius, hay que decirlo, es un símbolo a veces difícil. Provocador. El jueves pasado, sobre el final del partido ante Colombia, sus propios compañeros lo sacaron a los empujones de la cancha antes de que fuera castigado con una tarjeta amarilla que le hubiera impedido jugar mañana en el Monumental. ¿Provocará mañana en Núñez? ¿Sufrirá agresiones racistas que, según sugirió el jugador Guilherme Arana, podrían provocar alguna reacción del equipo brasileño? ¿Y que, además, podrían derivar en sanciones graves para la AFA por parte de una Conmebol ahora culposa por la tontera de su presidente Domínguez? Aunque falten Leo Messi y Neymar, y otros más, ojalá el choque entre los colosos de Sudamérica sea mañana una fiesta futbolera. Clubes SA en Brasil, o Asociaciones Civiles en Argentina, el partido será una rara ocasión de ver a nuestros cracks vistiendo camisetas con los colores nacionales. Y con sus colores propios. El orgullo en la camiseta. Y también en la piel.