Imaginate llegar a los 80 años y ponerte a pensar qué hiciste con tu vida: el tiempo para recuperar es casi nulo y los recuerdos muchas veces pueden pesar más de lo que nos alegran. Ese es el panorama en el que se encuentra Raquel, la protagonista de Vantablack, la última novela de Valeria Sol Groisman editada por Gata Flora. En medio de su crisis existencial, esta mujer nos lleva por reflexiones profundas sobre la vejez donde el arte, el amor y la amistad se vuelven pilares fundamentales de una vida vivida con intensidad.
Vantablack nació de una anécdota: una noche, la mamá de la autora, médica en un hospital público, recibió la llamada de una paciente de "urgencia": estaba viendo "cosas raras". Resulta que la mujer, de unos 60 o 70 años, había recolectado en el bosque unos hongos que pensaba que eran champiñones y le terminaron dando alucinaciones. "Cuando mi mamá me contó yo dije 'esto es una novela, o por lo menos un cuento'", confesó la autora en diálogo con El Destape. Así el libro vio la luz: una historia que pone sobre la mesa otra forma de narrar la vejez, sin ternura, con una mirada 100% realista.
El libro se organiza alrededor de relaciones: con otros, con el deseo, con el propio cuerpo y con las propias limitaciones. La historia surge a partir de un juicio por difamación que enfrenta la protagonista. El trasfondo está ligado a una vieja amistad que se desgastó y generó tensiones, trayendo a cuento un bizarro episodio con hongos alucinógenos. Pero esta historia graciosa es una excusa para tratar lo que no cuenta sobre la vejez. "A mi me molesta la mirada de solemnidad que hay sobre la vejez. Me parece que los viejos son irreverentes, que están dispuestos a hacer todo lo mismo que nosotros e incluso más. Yo supongo que llegás a un momento en que te sentís más libre. Yo veo la vejez como una segunda adolescencia, como el momento de decir 'ahora que puedo hacer lo que quiera...'", enfatizó la autora.
Asimismo, sobre la construcción de Raquel, una mujer de mente muy abierta para su edad, irreverente y desafiante, Valeria puntualizó: "Además cuando estás más grande empezás a soltar un poco los prejuicios sobre lo que te rodea. Y eso está acompañado de tener cierta impunidad, porque también todo el tiempo la gente te dice 'ay, bueno, déjala, está grande'. En esta segunda adolescencia piensan 'voy a hacer todo lo que no hice en mi vida'. Ese ese fue el espíritu con el que pensé la vejez".
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Además del pilar de la vejez, la amistad, o más bien la des-amistad, aparece como una presencia disruptiva: no cumple un rol idealizado de sostén. Es un vínculo atravesado por la comparación, la distancia, a veces la incomprensión. Nadie termina de salvar a nadie en Vantablack: cada personaje carga con su propia opacidad, y esa falta de respuestas claras es parte del clima del libro. "Para mí, la amistad es un es un vínculo que está demasiado romantizado en la sociedad. Yo creo que tiene varios conflictos de interés, o sea, varios tipos de conflictos de interés. Yo no soy amiga de cualquier persona en cualquier momento de mi vida", reflexionó Valeria sobre este tema en particular.
El título, lo que más me llamó la atención junto con el arte de tapa, dialoga de manera directa con la construcción de la historia. Así como el Vantablack, el color negro más negro que existe, absorbe casi toda la luz, la novela se mueve en una zona opaca, donde no hay iluminación total ni un cierre "tranquilizador". La protagonista no busca redención ni comprensión externa: avanza, insiste, se expone. Incluso cuando no sabe bien hacia dónde.
Vantablack es un libro que exige una lectura atenta y sin apuro. Pero ofrece una voz que se afirma en su contradicción. Valeria Sol Grosiman construye una obra que incomoda sin estridencias y que confirma una escritura dispuesta a habitar los bordes, sin pedir permiso.
