Juan José Campanella: por qué planea no hacer más películas, sus pensamientos sobre la muerte y la foto detrás de la Cinemateca Argentina que jamás existió

A pocos días del estreno de Empieza con D siete letras en el teatro Politeama, el director Juan José Campanella dialogó con El Destape en un mano a mano íntimo.

27 de diciembre, 2024 | 18.16

El reconocido director Juan José Campanella está de vuelta en Argentina para el estreno de Empieza con D, siete letras, su nueva obra protagonizada por Eduardo Blanco, Fernanda Metilli y Gastón Cocchiarale, que estrenará en el Teatro Politeama. En días agitados, entre el teatro y la producción de la serie animada de Mafalda, para Netflix, el realizador dialogó en un mano a mano con El Destape sobre su presente, su trayectoria y su futuro en el audiovisual, y sus proyecciones sobre la crisis del cine en el mundo.

Cuando te contacté para esta entrevista lo primero que me dijiste es “ya no hablo de política”. ¿Por qué decidiste guardarte?

- Fue una combinación de cosas. En principio, ya no entiendo a la sociedad, y además, lo que pasa en Argentina no escapa de lo que se está viviendo en el mundo. Yo vivo también en Estados Unidos, donde trabajo desde hace 40 años, y veo siempre las mismas peleas y divisiones, que no son otra cosa que simplificaciones del debate: slogans y cosas más radicales y antagonistas. Y me di cuenta que ese no es el debate que quiero… Además, que hable de política perjudica a la obra. Antes de grabar vos me dijiste que te gustó mucho Parque Lezama y que fuiste a verla al teatro 3 veces -y te agradezco mucho por eso- pero hay mucha gente que directamente no viene al teatro porque no piensa lo mismo que yo. Es terrible eso y ya no lo quiero, perjudica mucho a la gente que quiero más que lo que beneficia a quienes me detestan.

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También me pasa que la sociedad, al fin y al cabo, siempre hace lo que quiere. Entonces, después de pensar en eso, me cayó la ficha de que yo no soy nadie para decirle a otro qué conducta hay que tener, o dónde tenés que poner el voto cuando elegís. Me doy cuenta que es algo que daña, no beneficia a nadie y encima de todo estoy en un momento en el que miro lo que pasa en Argentina alelado a la actitud de los que nos manejan, sin sentirme que compartimos ciertos principios y cosas negociables. Me da la impresión de que ahí arriba se está negociando todo y yo no quiero ser parte de eso.

Cualquiera que haya seguido tu carrera puede ver que, más allá de tus convicciones ideológicas, has trabajado con todo tipo de actores y actrices, sin distinción partidaria. Entonces, ¿de dónde pensás que viene el hate?

- Las redes fueron un factor, pero no te sabría decir cómo llegamos a esta situación. La verdad es que nunca se me hubiera ocurrido agarrármela con un colega por su opinión política y de hecho he trabajado con actores muy macristas y otros muy kirchneristas y nos llevamos bárbaro. Un poco también porque no hago ni haré política partidaria en mis películas, a pesar de que creo que Luna de Avellaneda, por ejemplo, es una historia política. A mí me interesan las conexiones humanas y creo que eso se está quebrando en el mundo, a pesar de que hay una resistencia. Pero la verdad es que el antagonismo político está teniendo una preponderancia que no es sana.

Hace poco manifestaste que “ya no tenés planeado hacer más películas”. ¿Por qué tomaste esta decisión?

- Porque el cine está en una crisis de profunda agonía. Para mí el cine es una experiencia comunitaria y eso está cambiando, hay un downgrade de la experiencia comunal y presencial. El cine está agonizante y para hacer una película para ver por televisión… alguna puede ser, pero en general no me entusiasma tanto.

Así y todo vos tenés diálogo con las plataformas…

- Las plataformas a la televisión le hicieron muchísimo bien. El ver televisión se convirtió en un hábito similar al de leer un libro, que podés leer a tu ritmo y sin tener un horario fijo. Eso es una ventaja, pero también hay desventajas. La más prominente es que todos los programas pasan a ser de nicho y ya no existe el éxito masivo que nos une como sociedad. Y eso es otro condimento de la erosión del sentido de comunidad. Hoy cada uno está en la suya y uno ve una serie y otro ve cualquier otra. También, otra desventaja es que en la televisión no se forman nombres convocantes y no hay estrellas. Y yo soy un convencido del star system.

Hace semanas se confirmó la película de la obra Parque Lezama, que va a ir a Netflix. ¿La película fue pensada para que se vea en un cine?, ¿cuáles son las diferencia de códigos entre pensar una película para una sala y una para ver en televisión?

- Son dos muy buenas preguntas. Dirigiendo las dos cosas puedo asegurar que, si bien por factores como el tamaño de los televisores, el lenguaje narrativo entre la televisión y el cine se van asimilando, no son iguales. Hay ciertas cosas que hago en cine que en televisión no convienen: si en una película funciona muy bien estar más tiempo en planos largos, en televisión eso logra que el espectador pierda la atención y el interés. La mayoría de las series hechas para televisión tienen muchos más primeros planos y planos medios que una película, tienen menos planos secuencias que una película. La manera en que se hace televisión es medio por comité y todo tiene que estar planificado (risas). 

Con respecto a Parque Lezama yo la identifico como una versión cinematográfica de una obra teatral. Ya hubo una versión de la película, americana, que me fue muy beneficiosa que existiera porque el director, que también fue el autor de la obra, hizo esos traslados al cine que cualquiera haría, tratando de sacarle teatralidad, que para mí fue un error que perjudicó a la historia. Yo quiero hacer un traslado con un tratamiento cinematográfico de la cámara y dramático, pero de la obra. 

¿Vas a filmar en el Parque Lezama?

- Sí, la idea es filmar en el Parque Lezama. Hay que conseguir los permisos, pero vamos hacia eso. 

Con la obra estuvimos 11 años, con más de 1.300 funciones, en el teatro Liceo y en el Politeama, y siempre la vi desde un palco o una última fila hasta su última temporada cuando, a dos semanas de bajarla, quise disfrutarla como la audiencia. Así fue que me metí en la fila 5 al medio y juro que lloré como la primera vez que la vi. El trabajo de Eduardo (Blanco) y Beto (Brandoni) es una cosa increíble. Ahí me dije que no podía permitirme que esto se terminara con esa temporada. A mí me encanta el teatro, pero su finitud me parece tremenda. No concebía la idea de que Parque Lezama desapareciera. Justo coincidió con que Paco Ramos, que es el líder de ficción de Netflix Latinoamérica, estaba por Buenos Aires y le pedí que vaya a verla y me dijera que le parecía la obra. Lo primero que me dijo cuando me hizo una devolución fue “hagamos la película”. Fue un proceso muy sencillo.

Eduardo Blanco ha aparecido en casi todas tus producciones. ¿Cómo se conocieron?

- Eduardo es un hermano de la vida. Nos conocimos a los 22 años cuando con Fernando Castex empezamos una película en Super 8 y fuimos por grupos de teatro para buscar actores y ahí conocimos a Eduardo, que fue nuestro protagonista. Luego hicimos la obra de teatro Off-Corrientes, que protagonizó, y así empezó una amistad que con los años se fue convirtiendo en hermandad prácticamente. De hecho, cuando hice El mismo amor, la misma lluvia el personaje de Eduardo era el único que desde el principio sabíamos que iba a ser él. Darín se incorporó a la película tiempo después.

Voy a hacer una pregunta tramposa. ¿Tenés una película favorita de todas las que dirigiste?

- Es curioso, mi hijo me lo suele preguntar. Es difícil, todas las películas que he hecho me gustan y me han dado satisfacciones en lo personal. El hijo de la novia es la más cercana a mi vida, ya que es la historia de mis viejos, El mismo amor, la misma lluvia tiene mucho que ver con un amigo que conocimos con Fernando (Castex) pero además ahí conocí a mi mujer, Luna de Avellaneda fue la que más satisfacción extra cinematográfica me dio, El secreto de sus ojos ni hablar y El cuento de las comadrejas la siento como un homenaje a Lubitsch, que es mi maestro en la comedia. La única manera que tengo para juzgarlas es por lo artesanal, cuál fue más difícil. Y la verdad es que las dos producciones que me costaron mucho fueron Vientos de agua y Metegol.

El caso de Metegol tuvo una resonancia inesperada. Desde García Ferré que ningún realizador argentino apostaba por el cine de animación con tantos recursos…

- Hay grandes animadores en Argentina, pero en el momento que decidí hacer Metegol trabajaban casi todos para afuera. Fue una experiencia atípica la realización de la película porque fue como agrupar almas libres con un director que no tenía la menor idea de la animación (risas). Durante la producción tuvimos encuentros para intercambiar experiencias, veíamos películas de Capra y Orson Welles para hablar de la actuación y de pronto me encontraba con cosas como tratar de decodificar una actuación por los músculos de un actor. Esto, que puede parecer menor, para los animadores es la piedra fundamental de su trabajo ya que moviendo los músculos de sus personajes pueden transmitir emociones. Metegol me permitió ver y dirigir la actuación de una manera que nunca había experimentado.

¿Qué te sucede como realizador ante los discursos de desprestigio al cine argentino que proliferaron en los últimos meses?

- Es un tema recontra complejo del que prefiero no hablar. Lo que sí puedo decir es que junto a mi socia de la productora, estamos en todos los debates, somos parte de CAIC (hace referencia a la Cámara Argentina de la Industria Cinematográfica)  e hice videos para el Congreso cuando se trataron las leyes este año. Sí te puedo decir que se está errando el eje del debate porque está pasando por tratar de beneficiar o no al cine de acuerdo a una manera en que el cine ya no está funcionando. Entonces se está quedando atrasado el debate y eso nos debilita en la posición de defender al cine. Es muy difícil cuando las audiencias han abandonado el cine. No es un problema del cine argentino, es un problema de cualquier cine que no sea el hollywoodense. Es gravísimo y es un cambio sísmico el que se está viviendo.

Lo bueno es que estamos todos comunicados, la gente de cine tiene bastante organización. Pero viste que siempre ha habido debates de, por ejemplo, a dónde tenía que ir la plata: estaba la posición de que debía ir a un cine industrial, que genera industria y puestos de trabajo -o sea que es plata que se multiplica-, o a un cine que de otra manera no podría sobrevivir. Esas han sido discusiones en las que no participé porque tampoco tengo claro cuál es la certeza en esos temas. Para mí lo lógico sería ir al cine que es bueno, ya sea industrial o no, porque en realidad ninguna película argentina, por más exitosa que sea, si no sale al exterior recupera la inversión aquí. Ninguna. Por eso, cuando se dice que “hay películas que no lo necesitan” están mintiendo. Todas las películas necesitan, en mayor o menor medida, circular. Entonces, me pasa que veo todas estas situaciones y que las opiniones que salen al público son de personas a las que no les interesa demasiado el cine sino tirar agua para su molino partidario, y eso es angustiante.

Personas que no se dedican al cine opinando de cine…

- Y que te llevan por lugares de debates que no son útiles. Me parece que las discusiones sobre la realidad del cine tienen que ser entre los profesionales y los funcionarios que se encarguen del tema.

Pero en el ínterin pierde el cine argentino. Vivimos en un país donde se atenta cada vez más no solo contra la exhibición de películas nacionales sino que tampoco se impulsan políticas de preservación histórica del cine…. no existe una Cinemateca, sin ir más lejos.

- Yo soy fanático de la restauración, es algo que me apasiona. Cuando estuve en la Academia llegamos a restaurar dos películas argentinas, una es La Tregua y la otra es Mujeres que trabajan, y queríamos seguir con el cine clásico. En este aspecto siempre hay una discusión entre los los puristas de la restauración que querían, con mucho tino y mucha razón, restaurar películas más oscuras, como por ejemplo la del fusilamiento de Dorrego, y otro grupo, en el que me incluyo, que pensábamos que nuestra función de restauradores era popularizar el cine argentino y entonces íbamos a las películas importantes, pero que pudieran ser disfrutadas por todos y no solo por la Academia… después se paró todo. Es triste.

Lo de la Cinemateca no quedó en nada, una pena. A mí siempre me hace gracia que mucha gente no tiene idea lo que significó esa foto en la que estoy junto a Cristina (Fernández de Kirchner) por el decreto de reglamentación para la creación de la Cinemateca y piensan que me estaba firmando un cheque… es un pecado que no exista una Cinemateca en Argentina. Creo que es un problema tremendo que no haya conciencia histórica, sobre todo para las nuevas generaciones… es algo que creo que aplica a muchos rubros, no solo a la cultura. En vez de crecer sobre los hombres de las generaciones anteriores, siempre estamos empezando desde cero e incluso a veces creyendo que estamos creando cosas que se hacían hace 50 años. 

¿Por qué creés que fracasó la reglamentación de la Ley de la creación de la Cinemateca?

- No lo sé, pero siento que en Argentina las discusiones sobre los temas que interpelan a la cultura están dadas públicamente por gente que no le interesa realmente la cultura sino sentar una posición en otro sentido partidario, y navegamos entre gente que trata de colonizar la cultura para motivos propagandísticos a gente que no le interesa la cultura desde ningún punto de vista. Las dos cosas son una desgracia.

¿Te interesaría dedicarte a la gestión cultural?

- No. Me han ofrecido cargos, pero reconozco que no podría gestionar algunas áreas más allá del cine o un poquito el teatro, que son mis áreas. No creo que solo los hacedores de cultura puedan ser buenos gestores de políticas culturales; a veces es al revés. Es una tarea que requiere otro estudio y una apertura más grande de la que yo tengo para entender mejor las demandas de cada sector. No tengo alma de político. Por eso me dedico al cine.

Para cerrar. Volvés al teatro con Empieza con D, siete letras, una comedia romántica. ¿Qué podés adelantar sobre la obra?

- Es la historia de dos personas que se encuentran: él es un hombre de 65 que acaba de quedar viudo de una pareja de toda la vida y ella es una mujer de 40 que acaba de separarse después de 10 años con la pareja que soñó que iba a ser para toda su vida. Se encuentran en un momento muy frágil, de nuevo en el mercado del amor, y la obra habla un poco de lo que pasa entre ellos cuando sus mundos, aparentemente diferentes, se chocan. 

La obra habla de un tema que noto en retrospectiva que está muy presente en mis trabajos y que es la muerte y cuándo decide uno “bajar la cortina” o seguir viviendo.

¿Le temes a la muerte?

- Es un tema que me interpela mucho. Ahora tengo 65 años y me encuentro replanteando qué cosas dejo en este mundo , si sigo trabajando o si paro un poco y descanso. No le tengo miedo a la muerte, pero no me gustaría que sea algo que llegue a destiempo porque tengo un hijo chico todavía, no quiero pensar en que es algo que está cerca. Aún así estoy empezando a abrazar el concepto, me empiezo a preguntar cosas como si existe un más allá y me permito reír sobre la muerte. Reírse de algo es el primer paso para perderle el miedo. Si vos me preguntás cómo me veo en un futuro, te respondo que me veo muerto. Es la única inevitabilidad que tenemos en la vida… creo que si hay un Dios es medio guacho y cruel por obligarnos a morir y al mismo tiempo darnos un instinto de supervivencia tan fuerte.

Empieza con D siete letras se estrena el viernes 10 de enero en el Teatro Politeama (Paraná 353, CABA), con funciones de miércoles a domingos. Entradas en venta por Plateanet o en boletería del teatro.