Mariana Gené y Gabriel Vommaro anotician a sus lectores sobre el resultado del análisis exhaustivo de los principales actores de apoyo y de bloqueo que condicionaron el sueño reformista de Cambiemos: "Quien llegue hasta las últimas páginas quizá tendrá una idea más acabada de los límites y posibilidades del sueño persistente de la Argentina liberal, que es también el sueño de una Argentina sin peronismo", sostienen.
-T.: En el libro, repasan la trayectoria de distintas figuras del peronismo convertidas en nodales en la estructura del PRO. ¿Por qué un partido que supo incorporar a peronistas -tal vez relegados a los roles de tejido de acuerdos o pragmáticos- imagina una Argentina sin peronismo?
-G.V.: Es una explicación un poco simplificadora que es explicativa pero que requiere de asteriscos. Es el sueño de una Argentina sin este peronismo. El PRO tiene una relación muy cercana con el peronismo menemista: Macri fue un posible candidato de Menem en los noventa y en el armado del partido se barajó la idea de hacer una coalición con lo que quedaba del menemismo. La promiscuidad entre Compromiso por el Cambio y el menemismo era por aquellos años muy grande: orbitaban figuras como Ramón Puerta y Carlos Grosso, que tienen mucha responsabilidad en el armado del PRO y pertenecían claramente al riñón del peronismo de aquellos años. En adelante, el peronismo tomó una orientación programática diferente con el kirchnerismo, que asumió las banderas de centro izquierda, la agenda de Derechos Humanos y género, y volvió a su tradición frenteinternista en la economía. El PRO fue tomando cada vez más el espacio no-peronista/antiperonista del electorado, el mismo espacio que comparte con los socios de su coalición. Entonces, desde ese posicionamiento, reina en el PRO la idea de que el kirchnerismo es una anomalía, un error de la historia que hay que correr para darle lugar a un peronismo racional o republicano. Esa idea, en realidad, tiene asidero en la medida de que el peronismo siempre tuvo un ala conservadora. Por eso, en las conclusiones del libro, retomamos una frase de un colaborador de Macri que ilustra muy bien el problema: "Pensábamos que venciendo al peronismo íbamos a lograr cambiar todo y nos encontramos con la Argentina". Evidentemente, el kirchnerismo representa a una base social y no es una espuma de la historia.
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-T.: En el libro retoman el planteo clásico de Torcuato Di Tella sobre lo tentador de que un partido de centroderecha resuelva el eterno empate hegemónico. ¿Cambiemos se encamina a cumplir ese rol o es una construcción teórica de difícil concreción?
-M.G.: Lo que sí se encamina a garantizar es una representación de derecha clara y competitiva de la derecha y de parte del empresariado y los actores económicos dominantes que, hasta la década del 70, al no tener esa representación iban a tocar la puerta de los cuarteles. Lo que sí cambió es esta expresión electoral de la derecha y que se fue haciendo fuerte en distintas latitudes. Quizás lo que sí era excepcional en nuestro país era la ausencia de esa tradición política de derecha. Cuánto eso puede desempatar, en cambio, es una reflexión mucho más compleja para hacer. Si miramos la historia argentina desde el retorno a la democracia, los momentos de desempate parecieran haber tenido lugar con el peronismo con dos signos antagónicos: durante el menemismo y durante el kirchnerismo. ¿Qué sería desempatar? Construir un orden de cierta estabilidad en el que distintos actores puedan concurrir, ponerse de acuerdo y alinearse detrás de un proyecto. Ganar las elecciones es necesario pero no es desempatar. La noción de empate hegemónico supone algo más profundo: superar durante algún período una cancha muy embarrada.
-G.V.: Por otra parte, la figura del empate es una categoría de análisis importante y clásica que ayuda a pensar. Pero nosotros no estamos tan seguros de que lo que haya sea un "empate" sobre todo si analizamos la distribución del ingreso y la renta desde los años 70 hasta el presente; el desempate es muy claro en términos estructurales. Sin embargo, lo que no hubo es un proyecto político que encarne con consensos ese desempate en el que los sectores populares perdieron lugar en la torta distributiva. Por lo tanto, la idea de "empate hegemónico" necesita también de muchos asteriscos cincuenta años más tarde.
Con información de Télam